Madre Teresita: desde India hasta la Diócesis para ser feliz en la oración

Madre Teresita: desde India hasta la Diócesis para ser feliz en la oración

Más de 7.000 kilómetros en línea recta separan nuestra diócesis de La India. Sin embargo, a través de Dios las distancias desaparecen y viendo a través de sus ojos, todo es secundario. Así de fácil y así de sencillo nos lo cuenta la Madre Teresita, Priora en el Monasterio de Nuestra Señora de la Encarnación en Plasencia, donde de las doce Dominicas Contemplativas siete son naturales de la India. Curioso dato, pero fundamental para también de la importancia de la oración para sostener la Iglesia, una Iglesia que celebra la Jornada Pro Orantibus el domingo 4 de junio, Día de la Santísima Trinidad.

Madre Teresita lleva ya 28 años en el Monasterio. Desde que un día dejó Kerala para llegar al convento. Lo hizo a través de una familiar suya que era Jerónima en Garrovillas y que la puso en contacto con las Dominicas. En el primer año en la orden fue descubriendo la clausura y en ella encontró sentido a su vida. Como ella misma dice, encontró su lugar en el mundo y no lo dice sólo de palabra sino que sus ojos transmiten esa realidad que les permite soltar cualquier carga para dedicar su vida a la oración y a la alabanza a Dios, en una vida sencilla en comunidad, donde el mundo exterior queda en un segundo plano. No echan nada de menos porque tienen a Dios y deja claro que el hecho de vivir en clausura no les impide estar al día. «Estamos en clausura, pero no fuera del mundo. Lo único es que todas nuestras necesidad las llevamos ante el Sagrario».

Uno de los pequeños contactos que tienen con el mundo es a través de su sustento, pues viven de la venta de dulces. Un pequeño torno giratorio y una cancela les permite poner al servicio de todos los que pasan por allí los exquisitos sabores de los amarguillos, las magdalenas,… y, por supuesto, las riquísimas empanadas. Aunque, sin dejar de sonreír, nos comenta también que las ventas fluctúan a lo largo del año, lo que se convierte en el termómetro perfecto para tomar el pulso a la realidad. «La gente lo pasa mal», nos comenta. «La venta de dulces también pasa por momentos flojillos. Vivimos de ello y así como Navidades y la época de Comuniones, suelen subir las ventas, hay otras partes de año que bajan bastante, pero es lo que tenemos», afirma.

Tras ponernos al día, nos traslada a sus primeros años y a la manera en que le llegó la fe. «Me crié en el seno de una familia humilde en la que ni sobraba ni faltaba. Tengo seis hermanos y mis padres eran muy piadosos. Mi madre, especialmente, nos impulsaba siempre a la vida interior y yo, siempre quise ser monja, aunque no supe qué era la clausura hasta que, con 18 años, me trasladé desde India hasta Plasencia para ingresar en las Dominicas. Fue en ese primer año, en el que regularizaba mi situación, en el que aprendí y descubrí la clausura. Tuve que vencer mis miedos y mis inseguridades, pero en la vida hay que arriesgarse y desde el primer día que tomé aquella decisión he sido feliz y ya son 28 años. No fueron fáciles aquellos meses, pero siempre tuve el cariño y el apoyo de las hermanas. Cada día me siento más segura», comenta ahora, a sus 46 años.

Además, hace un repaso por su vida diaria. «Es muy normal. Cada día distribuimos la oración en distintos momentos del día y el resto del tiempo pues nos dedicamos a las tareas cotidianas y a los dulces, pero, lógicamente, todo gira alrededor de la oración y la alabanza». Una oración en la que todos tienen cabida, entre ellos muchos fieles que acuden a pedir para que algunas situaciones les sean favorables».

También nos cuenta cómo ha cambiado todo. «Ahora somos menos religiosas que cuando llegué y la formación la hacemos on-line», aunque también estamos en contacto con nuestra federación.

Sin embargo, una y otra vez incide en que «nuestra alegría es Cristo. Recibimos más del Señor de lo que podemos imaginar». Y tiene clara la importancia de la oración. «Como decía Santo Domingo, debemos ser para la orden y la Iglesia lo que las raíces son para el árbol. Es una máxima que siempre tratamos de cumplir y ayudar con nuestra oración y nuestro testimonio. Nosotras vivimos la vida como un anticipo del cielo, donde seguiremos nuestra labor», añade.

«El señor ha dicho ‘pedid y se os dará’ y nosotras pedimos por todos y confiamos en él para que subsane todos los males. Nosotras nunca perdemos la esperanza porque el Señor es el dueño del mundo», sentencia.

Y es que en la vida contemplativa «he encontrado mi lugar en la Iglesia, un puesto orante. Para mí, he elegido la mejor parte».

Y recalca también el centro de sus oraciones: «Las vocaciones».

(Amén)