Monseñor Ernesto Jesús Brotóns Tena nació en Zaragoza el 20 de febrero de 1968. Su vocación se fraguó y creció en la parroquia de San Lorenzo Mártir de Zaragoza.
Después de cursar la EGB con los marianistas, ingresó en el Seminario Menor con 14 años. Formado en el Seminario Mayor de Zaragoza, realizó los estudios eclesiásticos en el Centro Regional de Estudios Teológicos de Aragón (CRETA), de 1986 a 1992. Tras la etapa pastoral en La Almunia de Doña Godina (Zaragoza), fue ordenado sacerdote el 2 de octubre de 1993.
Su primer destino pastoral fue en el mundo rural, en la comarca del Campo Romanos (Zaragoza), como administrador parroquial (1993) y párroco (1994) de Cerveruela, Torralbilla, Langa del Castillo, Mainar, Villarreal de Huerva, Romanos, Lechón, Anento y Fombuena. En 1997 es enviado a estudiar Teología dogmática a la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Salamanca, donde obtiene la Licenciatura (1999) y el Doctorado en Teología (2002), con una tesis titulada Felicidad y Trinidad a la luz del De Trinitate de san Agustín.
Durante su etapa en Salamanca colaboró pastoralmente como capellán de la Residencia universitaria regida por las Hermanas de la Caridad del Sagrado Corazón de Jesús.
Desde su regreso a Zaragoza en 2002, ha ejercido distintos servicios pastorales, entre otros: consiliario adjunto (2002-2004) y consiliario de Pastoral Juvenil (2004-2008); párroco de ‘El Buen Pastor’ (2003-2017); consiliario de la Fundación Canónica ‘El Buen Pastor’ (2008-2017) y profesor del colegio diocesano regido por esta (2004-2017); arcipreste del arciprestazgo Torrero-La Paz (2015-2017) y colaborador parroquial de ‘La Presentación de la Virgen’ (2017-2022). Ha sido miembro del Consejo Presbiteral (2011-2022), del Colegio de Consultores (2016-2022) y del Consejo Diocesano de Pastoral (2004-2008, 2011-2022).
En el ámbito propiamente académico, ha sido desde 2002 profesor de Filosofía de la Religión y de diversas materias de Teología sistemática en el CRETA (2002-2022) y en el ISCR ‘Nuestra Señora del Pilar’ (2016-2022).
Ha sido subdirector (2009-2011) y director del CRETA (2011-2022), dirigiendo, a su vez, el citado Instituto desde 2017. Convencido de la significatividad pastoral de la teología, dicha preocupación pastoral está siempre presente en su reflexión teológica. Así se refleja en sus artículos o, además de la publicación de su tesis, en trabajos como ‘Dios y la felicidad. Historia y teología de una relación’ (Salamanca, 2013).
Para que tengan vida extracto del Evangelio de San Juan (Jn 10,10), del discurso del Buen Pastor, es el lema elegido por don Ernesto Jesús Brotóns Tena para su ministerio episcopal que comenzó el 15 de octubre de 2022 en su ordenación celebrada en la Plaza de San Nicolás de Plasencia.
Hay dos versículos de la Escritura que siempre me han interpelado: Jn 10,10, dentro del discurso del Buen Pastor, “Yo he venido para tengan vida y vida en abundancia”, y el v. 7 del conocido himno cristológico de Flp 2, “se despojó de sí mismo y tomó la condición de esclavo”. Van de la mano. Cristo Jesús, a pesar de su condición divina, se abajó, se despojó de su grandeza y compartió nuestra fragilidad, para que tuviéramos vida y ésta en abundancia. Se hizo pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Cor 8,9).
El gran anhelo de toda persona, de la Humanidad, tener vida, vida buena, feliz, plena… coincide con el sueño de Dios, pensado para todos nosotros. Dios no es enemigo del hombre, ni de la felicidad. No se complace ni en el luto, ni en el sufrimiento. Al contrario, es amigo de la vida (cf. Sab 1,13;11,26). Misterio de comunión y amor, quiere comulgar con nosotros, compartir su vida y su dicha. Lo reconocemos en todo lo que supone ganas de vivir, de crecer, de avanzar… en todo lo que supone humanidad, gozo, encuentro, fraternidad, en la belleza y en la bondad, en el sacramento de su creación y en esos gestos, pequeños y sencillos, de caridad, entrega y ternura de tantos santos y santas «de la puerta de al lado» (cf. GE 6-9). Lo encontraremos, sin duda, en y al lado de todo hombre y mujer que sufre, sanando sus heridas con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza. Lo reconocemos también en su Iglesia, cuando, signo e instrumento de comunión, abierta a la Palabra, vive, celebra y testimonia su fe; parte el pan, se parte.
La gloria de Dios, decía san Ireneo, es que todo hombre y mujer tengan vida, pues Dios es la Vida del hombre (cf. AH 4, 20, 7). Con Él y en Él, de su mano, la existencia es más plena, será un día pleno; y la creación entera participará con nosotros de la plenitud sin fin (cf. LS 243). Podríamos decir que «vida» es el horizonte que recoge de forma genial aquella pasión de Jesús por el Padre y su Reinado, su obrar en el Espíritu, vida afirmada frente a todo lo que la niega (el mal, el pecado, la muerte) y, también, reclamada por amor. “Para que tengan vida” fue la misión de Jesús y es también la nuestra, la de su Iglesia, la de todo pastor bueno según el corazón de Dios.
Por todo ello, el lema escogido para mi ministerio episcopal no deja de parecerme «pro-vocativo». Te (des)centra y llama, te libera de toda autorreferencialidad e individualismo, pues la misión es compartida y para los demás, y te obliga a mirar una y otra vez a Jesús, como Meta, Camino y Puerta de la Vida con mayúscula, del discipulado, del pastoreo bueno y fiel. Entrar por ella, seguirle, es ya vivir. Frente a los pastores que solo quieren servirse del pueblo y no servirle, Jesús se presenta como el verdadero y buen Pastor, modelo para todos nosotros (Jn 10; cf. Ez 34). Tal como advierte más adelante a Pedro, en ese diálogo final, entrañable, a orillas del lago de Galilea, la misión del pastor pasa por despojarse, por la entrega de la propia existencia en una auténtica diaconía hasta el don total de sí. Y todo por amor, solo por amor (cf. Jn 21,15-19).
«Vivir» y «dar la vida a» pasan por «dar la vida por». El Espíritu siempre nos adentra por los caminos por los que condujo a Jesús, en clave de humildad, pobreza, entrega y servicio, para gloria del Padre y vida de los hombres («ut placeat Deo et hominibus» reza el lema de la fundación de Plasencia). Su camino es el nuestro (cf. LG 8, AG 5). Yendo por él, enseña san Agustín, no nos perderemos jamás (cf. S 92, 3). Pido al Buen Pastor el don de la fidelidad para, con vosotros, seguir sus pasos.