Testimonio: Misioneros sometidos a la dictadura de un terror que no cesa

Testimonio: Misioneros sometidos a la dictadura de un terror que no cesa

Kinshasa, capital de RD del Congo. Madrugada del 18 al 19 de marzo, dos de la madrugada. Trece religiosas descansan en su centro en la capital africana. Allí regentan un colegio donde dan cabida a más de mil jóvenes, además de desarrollar una importante labor solidaria atendiendo primeras necesidades. De ellas, dos son españolas, una madre de 82 años y la Priora General de la Congregación de Santo Domingo, Cristina Antolín Tomás, que se encuentra en visita de trabajo esos días. De repente, un grupo de jóvenes intentan entrar en la casa. Amenazas, golpes, ataques. El miedo y el caos se apoderan de las hermanas, que, al instante buscan protegerse dentro de la casa. Quizá esperando que sus agresores se marchen. Son los conocidos ‘Kuluna’ o ‘bandidos urbanos’. Son terroristas que se dedican a saquear todo aquello que pueden. Esa noche, fijaron su objetivo en la casa de las Dominicas donde hasta septiembre ejerció su misión Elisa Ávila, la monja que testimoniaba en la última campaña de Manos Unidas Plasencia y donde se encontraba la madre Cristina Antolín, que nos cuenta que ella ya había vivido la rebelión del 96 del presidente Kabila y su lucha por el poder con el dictador Mobutu.

“Ahora se está organizando otra cosa muy parecida, una rebelión en el este en Goma (ciudad cerca de la frontera con Ruanda). Allí está el aeropuerto cerrado y la situación es prácticamente de guerra. Se está organizando de nuevo una rebelión de un grupo de congoleños que no están a favor del gobierno y se apoyan del ejército ruandés; se ha formado un grupo que se llama el M 23”. Nosotros también tenemos una casa en Isiro, cerca de la zona de conflicto. El caos es evidente y hay mucha hostilidad contra los extranjeros”, nos relata la priora con mucha preocupación, a la vez que nos describe lo que son los Kuluna: “Un grupo de jóvenes que son el terror de Kinshasa y de la policía. Unos jóvenes que entran en las casas, violan, matan, agreden y saquean y donde está nuestra casa es un barrio donde podría decirse que está establecida una de sus sedes. Siempre hubo inseguridad, pero lo de ahora ya ha rebasado el límite”.

Y en medio de la conversación, a medida que aumenta su preocupación, nos introducimos en el relato de la fatídica noche. “Esa noche –la del 18 al 19 de marzo- vinieron a la casa un grupo de veinte o treinta ‘kulunas’. Llegaron con mucha violencia, mucha agresividad. Amenazaron de violar, de matar, incluso afilaban los machetes en el cemento para implantar el terror. Llevaban mazos, hierros y piedra. Tardaron en entrar, pero al final saltaron el muro a pesar de que tenemos puertas de hierro y les costaba romper los muros, aunque al final consiguieron abrir un hueco or el que entraron”, comenta. “Nos saquearon todas las habitaciones, todo el dinero que encontraron, todo lo que tenía valor (al estar lejos de la ciudad, teníamos la paga de los enseñantes preparada y aprovecharon para llevarse todo el dinero. Todo eso nos lo quitaron, pero el susto, la violencia, las amenazas quedan. En realidad tuvimos suerte, porque siempre que entran en casas hieren, violan. A una hermana le rompieron el camisón y le dijeron que la iban a violar, aunque, gracias a Dios, al final no hicieron nada. Yo creo que con lo que encontraron de valor se fueron satisfechos y se marcharon después de dos horas de terror”, añade.

“En mitad del miedo, “yo me escondí también. Al ser blanca, siempre hay más peligro. Estábamos trece en la casa, muchas jóvenes. Tuvimos que sobrevivir a la agresión, la violencia y la agresividad. Muchos van drogado y el miedo que se pasa con las amenazas y con el afilar de los machetes es enorme. No nos pasó nada físico, pero sí fue mucho susto. Y esto pasa todos los días en el Congo. Llamas a la policía y no viene. De hecho, los kuluna se fueron a eso de las 4.30 horas, y la policía no llegó hasta las 8 de la mañana. Gritas para que la gente ayude, pero las personas allí les tienen mucho miedo. Piensa que, incluso, antes de entrar dispararon dos tiros, aunque su forma de producirse luego no es con armas, sino en plan salvaje, con machetes, hierros y amenazas. No puedes hacer nada ni oponerte, porque entonces sí te agreden. Te dan un machetazo mal dado y te dejan en el sitio. Yo creo que eso es lo que nos salvó”.

Fortaleza divina

“Esas dos horas y media no piensas, porque el pánico viene después y entonces rompes a llorar y te tiemblan las piernas. En el momento del asalto, yo creo que la adrenalina es tan fuerte que sientes una fuerza que viene de Dios y no te derrumbas. Hay una hermana que fue a la capilla a rescatar la Eucaristía para que no la profanaron. En ese momento, entraron en la capilla y destrozaron todo lo que había, pero ella no la soltó y les dijo que llevaba a su Señor y que si querían, que le mataran con él. En ese momento es algo tan fuerte, que Dios te da una fortaleza especial”.

Pero después, llega el pánico. Los días posteriores, las hermanas no eran capaces de dormir en sus habitaciones. Toca reformar de nuevo la casa, reforzar los muros con hierro y hormigón. La vida sigue pero ese pánico queda. El mundo, aunque varios medios se hicieron eco del testimonio, se mantiene ajeno. “A nosotras nos pasó esa noche, pero cada día le pasa a alguien. Tal vez no sea noticia en España, pero están pasando muchas cosas. Da mucha pena porque es un continente que puede emerger, con mucha riqueza y, en cambio, cada vez está peor. Cada día hay gente que pierde la vida”.

Y la vida sigue… Y la misión de cientos, miles de religiosos continúa en la República Democrática del Congo, en África y en otros continentes. En este caso son, simplemente, víctimas de una violencia instalada en muchos países del continente africano, pero en muchos países del mundo son perseguidos por su fe. Gracias a todos ellos por su labor.