20 Oct La Iglesia celebra hoy la ‘Jornada Mundial de las Misiones’
Hoy domingo 20 de octubre la Iglesia celebra el DOMUND, la Jornada Mundial de las Misiones, organizada por Obras Misionales Pontificias (OMP). Es el día en el que, de un modo especial, la Iglesia universal reza por los misioneros y colabora con las misiones. Se celebra en todo el mundo el penúltimo domingo de octubre, el “mes de las misiones”. Este año el lema elegido para la celebración de esta Jornada es “Id e invitad a todos al banquete”.
Viene dado en el mensaje del papa Francisco para este día. Está inspirado en la parábola del banquete de bodas del Evangelio. La misión es un “ir” incansable para invitar al mundo entero al banquete de la fraternidad, de la Eucaristía, de la reunión final con el Señor; una invitación hecha con el estilo de Cristo -con ternura, caridad y cercanía-. «Porque la salvación que Jesús ha venido a traernos es para “todos, todos, todos” y, en especial, para los últimos, los lejanos, los excluidos», como afirma el Papa en su mensaje para esta Jornada misionera.
Isidro Izquierdo Calle escribió una carta Ella es Dios, a una niña de Níger, país de África occidental en el que es misionero desde hacer 13 años. Esta misiva forma parte del libro Tejiendo paraísos. Historias compartidas, de Sociedad de Misiones Africanas (SMA).
Ella es Dios
Querida Housseina:
¡Qué difícil es contarte una historia así! ¡Qué difícil es expresar en palabras lo que siente mi corazón! ¡Qué difícil es ponerle nombre a algo que a lo mejor no lo tiene! Aun así, voy a intentar contártelo, voy a intentar sentirlo con palabras:
La destinataria de mi carta eres tú. Tuviste la suerte, o quizá la desgracia, solo Dios lo sabe, de nacer en un pequeño pueblo de Níger, de la provincia de Dosso, un 10 de mayo de 2021. Junto a ti nació tu hermano mellizo. Te vi por primera vez al año y unos meses de tu nacimiento. Tenías 14 o 15 meses y solo pesabas 4 kilos. Tenías una malnutrición severa y queríamos ponerle remedio lo antes posible. Le dijimos a tu madre que dejara el pueblo y se viniera contigo a Gaya, al Centro de Malnutridos, a Cuidados Intensivos.
Viniste varias veces, los médicos y enfermeras intentaban ponerte de pie cada vez que venías pero estabas muy débil y por eso siempre ibas en brazos de mamá o en su espalda, porque no tenías fuerzas para andar. Tu hermano mellizo comenzó a crecer y a desarrollarse como cualquier niño de su edad. Él dejó de venir a las consultas porque estaba bien, pero tú volvías y volvías y volvías una y otra vez. De Gaya a tu pueblo y de tu pueblo a Gaya, así estuviste mucho tiempo. Para nosotros ya eras una referencia de la malnutrición y, al mismo tiempo, era abrazarse a un reto a batir. Le preguntábamos a Dios y a los médicos qué pasaba contigo, por qué no mejorabas, pero nadie nos daba respuestas. 4kg 200gr, 4kg 400gr, lo más que vi en la balanza fueron 4kg 600gr.
Un jueves cada quince días, íbamos al dispensario que había cerca de tu pueblo para verte. Allí te atendía con todo su amor Mohamed, un enfermero que, con los medios que tenía, hacía lo que podía para volver a la vida a niñas como tú. Aquellas visitas se convirtieron en costumbre, íbamos para verte. Intentaba cogerte, intentaba jugar contigo, te hacía bromas y tú siempre llorabas, siempre con esos ojos profundos, mirada seria, no quisiste sonreír nunca. Jueves tras jueves, ahí estábamos, le dábamos las papillas mejoradas a mamá, el jabón, los medicamentos, y un poco de dinero para que pudiera ayudarte a ti y a tu hermano.
Housseina, mucha gente sabía de ti, porque mandé algunas fotos a mis amigos, te conocían muchas personas, personas que me mandaban ayuda para ti.
Los jueves pasaban y la balanza no aumentaba. Tú seguías llorando. En el Centro empezábamos a intuir lo peor. Era una realidad difícil de aceptar, mirábamos de reojo a Dios para pedirle que te salvara. Ya nos había ocurrido con otros niños que estaban como tú y al final habían salido adelante de esta lacra del Níger que es la malnutrición, el hambre. Contigo estábamos perdidos, los médicos no sabían cómo acertar en tu tratamiento. Sí, parece increíble que, en el siglo XXI, con todos los avances tecnológicos, sigamos hablando de hambre. Una tecnología y una manera de pensar que nos está haciendo cada vez más egoístas y menos humanos, menos solidarios, menos amigos y menos hermanos. Menos familia en definitiva.
Un jueves llegué al dispensario, ilusionado por ver si habías mejorado, porque la esperanza nunca la perdí, pero no estabas. Ese día no fuiste al dispensario, todos nos extrañamos de tu ausencia, porque todos los jueves eras puntual a tus revisiones. Mohamed, el enfermero que tanto te cuidó y que tanto te quería, me confirmó que ya no volverías más, que te habías marchado para siempre. Ese día fue muy duro, de una tristeza profunda. Tal vez Dios quiere decirnos que es Él quien tiene la última palabra, que es Él el que nutre, el que salva, no nosotros. Aquella triste jornada te encomendamos al Dios que ama más allá de esta vida. Y nosotros nos quedamos aquí, luchando, con nuestros medios limitados, contra esta hambre crónica que vuelve tristes a los niños y a las niñas, mientras nos miran con sus ojos profundos.
Housseina, mientras te escribo esta carta, pienso en las palabras de Jesús de Nazaret cuando dijo. “Tuve hambre y me diste de comer”. Esas palabras se hacen realidad todos los días en estos niños y niñas malnutridos, y también se han hecho realidad en ti. En la miseria, en la enfermedad, en el sufrimiento, ahí está Dios. Dios siempre ha estado presente en ti. Nunca te olvidaré, nunca te olvidaremos.”
El encuentro con Housseina fue encontrarme con Dios, ella era Dios. Siempre lo he creído y ahora, más que nunca, me reafirmo en la verdad de que Dios está presente en los pobres. Dios se manifestaba en Housseina y también en su madre, una madre que no se separó de su hija, siempre acompañándola, una madre que no se cansaba, que no perdía la esperanza. Ese amor hacia su hija fue un testimonio para los demás.
La malnutrición de Housseina nos unió a todos en la lucha para salvarla: médicos, enfermeras, su madre, yo… Dios nos enseña que tenemos que estar todos unidos pero que, al final, la salvación no depende de nosotros, depende de Él. Ninguna persona es salvadora de nadie, solo Dios salva, porque es la Vida aquí y más allá.
La fe nos hace entender este misterio, solo somos humildes obreros en el Reino de Dios. Con humildad y con esperanza es como mejor se lucha contra todas estas lacras que azotan la humanidad. Gracias Housseina porque nos has hecho ver que, en la fragilidad, en la debilidad y en el amor vive Dios.
Isidro Izquierdo, SMA