Mensaje de Monseñor Brotóns con motivo del fallecimiento de Papa Francisco

Mensaje de Monseñor Brotóns con motivo del fallecimiento de Papa Francisco

A continuación reproducimos el mensaje de nuestro Obispo, Monseñor don Ernesto J. Brotóns Tena tras el fallecimiento, este lunes, 21 de abril, de Papa Francisco tras doce años de Pontificado.

 

Plasencia, 21 de abril de 2025

Queridos hermanos y hermanas de nuestra Iglesia de Plasencia

Con sorpresa, inmenso dolor, pero con la mirada confiada y esperanzada en el Señor resucitado, hemos recibido esta mañana la noticia de la muerte de nuestro querido papa Francisco.

El Padre lo ha llamado en este lunes de Pascua, mientras celebramos la resurrección del Señor, nuestra esperanza. Hacia Él se dirige hoy nuestra mirada confiada y nuestra súplica. Ruego para que el Señor le dé ese abrazo de vida que solo Él sabe y puede dar.

En esta tarde quisiera agradecer al Señor su vida y su persona, su ministerio y su testimonio de fe. Lo hago con el corazón encogido y emocionado, profundamente agradecido, ante quien, con amor de padre y hermano, nos ha servido hasta el final; ante quien, de forma totalmente inmerecida por mi parte, confió en mi humilde persona para ser sucesor de los apóstoles y vuestro pastor. Confío, de ahora en adelante, en su intercesión por mi humilde ministerio y por nuestra Iglesia de Plasencia.

Todavía recuerdo aquel silencio suyo, impactante, en la tarde de su elección desde el balcón de san Pedro. Después vino un sencillo «buenas tardes» y la petición de que oráramos todos por él. Desde aquel día, ha sido un testigo incansable del amor de Dios, dejando una huella imborrable en todos nosotros y en el camino de la Iglesia.

Ha sido un pastor bueno, un pastor según el corazón de Dios. Con un lenguaje sencillo, pero profundo, con gestos inusuales de cercanía y una vida entregada al servicio de los más pobres, nos enseñó que la misericordia no es una idea abstracta, sino el rostro concreto del Evangelio. Su voz profética en defensa de la vida, de la paz, del cuidado de la casa común, y, en especial, de los más pobres y vulnerables, ha resonado en las periferias del mundo, un día sí y otro también, convirtiéndose, sin duda, en un referente ético mundial. Nos invitó a salir y a ir al encuentro de todos, sin exclusión, a construir puentes y no muros, a arrimar el hombro y edificar entre todos un mundo más justo, más humano, más fraterno. Del diálogo interreligioso hizo un camino hacia la fraternidad mundial.

Los pobres, los sin hogar, los refugiados, los inmigrantes… y aquellos que se sentían excluidos de la Iglesia, encontraron en él un padre y defensor. Nos enseñó que la Iglesia no era una aduana, sino un hospital de campaña, madre de corazón abierto en cuyo corazón todos tenían sitio con su vida a cuestas. Desde el comienzo de su pontificado, en su primera y decisiva exhortación pastoral, nos habló de la alegría del Evangelio que no se puede callar. Todos, nos decía, somos discípulos misioneros, en una Iglesia en salida, pobre y para los pobres, sinodal, en la que sacerdotes, seglares, religiosos, obispos… caminamos juntos, escuchándonos y discerniendo.

Denunció con firmeza y afrontó en toda su crudeza el tema de los abusos, y reivindicó y defendió la dignidad y el papel de la mujer en la Iglesia, así como el testimonio fiel de tantos «santos de la puerta de al lado», gente buena y sencilla que día a día nos demuestra que merece la pena entregarlo todo por el Señor y su Reinado. Combatió el neopelagianismo y el neognosticismo de muchas espiritualidades de hoy, así como la idolatría del dinero y del beneficio o interés a costa de lo que sea y de quien sea. Nos situó en una dinámica de conversión pastoral y misionera, atenta a los gozos y esperanzas, fatigas y sufrimientos de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, para impedir que nos acomodásemos en nuestras seguridades, en el fácil «siempre se ha hecho así», en el inmovilismo sin esperanza.  Una y otra vez nos ha exhortado a recuperar y hacer vida la frescura del Evangelio, a encontrarnos con el Señor, o, al menos, a dejarnos encontrar por Él. Servidor de la Iglesia hasta el último aliento, a pesar de ser confrontado e incomprendido por muchos, su testimonio de sencillez, alegría y compasión permanecerá en la memoria de la Iglesia y de la Humanidad. Fue un profeta de nuestro tiempo, maestro y hermano, reformador humilde.

Queridos hermanos y hermanas. A lo largo de su pontificado, el papa Francisco nos recordó que la esperanza cristiana no defrauda, ni engaña. Él no querría que nuestra mirada se detuviese o centrase en él. Nos invitaba a mirar más allá, sin miedo. Por eso, termino recordando palabras esperanzadas y esperanzadoras de su última homilía. Ya no las pudo leer él mismo.

“Este es el anuncio de la Pascua: ¡Cristo ha resucitado, está vivo! La muerte no lo ha podido retener, ya no está envuelto en el sudario, y por tanto no se le puede encerrar en una bonita historia que contar, no se le puede reducir a un héroe del pasado ni pensar en Él como una estatua colocada en la sala de un museo. Al contrario, hay que buscarlo, y por eso no podemos quedarnos inmóviles. Debemos ponernos en movimiento, salir a buscarlo: buscarlo en la vida, buscarlo en el rostro de los hermanos, buscarlo en lo cotidiano, buscarlo en todas partes menos en aquel sepulcro.

Buscarlo siempre. Porque si ha resucitado de entre los muertos, entonces Él está presente en todas partes, habita entre nosotros, se esconde y se revela también hoy en las hermanas y los hermanos que encontramos en el camino, en las situaciones más anónimas e imprevisibles de nuestra vida. Él está vivo y permanece siempre con nosotros, llorando las lágrimas de quien sufre y multiplicando la belleza de la vida en los pequeños gestos de amor de cada uno de nosotros.

Por eso la fe pascual, que nos abre al encuentro con el Señor Resucitado y nos dispone a acogerlo en nuestra vida, está lejos de ser una solución estática o un instalarse tranquilamente en alguna seguridad religiosa. Por el contrario, la Pascua nos impulsa al movimiento, nos empuja a correr como María Magdalena y como los discípulos; nos invita a tener ojos capaces de «ver más allá», para descubrir a Jesús, el Viviente, como el Dios que se revela y que también hoy se hace presente, nos habla, nos precede y nos sorprende…

Hermanos y hermanas, esta es la esperanza más grande de nuestra vida: podemos vivir esta existencia pobre, frágil y herida, aferrados a Cristo, porque Él ha vencido a la muerte, vence nuestras oscuridades y vencerá las tinieblas del mundo, para hacernos vivir con Él en la alegría, para siempre. Hacia esa meta, como dice el apóstol Pablo, también nosotros corremos… Corramos al encuentro de Jesús, redescubramos la gracia inestimable de ser sus amigos. Dejemos que su Palabra de vida y de verdad ilumine nuestro camino”.

Roguemos por el papa Francisco, por nuestra Iglesia. Bajo el amparo y la tierna mirada de nuestra Madre lo confiamos. El Señor nos ha regalado en los últimos tiempos grandes pastores, pastores buenos. Estoy convencido de que el Espíritu iluminará a nuestros cardenales para elegir un nuevo obispo de Roma, un nuevo sucesor de Pedro, conforme al corazón de Dios.

Con mi afecto y bendición