Una Semana Santa sobrecogedora

Una Semana Santa sobrecogedora

Mensaje de nuestro prelado en el Parlamento Europeo

Los días 17 y 18 de febrero una delegación del ayuntamiento de Plasencia se trasladaba a Bruselas tratando de dar relevancia a la Semana Santa para que sea catalogada de interés turístico nacional. Como diócesis, transmitimos el sentido de la celebración. 

Buenas tardes
Sres. parlamentarios, autoridades…

Un cordial saludo y gracias por la oportunidad de poder dirigirme a todos ustedes.

No estamos muy acostumbrados a que alguien dé la vida por otros; más bien, desgraciadamente, nos invaden noticias de lo contrario, de cómo los hombres se quitan la vida unos a otros.

Quizá, por ello, no deja de sobrecogerme cada año la Semana Santa… el sonar de las marchas procesionales, con sus túnicas, cornetas y tambores, el aroma del incienso, las lágrimas de una Dolorosa que implora con los brazos abiertos, preguntando, como tantas madres ante el hijo muerto, «¿por qué?» «¿hasta cuándo?», la irrupción majestuosa de cada paso por la calle Zapatería, los nervios de los cofrades en Santo Domingo, el esfuerzo y el sudor de los costaleros, los ojos vueltos hacia las borriquita, la Cena, el Nazareno, la Soledad, la Columna, la Cruz, el Calvario, el Descendimiento, aquel Cristo yacente…, o la sobriedad y sencillez de la liturgia que contempla y celebra el misterio: ramos bendecidos, pies que se lavan, el Pan vivo de la Eucaristía que se parte, se adora y se entrega, esos silencios orantes, esa lectura impactante de la Pasión, el beso a la Cruz, la luz del Resucitado rompiendo la oscuridad…

«La Semana Santa de Plasencia es todo un patrimonio humano,

religioso, cultural y artístico

que se pone al servicio de un misterio de amor»

Desde el s. XIII, Plasencia entera se funde en un único sentir que aúna y abraza emoción, sentimiento, tradición, cultura, fe… para contemplar y proclamar el misterio de un amor sin límites.

“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su único Hijo…” (Jn 3,16). El impresionante mural de Brea, antes presentado, fundido en un abrazo con nuestras dos catedrales, no solo plasma, con ecos que nos recuerdan al mejor Caravaggio, el momento del descendimiento de un cuerpo que lo ha dado todo, va mucho más allá. Aquellas manos evocan, si miramos con hondura, las del Padre que, por amor, solo por amor, nos está entregando a su propio Hijo…

En ese descendimiento del cuerpo llagado del Señor, contemplamos, por una parte, el hasta dónde de la crueldad humana, algo que, por desgracia, vemos diariamente en tantos crucificados de la historia, víctimas de la desigualdad, de tantos muros y barreras, de la injusticia, de la violencia, de la guerra… Es difícil no contemplar en Él el rostro de aquellos que abandonan su tierra y su hogar huyendo del hambre y de tantos conflictos sangrantes… el rostro de los millares de pobres que han perdido la esperanza. En ese cuerpo roto contemplamos el misterio del dolor humano en todas sus facetas. Pero en ese mismo Cuerpo, que el Domingo de la Resurrección, Plasencia, con la Iglesia entera, contempla Resucitado, abrazamos la certeza de que nadie que sufra está, realmente, solo. Cristo «com-padece» con nosotros para estrechar fuerte nuestra mano, sanar nuestras heridas y, Resucitado, abrir en la historia y en nuestras vidas un horizonte de esperanza, más allá incluso de la muerte. Se dio para que tuviéramos vida y vida en abundancia (cf. Jn 10,10). Jamás nos abandona. Es nuestro Cireneo.

Y es que, en ese cuerpo ya roto, y entregado hasta el don total de sí, contemplamos, ante todo y sobre todo, el hasta dónde del amor de Dios y del amor humano, porque no hay mayor amor que dar la vida por aquellos a los que se ama (cf. Jn 15,13). Y, gracias a Dios, lo podemos seguir viendo y contemplando en tantos «kilos» de amor derrochado cada día, en tanta gente buena que se deja afectar por lo que sus hermanos padecen, en tantos gestos de solidaridad, denuncia profética, caricias… que generan fraternidad. Por eso, necesitamos políticas y proyectos que sean realmente humanizadores, que aúnen y no polaricen, que defiendan a los más débiles y pongan a la persona en el centro de la vida política, económica y social por encima de cualquier otro beneficio o interés; políticas, alianzas y proyectos que afronten las causas que originan las injusticias, que defiendan la vida y la dignidad de toda persona humana y de los pueblos, que, en medio de un mundo herido, inviten a esperar. En la promoción de todas estas políticas, Europa está llamada a jugar un papel verdaderamente importante.

«Es difícil no contemplar en el Cristo del mural

el rostro de los millares de pobres

que han perdido la esperanza»

El mundo, decía ya el papa Benedicto, se salva por el Crucificado, no por los crucificadores, aunque se las den de mesías; es redimido por la paciencia de Dios, y, casi siempre, destruido por nuestra impaciencia.

A menudo nos acusan a los cristianos (denuncia que escuchamos con frecuencia en Semana Santa) de haber plagado el mundo de crucifijos, de haber consagrado el dolor y el sufrimiento (crítica que, por otra parte, nos debe mantener siempre alerta, para ser cauce de esperanza y no de más dolor – ¡cuántas veces tenemos que pedir perdón por no ser fieles a la misión encomendada! -); pero el misterio de la pasión nos habla ante todo de amor. El amor provoca que el otro sea tan importante para mí, como para que sea capaz de dejarme afectar por su dolor, cargar con él y sufrir con él y por él, por la paz, por la verdad, por la justicia. Así somos de valiosos para Dios. La esperanza, de la que el papa Francisco, en este año jubilar, nos invita a ser signo visible e instrumento real y eficaz, nace del amor y se funda en el amor que brota del Corazón de Jesús traspasado en la Cruz.

En nuestra centenaria y, a su vez, siempre joven, Semana Santa de Plasencia, que pasa por ser la más antigua de Extremadura, nuestro pueblo y nuestra tierra, atravesada por la arteria del Jerte, se une y acoge al visitante para celebrar con él la muerte y la vida, en una poderosa combinación de sentimientos, imágenes, y sonido. Fe, humildad, sacrificio, entrega, unión, pasión… Todo un patrimonio humano, religioso, cultural y artístico se pone al servicio de un misterio de amor. Desde el sobrio y austero tocar de la campana y del canto del miserere, en medio de la noche, a ese clamor que se eleva al cielo, y que culmina con el encuentro de la Madre y el Hijo resucitado en la Plaza, hermandades y cofradías recorren cada día, en una verdadera catequesis, nuestras calles y plazas, Santo Domingo, la Catedral, la judería… Es la fe generando cultura, arte y belleza, belleza que provoca, desinstala, inquieta… ensancha el corazón y eleva al alma… de la belleza a la Belleza con mayúscula.

Semana Santa en Plasencia… Gracias a todos los que la hacen, los que la hacéis posible, y hoy me acompañáis aquí, personas e instituciones. Gracias por escucharnos y querer hacer más grande, profunda y hermosa nuestra Semana Santa, como dice el lema de nuestra ciudad, «para agradar a Dios y a los hombres».

+Ernesto Brotóns
Obispo de Plasencia

Publicado en la revista Iglesia en Plasencia, número 622, 2 de marzo de 2025.