Un Domund con carácter placentino en Zimbabwe

Un Domund con carácter placentino en Zimbabwe

El domingo 22 se celebra el Día del Domund, una jornada universal en la Iglesia en la que se busca visibilizar y colaborar con la labor misionera. España, tal y como reconocía hace unos días Monseñor don Juan José Aguirre, Obispo de Bangassour, en las Jornadas Regionales celebradas en Plasencia, cuenta con más de 10.000 religiosos fuera de nuestras fronteras desarrollando su labor evangélica en países desfavorecidos.

La Diócesis de Plasencia no podía estar muy lejos de esta realidad y cuenta con misioneros en distintas partes del mundo. Uno de ellos es don Ildefonso Trujillo, que lleva años en Zimbabwe y que ya nos ha contado su testimonio con anterioridad. Ahora, son un grupo de fieles los que nos trasladan la realidad que vive Trujillo, después de visitar su misión en la diócesis de Hwange el verano pasado tras haberla aplazado por el Covid en 2020. También nos hicimos eco de ello en Iglesia en Plasencia.

Tal y como nos cuenta Isabel Ojalvo, una de las participantes, «estábamos muy ilusionados por conocer aquella zona. Tanto, que nos ha sabido a poco porque sólo teníamos quince días en julio». Sin embargo, fueron suficientes «para dejarnos tocar el corazón por las personas y por la realidad que hemos conocido».

La visita a la zona turística (Cataratas Victoria) les permitió ver el contraste entre el mundo rico y el mundo pobre. «Zimbabwe es un poco más pequeño que España, pero en esta época del año está todo seco, reseco, con arboleda no muy alta, todo tierra y sequía. Solo la parte de las cataratas (impresionantes, por cierto) conserva algo de verdor.  Pero nosotros no habíamos ido a hacer turismo, sino a conocer la realidad de la zona donde trabaja Ildefonso como misionero: Tshongokwe», relata Ojalvo.

Tshongokwe es una ciudad con varias construcciones a ambos lados de una carretera sin asfaltar, que hacen de tiendas y bares. Carros tirados por burros como medio mymedic.es de transporte público (la gente se desplaza a pie). Chozas sin luz, sin agua, sin nada de lo que en el primer mundo «consideramos» básico para vivir con dignidad

Por los caminos, «bicis, mujeres con cubos de agua a la cabeza, siempre mujeres, muchas con niños pequeños a las espaldas, discriminadas en todo pero siendo el alma y motor de familias y comunidades, niños y niñas que iban o venían del colegio, que estaba a 2, 3 ó 4 kilómetros, algunos de ellos posiblemente sin comer en todo el día. En las escuelas generalmente tienen pozos para el agua. Visitamos varias. También los hay junto a las iglesias construidas por las mismas comunidades de cristianos. La poca electricidad que hay está proporcionada por pequeñas placas solares y dan para un par de bombillas, como mucho, o para cargar los móviles y aparatos de música», continúa.

La clínica auspiciada por don Ildefonso, y a la que nuestros protagonistas llevaron el dinero aportado por su comunidad parroquial, «está en construcción para ser un hospital. Hasta ahora funciona como clínica, con algunas enfermeras, personas que colaboran como voluntarias y poco más. Para que el gobierno la autorice como hospital y poder disponer de médico se necesitan tres instalaciones que ahora mismo se están terminando de construir y equipar: cocina, lavandería  y tanatorio. Es privada y la lleva una comunidad de religiosos de la congregación de las Hijas del Calvario. Será el único hospital para una extensión similar a la provincia de Cáceres. Y, para llegar hasta allí, o van andando o en los carros-ambulancia», añade Ojalvo.

«Nos ha impactado comprobar que, en un país rico en recursos como es Zimbabwe, entre el 80 y el 90 % de la población es muy pobre, especialmente los que viven en las zonas rurales. Muchos jóvenes emigran a las ciudades más grandes (Bulawayo, Harare,..) o a Sudáfrica, provocando el envejecimiento de sus localidades de origen e incluso la despoblación. Nosotros no podemos cambiar el país, sus gobiernos, que les mantienen en la miseria, pero sí podemos compartir nuestro dinero para que tengan al menos lo mínimo para vivir dignamente: agua, semillas, medicinas,…», comenta.

Nuestros ‘misioneros’ quedaron también sorprendidos por la alegría y enorme participación con la que los lugareños viven la Eucaristía y los encuentros religiosos, que son como «una gran interpelación a nuestro modo de vida».

La satisfacción por el trato que les hizo sentirse como unos más y la acogida, hace que sigan «unidos en la fe y hermanadas las dos parroquias compartiendo proyectos, con la ilusión de aportar nuestro granito de arena en la hermosa tarea de hacer realidad aquí y ahora el reino de Dios. ¡¡Gracias por tanto, Ilde!! ¡¡Gracias, Zimbabwe!!».