08 Nov Liturgia: ‘Conmemoración de los fieles difuntos’
La piedad y el recuerdo de los difuntos se remonta a los albores de la historia de la humanidad. En la plenitud de los tiempos, con el acontecimiento de la Resurrección de Jesús, la memoria y la piedad hacia ellos se enriqueció radicalmente. Ya los primeros cristianos, como se puede ver fácilmente en las catacumbas, esculpían en las tumbas la figura de Lázaro resucitado, como signo de la esperanza de que sus seres queridos también volverían a la vida gracias a Cristo.
Pero sólo en el siglo IX aparece la conmemoración litúrgica de los difuntos, herencia de la costumbre monástica, ya en boga en el siglo VII, de consagrar, dentro de los monasterios, un día entero a la oración por los difuntos. La piadosa práctica, sin embargo, ya estaba presente en el rito bizantino que celebraba a los difuntos el sábado anterior al inicio de la cuaresma o en un período entre finales de enero y el mes de febrero.
Más tarde, en el año 809, el obispo de Tréveris, Amalario Fortunato de Metz, colocaría la memoria litúrgica de los difuntos -que esperan contemplar el rostro del Padre- al día siguiente de la dedicada a los santos, que ya gozan de la vida divina. Finalmente, en el año 998, a disposición del Abad de Cluny, Odilón di Mercoeur, se fijó la conmemoración para el 2 de noviembre incluyendo un período de preparación de nueve días, conocido como la Novena de los Difuntos, que comienza el 24 de octubre.
En este día la madre iglesia recuerda con amor y oración a sus hijos para que su intercesión, unida al sacrificio de Cristo, sea para ellos plenitud de la vida eterna, que recibieron como herencia en el bautismo. La celebración tiene carácter universal en favor de todos los difuntos, especialmente a los que nadie recuerda.
Miguel Ángel Ventanas Franco
Delegado de liturgia y animación a la oración
Sección Liturgia de la revista diocesana Iglesia en Plasencia, número 614 de 3 de noviembre de 2024.