
19 Mar Nuestro Pastor: ‘Presbíteros diocesanos, una necesidad urgente’
Queridos hermanos y hermanas:
Recién comenzada la Cuaresma y a las puertas de la celebración del día del Seminario, quisiera compartir con vosotros una sencilla reflexión sobre la urgencia y la necesidad de vocaciones sacerdotales en nuestra diócesis.
Nuestra época ya no es aquella de la abundancia de vocaciones, y tampoco podemos refugiarnos en el deseo de que todo vuelva a ser como antes. Es verdad que, ante la escasez de sacerdotes, son varias las medidas que se van adoptando: una redistribución distinta del clero, la aparición de nuevas formas de atención pastoral o la asunción por parte de los seglares y religiosos de diversos servicios pastorales, tales como ministros extraordinarios de la comunión o la presidencia de celebraciones de la palabra en espera de sacerdote. Especialmente valiosa es en nuestra diócesis la colaboración con los sacerdotes de distintas órdenes religiosas y la ayuda de los sacerdotes extranjeros; pero hemos de ser conscientes de que, por sí sola, y por necesaria que sea, esto no resuelve sin más la situación. Ninguna de estas medidas es excusa para declinar nuestra responsabilidad de promover incansablemente las vocaciones al ministerio presbiteral.
El motivo de tal preocupación no es arbitrario. Más allá de la corresponsabilidad de todo el Pueblo de Dios en la evangelización y en la vida eclesial, debemos reconocer que, sin vocaciones sacerdotales, sin la presencia familiar y cercana del presbítero, la vida de la comunidad se apaga, privada, entre otros aspectos, de la celebración frecuente de la Eucaristía y del perdón. Grande y fundamental es el papel del sacerdote en medio de nuestros pueblos, siendo motor de vida, fe y humanidad, acompañando soledades, paliando con su cercanía muchas situaciones de dolor y sufrimiento. Velar por las vocaciones es velar por la comunidad; es, como reza el lema de este año, «sembrar esperanza».
No me detengo en las posibles causas de esta convulsión que llevamos años viviendo. El actual contexto social, cultural y religioso en el que nos movemos, muy secularizado y difuso, no ayuda. Ser presbítero no entra como una posibilidad real dentro de la perspectiva vital del joven. Muchos ni siquiera han sido socializados religiosamente. No ayudan tampoco la actual imagen social del presbítero y de la Iglesia, sensiblemente devaluada, el empobrecimiento del clima creyente dentro del hogar, el descenso de la natalidad o la cada vez mayor movilidad de los jóvenes que, bien por estudio o trabajo, abandonan nuestros pueblos y la propia diócesis. Son muchos, por otra parte, desgraciadamente, los padres que, cuando sus hijos muestran cierta inquietud vocacional, se resisten a ello, porque piensan que otros caminos garantizan mejor su felicidad. A la sazón, pesa y mucho la debilidad de nuestras comunidades cristianas.
El surgimiento de vocaciones va unido a la oración, a nuestro propio testimonio, a comunidades vivas e ilusionadas, y a la apuesta firme y decidida por los jóvenes, por la pastoral juvenil y vocacional. De ahí la unión en nuestra diócesis en una única delegación de los secretariados de infancia, juventud y vocaciones. Dentro de ella, en la línea propuesta por el reciente Congreso de Vocaciones, se ha creado un equipo expresamente dedicado a la pastoral vocacional, que, desde la lógica del don, anime la comprensión de la vida vivida como vocación, para, desde ahí, promover las distintas vocaciones y, entre ellas, de forma expresa y sin confusión, la presbiteral.
No cesemos, pues, en el empeño y en el trabajo. Quisiera resaltar el papel y la responsabilidad que nos corresponde a todos: presbíteros, consagrados, seglares, obispo… Nuestro testimonio, cercanía, estilo de vida evangélico, es ya un capital vocacional muy valioso; como lo es «estar», acompañar y «perder el tiempo» con los adolescentes y jóvenes, enseñándoles a ayudar y a servir a los demás, a orar, a escuchar, «a ponerse a tiro» de Dios. El testimonio necesita, además, ser acompañado por la invitación abierta y la llamada personal. Ni la timidez, ni la dificultad del intento, pueden eximirnos de ello. Pero esto requiere tiempo, paciencia, diálogo, discernimiento.
Urge promover una verdadera cultura vocacional que comprenda la propia existencia como vocación, ayudando a tomar conciencia de que lo importante no es solo lo que yo espero de la vida, sino lo que Dios, a través de esta, inquiere y reclama de mí. No importa solo ese «quién soy» o quiero ser, sino el «para quién» soy. La dimensión vocacional de la vida y de la existencia cristiana ha de ser una transversal que atraviese y empape toda nuestra pastoral. Pienso, concretamente, en algunos campos: familia, jóvenes, educación, catequesis, tiempo libre, voluntariado… y, por supuesto, el apostolado de la oración.
La plegaria confiada al Dueño de la Mies nos recuerda, de manera inequívoca, que no somos nosotros, sino el Señor, la fuente de las vocaciones. Él es «semper maior» que todas las dificultades personales y ambientales. Promovamos en nuestra diócesis un movimiento continuo y tenaz de oración por las vocaciones que nos implique a todos, seglares, religiosos, sacerdotes, parroquias, comunidades contemplativas… y, sobre todo, a los jóvenes. Su oración es un excelente caldo de cultivo para desarrollar la sensibilidad por esta necesidad, para preocuparse por ella, para poder un día decir: «Señor, ¿qué quieres de mí?».
El reto y la responsabilidad es grande. No nos cansemos, por favor. El Señor no dejará infecundo nuestro esfuerzo.
Termino felicitando a las Hijas de María, Madre de la Iglesia, por el 150 aniversario de su fundación y el jubileo particular que, con tal motivo, les ha concedido la Santa Sede y que abriremos en Béjar el próximo domingo 23 de marzo. Sigamos orando por el Santo Padre y por los frutos de la peregrinación jubilar diocesana a Roma de estos días.
Con mi afecto y bendición,