Mensaje de Monseñor Brotóns con motivo de la Jornada Contra el Hambre de Manos Unidas

Mensaje de Monseñor Brotóns con motivo de la Jornada Contra el Hambre de Manos Unidas

A continuación les ofrecemos de forma integra la carta de nuestro Obispo Monseñor Brotóns, publicada en la revista diocesana Iglesia en Plasencia con motivo de la Jornada Mundial Contra el Hambre de Manos Unidas.

La única especie capaz de cambiar el planeta

«EL EFECTO SER HUMANO»

En el siglo XV, el humanista italiano Giovanni Pico della Mirandola escribió su Discurso sobre la dignidad del hombre. El ser humano, decía, es un gran milagro, el más digno de admiración, pues es la única criatura que ha sido colocada en la frontera de dos mundos. Creado a imagen y semejanza divina, Dios lo ha ubicado en el centro del universo y ha puesto su vida en sus manos, para que la modele, la esculpa y construya, haciéndolo capaz de lo mejor, de elevarse sobre sí mismo, de ser, por así decirlo, divino, o de perderse convirtiéndose en una bestia.

Cada día somos testigos de esta doble capacidad humana de lo mejor y de lo peor, que pone en juego nuestra libertad y responsabilidad. Nuestra casa común y nuestro mundo dan buena fe de ello.

Manos Unidas, este año, nos recuerda cómo la Hermana Tierra sufre y clama cada día a causa del daño que le provocamos por el abuso y uso irresponsable de los bienes que Dios ha puesto en ella. Pone especial énfasis en el desafío que supone para la comunidad mundial el cambio climático y el origen humano del mismo. Por más que se pretenda negar, el hecho está ahí (cf. Laudate Deum 3, 5, 11).

A su vez, denuncia la inequidad de las causas y de las consecuencias. Mientras los países desarrollados somos, sin duda, los principales responsables del deterioro de nuestra casa común (basta observar nuestro alto índice de emisiones y consumo desenfrenado de recursos), son siempre los más débiles y vulnerables quienes pagan con mayor virulencia las consecuencias, hasta el punto de que muchos hombres y mujeres se ven obligados a abandonar sus tierras, para huir de una miseria empeorada por la degradación ambiental o los desastres climáticos provocados por esta. Podemos hablar de una verdadera «deuda ecológica» con los países del Sur (cf. Laudato si 48-52).

El clamor de la tierra y el de los pobres van unidos. A este clamor se une otro por la paz y la justicia social en un mundo terriblemente herido por la violencia, las guerras y las desigualdades, un mundo herido y dividido por la ambición de poder.

Mas sería injusto detenernos aquí. Si la herida del pecado es grande, mayor es la capacidad de amar que Dios mismo, con su amor, ha derramado en nuestros corazones (cf. Rom 5,5). Grande es nuestro valor y dignidad. Somos imagen y semejanza suya, ungidos con su Espíritu, capaces de amar, de humanizar, de cuidar unos de otros y de la creación de la que formamos parte. Hijos suyos y hermanos unos de otros, Dios nos ha hecho capaces de trabajar juntos por el bien de todos, para dar a nuestra sociedad un rumbo más justo, fraterno y humano. Todos conocemos multitud de testimonios de amor y vida entregada.

Manos Unidas es, de hecho, un buen ejemplo de ello, involucrándonos en una gran variedad de proyectos que mejoran la vida de las personas y de los pueblos. En una apuesta firme por la defensa de la dignidad de la persona, empezando por los más pequeños y vulnerables, y en un intento de liberar a la Humanidad de la pobreza, el hambre y la desigualdad, nos invita a tomar conciencia de nuestro papel y responsabilidad en el empeño de alcanzar “un planeta sostenible, sin pobreza, hambre, ni desigualdad”, una “casa común para una vida digna”, donde todos los seres humanos, sin exclusión, podamos vivir con dignidad. Esta apuesta exige solidaridad, decisiones valientes, una auténtica conversión personal y social.

Más allá de la responsabilidad y tomas de postura de la comunidad internacional, de quienes rigen los destinos de la economía y de los pueblos, y de la sociedad civil en general, no perdamos la confianza en el valor y eficacia de los pequeños gestos, de las pequeñas acciones, de ese pequeño grano de arena que todos y cada uno de nosotros y de nuestras comunidades podemos aportar. Dios no deja nada infecundo. No tengamos miedo de arrimar el hombro y colaborar con cualquier persona, asociación o institución que apuesten sinceramente por la defensa de la vida y dignidad humana y el bien común.

En estas fechas, coincide, además, la ‘Campaña del Día del Enfermo’. «Demos esperanza en medio de la tristeza», reza el lema de este año; contrarrestemos (nos dirá el Papa) la cultura del individualismo, de la indiferencia y del descarte, con la cultura de la ternura y de la compasión.

 Vuelvo a Pico della Mirandola. En otra de sus obras, advierte que solo en el retorno a Dios encontrará el hombre la eterna felicidad y la paz definitiva, que solo Cristo es el camino de la verdadera y plena humanidad, de la alegría completa. Él es nuestro destino. Por eso, creado para amar y la fraternidad, creado para Su amor, el ser humano no puede conformarse con lo mediocre. Está llamado a responder a su identidad y vocación más propias.

Quiero agradecer a Manos Unidas, a todos y a cada uno de sus voluntarios, su disponibilidad y entrega, su pasión por la justicia. Gracias de verdad y de corazón.

Hace ochocientos años, en 1224, un Francisco enfermo compuso el Cántico a las criaturas. Que su testimonio y compromiso nos inspire y mueva.

Con mi afecto y bendición