02 Jun Solemnidad del Corpus Christi
La Iglesia celebra hoy la Solemnidad del Corpus Christi. A continuación, con la colaboración de don Miguel Ángel Ventanas, responsable de Liturgia de nuestra Diócesis de Plasencia, les contamos todos los detalles sobre una de las festividades más significativas y participativas del año litúrgico.
La fiesta de Corpus Christi (Cuerpo de Cristo), también llamada Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, Corpus Domini o Día del Señor, es una festividad de la Iglesia católica que tiene como misión, a través de la adoración pública de la sagrada forma, realzar la presencia de Jesucristo que tiene lugar durante el sacramento de la Eucaristía.
La fiesta de Corpus Christi se celebra oficialmente en la Iglesia Católica el jueves después del domingo de la Santísima Trinidad, sesenta días después del Domingo de Pascua. Un día de la semana muy significativo para los católicos ya que, también, fue en jueves cuando tuvo lugar la Última Cena. Una conexión entre ambas fiestas que recuerda que la adoración al Cuerpo de Cristo no es, únicamente, una devoción personal, sino que tiene una dimensión, también, comunitaria.
Sin embargo, en la actualidad, la celebración de esta fiesta en jueves no es algo común a toda la iglesia, a pesar del ya tradicional refrán español: «Tres jueves tiene el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión».
En muchas diócesis católicas la fiesta del Corpus Christi ha pasado a celebrarse el domingo siguiente a la Santísima Trinidad, dos semanas después de Pentecostés. El motivo no es otro que aumentar la participación de fieles en las misas de ese día. En los lugares donde se celebra el jueves, es un día de precepto para los católicos.
El origen de la fiesta de Corpus Christi se remonta al siglo XIII cuando en la abadía de Cornillón (Lieja, Bélgica), su priora, Santa Juliana, logró permiso del obispo para hacer una celebración especial en honor al Cuerpo de Cristo, al que tenía gran devoción.
A los 16 años, la santa belga tuvo una visión en la que la Iglesia aparecía como una luna llena con un punto oscuro, que significaba que faltaba una fiesta dedicada exclusivamente al Cuerpo de Cristo. Con el beneplácito del obispo, la santa logró que comenzaran a extenderse por la zona, y, posteriormente, por los países vecinos, numerosas celebraciones en honor a la corporeidad real de Jesús presente en el sacramento de la Eucaristía.
Sin embargo, el milagro determinante para que la Iglesia aprobara esta fiesta tuvo lugar unos años después en Bolsena (Italia). Un sacerdote, que celebraba la misa, dudó por un momento de que Jesucristo estuviera realmente en la Eucaristía y, para su sorpresa, observó cómo brotaba sangre de la Hostia.
Al año siguiente, el 8 de septiembre de 1264, el papa Urbano IV firmó la bula Transiturus de Hoc Mundo, en la que instituía oficialmente la fiesta del Corpus Christi. Desde entonces, esta celebración se ha venido celebrando en todo el orbe católico y es una de las festividades más apreciadas por los fieles.
Un milagro bastante similar al de Bolsena, y que también ayudó a extender la devoción por el Corpus Christi, tuvo lugar en el siglo XIII, en el pueblo italiano de Lanciano. Otro sacerdote, que era incrédulo con la presencia real de Jesús en el pan y el vino, en el momento de decir las palabras de la consagración, observó cómo estos se convertían en carne y sangre. Ya en el siglo XX, varios científicos descubrieron que el pan tenía tejido humano, y la sangre era de tipo AB, la misma que la aparecida en la Sábana Santa de Turín.
La festividad de Corpus Christi está íntimamente ligada a la propia institución de la Eucaristía el día de Jueves Santo. La adoración pública de la corporeidad real de Jesús en el sacramento de la Eucaristía, tiene su origen en algunos de los pasajes evangélicos más importantes para la fe de un cristiano:
“Este es mi cuerpo… esta es mi sangre» (Marcos 14, 22-24).
«Yo soy el pan vivo que bajó del cielo. El que coma de este pan vivirá para la eternidad» (Juan 6:51).
«Esto es mi cuerpo, entregado en favor vuestro. Haced esto en memoria mía» (Lucas 22, 19-20).
«Cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga» (Primera de Corintios 11, 26-29).
«Y sabed que yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mateo 28,18-20).
Sin embargo, no sólo la Biblia aporta razones para entender la importancia de esta fiesta. El Concilio de Trento (1545-1563), que definió que en la Eucaristía «el cuerpo y la sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y por lo tanto todo el Cristo, están verdadera y sustancialmente contenidos», afirmó que durante el Corpus Christi «los cristianos atestiguan su gratitud y recuerdo por tan inefable y verdaderamente divino beneficio, por el que se hace nuevamente presente la victoria y triunfo de la muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo».
Algunos importantes santos también honraron en vida lo que supone esta fiesta. En el himno Tantum Ergo, de Santo Tomás de Aquino, se puede leer: «Veneremos, pues, inclinados, tan grande Sacramento; y la antigua figura ceda el puesto al nuevo rito; la fe supla la incapacidad de los sentidos». San Francisco de Asís, por ejemplo, también expresó: «En este mundo, no veo al Altísimo Hijo de Dios pero sí a Su Santísimo Cuerpo y Sangre».
Aunque en la bula del Papa Urbano IV, en la que se establecía la fiesta del Corpus Christi, no se hablaba de ninguna procesión, muy pronto se empezó a coronar esta fiesta con una procesión en la que se sacaba a la calle la Hostia consagrada en una custodia. Estas primeras procesiones fueron acompañadas de indulgencias por los Papas Martín V y Eugenio IV, y se hicieron bastante comunes a partir del siglo XIV en ciudades como Colonia, París, Génova o Milán.
Las procesiones de Corpus Christi son una manifestación de adoración solemne y comunitaria y una pública profesión de fe en las que el sacerdote porta o acompaña la sagrada custodia en la que se sostiene la forma consagrada en el viril. En países de tradición católica estas procesiones tienen lugar por las calles y plazas de las ciudades profusamente adornadas de colgaduras y plantas aromáticas o hermosas alfombras multicolores. Durante el tiempo que dura la celebración, los fieles suelen cantar y rezar himnos en honor al Cuerpo de Cristo.
En nuestra diócesis se celebró antiguamente con mucha solemnidad en la ciudad de Plasencia, de la que era su fiesta principal, con infraoctava, procesiones, autos sacramentales y otros muchos elementos festivos. Hoy las celebraciones principales tienen lugar en la ciudad de Béjar y en el pueblo de Tornavacas.