18 Ene Maestro de los pueblos -a propósito del magisterio de Benedicto XVI- (por don Jacinto Núñez Regodón)
A continuación reproducimos el artículo de don Jacinto Núñez Regodón, Vicario General de nuestra Diócesis, para la revista Iglesia en Plasencia del pasado domingo con motivo del fallecimiento de Benedicto XVI.
Maestro de los pueblos
A propósito del magisterio de Benedicto XVI
En la Tercera del periódico ABC del pasado día 2 de enero, el profesor O. González de Cardedal recordaba que la misión del obispo es triple: magisterio, ministerio y gobierno. Aunque las tres tareas son inseparables cada papa otorga primacía a una u otra según su historia y experiencia personales y según el contexto que le toca vivir. Es indiscutible, seguía diciendo el teólogo abulense, que J. Ratzinger ha dado primacía a la función de magisterio. Con él, en la cátedra de Pedro se ha sentado un profesor (una tarea), un teólogo (un oficio) y un maestro.
En otro lugar de esta misma Revista diocesana el prof. Ramos Berrocoso propone, con toda razón, que el universo teológico del papa difunto puede organizarse en torno a la categoría antropológica y teológica de la esperanza, de la que se ocupa expresamente en la encíclica Spe Salvi.
Por mi parte, quisiera subrayar que, llegado a papa, Ratzinger continuó impartiendo docencia, no ya propiamente académica, sino existencial y universal. El que había sido teólogo profesional y prefecto de la Doctrina de la fe, capaz, como pocos, de debatir y dialogar con filósofos de la talla de J. Habermas y de P. Flores d’Arcais, convertido en papa, se sintió “como pez en el agua” en foros muy significativos desde el punto de vista social, académico e intelectual, en los que abordó grandes cuestiones antropológicas y sociales, proponiéndolas a aquellos cualificados auditorios desde la óptica propia de la fe cristiana, con clara voluntad de hacerla dialogar con la cultura de este momento.
Sin ser exhaustivo, merece la pena recordar cuatro discursos muy significativos, pronunciados en Ratisbona, Paris, Londres y Berlín, casualmente todos en un mes de septiembre. En el primero de ellos, en 2006, ante el cuerpo docente de aquella universidad de la que él mismo había sido profesor, el discurso de Ratzinger removió los cimientos del mundo islámico (con excesivo ruido mediático), aunque su reflexión fue ante todo una reclamación de la aportación helenista al cristianismo, sobre el fondo de su búsqueda permanente del encuentro de la fe con la razón.
En París, en 2008, en un encuentro con el mundo de la cultura (lógicamente no podían faltar los miembros del emblemático Instituto de Francia, al que él mismo pertenecía), en el bello marco del Colegio de los Bernardos de París, antiguo monasterio cisterciense, quiso poner de relieve la fecundidad existencial del binomio “désir de Dieu”/”amour des lettres”, mostrando cómo el deseo y la búsqueda de Dios son generadores de cultura.
En septiembre de 2010, ahora en Londres, concretamente en Westminster Hall, ante casi dos mil personas entre políticos, economistas, académicos, líderes religiosos etc., a partir del recuerdo de Tomás Moro, disertó sobre la fundamentación ética de las deliberaciones políticas, que no pueden reducirse a meros consensos del momento.
Finalmente, en el año 2011, en Berlín, ante el Bundestag (Parlamento alemán) trató de la política como compromiso por la paz y la justicia, sobre el fundamento del derecho. Cuando se desvirtúa el derecho, se destruye la justicia. El papa alemán recordó entre sus compatriotas a San Agustín, que en cierta ocasión dijo: “Quita el derecho y entonces ¿qué distingue el Estado de una banda de ladrones?”.
Se podrían traer, sin duda, otras intervenciones relevantes. Pero valgan estas cuatro como botón de muestra de la voluntad del sabio papa bávaro de ofrecer una palabra honda y significativa para abrir horizontes de sentido al mundo de hoy.
Un último apunte. No le faltará razón a quien observe que los discursos del papa Ratzinger, aunque tienen un horizonte universal, están construidos desde presupuestos de la tradición de Europa, a la que él gustaba comprender como fruto de la fe judeo-cristiana (aspecto expresamente religioso), de la filosofía griega (aspecto cultural) y del derecho de Roma (aspecto social). Recuperar la riqueza de esa identidad es una de las grandes aportaciones del querido papa Benedicto.
Descanse en paz.