22 Mar Las reliquias de Sor Andrea, mártir Hija de la Caridad placentina, ya descansan en San Nicolás
El pasado lunes se celebró la Eucaristía con motivo de la cual no sólo se honró la figura de Sor Andrea Calle, Hija de la Caridad placentina y mártir, asesinada por su fe el 3 de septiembre de 1936, sino que se procedió a guardar en un arca sus reliquias bajo el altar. De esta forma se cierra el círculo y más de un siglo después, sus restos reposan en la Iglesia de San Nicolás, donde recibió el Bautismo tras nacer el 27 de febrero de 1904. Fue el 11 de septiembre de 1930 cuando ingresó en las Hijas de la Caridad. Precisamente, las máximas representantes de su congregación no quisieron faltar en un acto en el que también estuvieron presente tanto su familia como las autoridades. Durante la Guerra Civil, su traslado a Madrid desde la Casa de la Misericordia de Albacete, no fue más que el camino hacia el martirio. Finalmente, moría de un tiro en el cráneo el 3 de septiembre de 1936, para ser beatificada el 13 de octubre de 2013.
En el acto litúrgico, don Juan Luis García, párroco de San Nicolás, quiso hacer un repaso por su vida y, en especial, por su martirio en la Monición a la colocación de la reliquia en la arqueta, para ensalzar su fortaleza en la fe que le llevaron a la beatificación y que fueron el motivo de su muerte.
«Nos reunimos en esta mañana a celebrar la memoria de la Beata Andrea Callle, Hija de la Caridad, mártir de Cristo en la persecución religiosa del siglo XX, junto a otras hermanas también Hijas de la Caridad.
En esta celebración vamos a entronizar la reliquia de la beata Andrea y depositarla en la arqueta debajo de este altar de la Parroquia de San Nicolás, parroquia de Sor Andrea y donde recibió el bautismo, que la hizo cristiana y donde recibió la semilla de la vida eterna, derramando su sangre por Jesucristo.
Por la entrega generosa de su vida recibió la recompensa eterna de la felicidad del cielo, y su ejemplo de fidelidad y valentía en la fe perdura entre nosotros y nos motiva a seguir a Cristo hasta el final.
En 1936, sor Andrea y sus dos compañeras, Concepción y Dolores fueron obligadas a abandonar su tarea en las obras caritativas de la Casa de Misericordia de Albacete y salir hacia Madrid. Durante algo más de un mes estuvieron escondidas en un sótano, pero, acuciadas por la necesidad, decidieron ir al barrio de Vallecas para pedir ayuda al tío de sor Concepción. Allí fueron detenidas. Sor Andrea tenía apenas 32 años de edad.
Sor Dolores, Sor Andrea y Sor Concepción decidieron no despojarse de su querido rosario, habían encontrado en él y en la Eucaristía celebrada clandestinamente en el sótano refugio la fuerza para ser testigos en medio de la persecución.
Sor Dolores y Sor Concepción lo llevaban en la cintura, debajo del vestido de seglar y Sor Andrea, la más joven, puesto como collar. Por este detalle fueron reconocidas como “monjas” al bajarse del tranvía cuando llegaron al pueblo de Vallecas para dejar a Sor Concepción en casa de un tío suyo que no quiso recibirlas. Primero las apedrearon, después las condujeron al Ateneo Libertario del pueblo donde fueron acosadas, insultadas y detenidas. Durante varias horas sufrieron provocaciones inmorales por parte de los miembros del tribunal integrado por cinco milicianos republicanos. Seguidamente separaron a las dos más jóvenes de Sor Mª Concepción y las llevaron a una celda de la checa ubicada en el Colegio de las Religiosas Terciarias de la Divina Pastora. Allí, unos milicianos atrevidos y desvergonzados sometieron a Sor Dolores y Sor Andrea al terrible martirio de la violación.
Seguidamente las llevaron a Los Toriles, como si fueran toros de Miura. Allí las torearon y arrastraron mofándose de ellas un grupo numeroso de niños, jóvenes y milicianos adultos. Por último acabaron con su vida con un tiro que atravesó el cráneo. Sus cuerpos fueron enterrados en el cementerio de Vallecas, pudieron ser reconocidos y rescatados en 1941.
Viendo venir la persecución, rezaron con fe para pedir la fuerza del Espíritu Santo. Y todas se sintieron fortalecidas y alimentadas con la fuerza de la Eucaristía que las preparó para ser Testigos de la Fe, la Esperanza y la Caridad. Su delito fue ser Hijas de la Caridad dedicadas a sanar, curar, educar, acoger, orientar y hacer el bien como Jesús de Nazaret. No había ninguna implicación política, fueron perseguidas por su condición de mujeres consagradas a Dios, por ser Hijas de la Caridad.
La celebración de esta Eucaristía a la mártir Sor Andrea y sus compañeras quiere ser un grito de que la humanidad necesita paz, fraternidad, concordia. Nada puede justificar la guerra, el odio fratricida, la muerte del prójimo. Contemplar a Sor Andrea y a los mártires del siglo XX nos invita siempre a la reconciliación, al perdón. Perdón y conversión son, pues, las grandes enseñanzas que los mártires nos transmiten a todos. El perdón lleva la paz a los corazones, la conversión crea fraternidad con los demás».