26 Abr Vida de Caridad
En el encuentro entre personas, la relación amorosa que se establece puede ser diversa. Puede ser de tipo afectivo, como la que se da en la familia; de amistad, que se da entre los amigos; de caridad, que se establece con el necesitado; de entrega, como la que se da entre los esposos. La relación con Dios, que es también de amor, se basa en la de la amistad (“Ya no os llamo siervos, a vosotros os llamo amigos”) y la entrega (“vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres y sígueme).
La vida de caridad, de amor al prójimo, es la señal de identidad de los cristianos: “En esto reconocerán que sois mis discípulos, en que os amáis unos a otros”. Ese amor al prójimo que se expresa de manera sublime en la parábola del buen samaritano, establece que el amor, que es ordenado, se dirige primero a los que están próximos, a los que son el prójimo, con los que se establece una relación de fraternidad.
Una señal de identidad
La caridad está por encima de cualquier otro criterio de relación entre personas. Pasa por encima de los de raza, de sexo, de ideología, de planteamiento vital o de religión. El amor se debe a quien está cerca por encima de todo lo demás. Además, como seña de identidad, la caridad es el motor que impulsa a la comunidad cristiana a salir de sus grupos cerrados y a poner la Iglesia en salida misionera, como pide el Papa Francisco para salir al encuentro del otro.
La verdadera caridad es capaz de incorporar todo esto en su entrega. Llega al que está cerca, pero procura alcanzar también al que está lejos, al que es ignorado, al que sufre consecuencias dramáticas fruto de la pobreza o de la falta de recursos.
La Iglesia mueve a los cristianos a atender las necesidades de todos y dispone para ello de organizaciones de ayuda que pueden llegar a cualquier lugar en cualquier momento. A esas organizaciones, en España Cáritas, Manos Unidas y miles de otras instituciones más, se les pide hacer llegar el amor al prójimo a todos los rincones de la tierra: llega al hermano más lejano o incluso ignorado.
Una puerta de entrada
La vida de caridad es consecuencia de la vida cristiana anunciada y celebrada. Pero en muchas ocasiones ese amor compartido está también en el origen de una vuelta a la fe, cuando miles de personas se acercan a Jesucristo por el testimonio de la caridad de los cristianos. La caridad es una fuente inmensa de apostolado, una puerta por la que muchas personas acceden a la comunidad cristiana.
De hecho, la vida de caridad es el criterio que evalúa la calidad de la vida cristiana. Se origina en el reconocimiento del otro, de su dignidad inmensa, de su categoría de imagen de Dios en el mundo. Ninguna otra circunstancia, raza, condición personal, ideología, acciones, capacidad o valía, menguan esa dignidad. Al reconocer el valor del otro y tratarlo conforme a ese valor infinito, la vida cristiana se muestra en el mundo luminosa y atrayente.
Además, la caridad, con su dinamismo universal, puede construir un mundo nuevo. Es la mejor manera de lograr caminos eficaces de desarrollo para todos, dice el Papa Francisco. Donde se manifiesta el amor al prójimo surgen innumerables iniciativas de ayuda para satisfacer las necesidades humanas de las personas en dificultad. Desde iniciativas para el alimento o la ayuda social a familias hasta dispensarios u hospitales dispuestos a atender la salud de personas desfavorecidas.
En España miles de instituciones impulsadas por instituciones católicas atienden a cientos de miles de personas cada año que, por sí mismas o por las circunstancias en las que viven, no pueden salir adelante. En ellas se implican decenas de miles de voluntarios que sostienen esa actividad con su tiempo, con su oración o con su aportación económica, expresión visible de una vida de caridad.
La caridad es siempre un amor preferencial por los últimos, que está detrás de todas las acciones que se realicen a su favor. Como dice el Papa Francisco, “sólo con una mirada cuyo horizonte esté transformado por la caridad, que le lleva a percibir la dignidad del otro, los pobres son descubiertos y valorados en su inmensa dignidad, respetados en su estilo propio y en su cultura, y por lo tanto verdaderamente integrados en la sociedad”. El mismo Papa ha señalado los cuatro pasos de la vida de caridad con el necesitado: acoger, proteger, promover e integrar.