
09 Jul Iglesia en Plasencia: ‘Creo en el Espíritu Santo’ (Carta Monseñor Brotóns)
A continuación les ofrecemos la tercera de las cartas e las que nuestro Obispo, Monseñor don Ernesto Jesús Brotóns Tena, analiza, con motivo del 1700 aniversario del Concilio de Nicea, el Creo Niceno y que salió publicada en el último número, el 631, de la revista diocesana Iglesia en Plasencia.
Creo en el Espíritu Santo
Terminamos el curso con la mirada puesta en el Espíritu, en el tercer artículo del credo. Realmente, el credo que se compuso en Nicea solo lo nombra. Será el concilio de Constantinopla, unos años más tarde, en el 381, el que lo redacte tal como nosotros lo conocemos. Lo primero que de Él se nos dice es que es «Señor y dador de vida». Es Señor, verdaderamente Dios, como lo es el Padre y el Hijo; por eso recibe la misma adoración y gloria.
Me detengo en el segundo título que le da: dador de vida, manantial inagotable de la vida de Dios en nosotros. De hecho, intuimos al Espíritu en esas ganas de vivir que nos embargan y en esa fuerza que nos hace personas profundamente humanas, libres, capaces de amar. Es fuerza que no cede al desaliento, abre caminos de futuro y socorre nuestra debilidad (cf. Rom 8,26). En ocasiones, prende en nuestra existencia como el fuego (cf. Mt 3,11), la purifica y la llena de ganas de vivir, de utopías y de esperanzas, de música y de fiesta, de coraje para denunciar las injusticias, de ilusión y de sentido. En otras, habla al corazón, suavemente, como la brisa (cf. 1 Re 19,12s), o bien llora en silencio y comparte callado el dolor de los últimos, para sostenerlos en sus brazos y enseñarnos a escuchar en sus quejas el clamor de Dios (cf. Rom 8,22-27). En medio de un mundo demasiado acostumbrado a la muerte, a la violencia y a la injusticia, al Espíritu se le reconoce precisamente en ese sí total y sin reservas a la vida, en la pasión hecha entrega por ella, en las fuerzas que la afirman.
“Intuimos al Espíritu en esas ganas de vivir que nos embargan y en esa fuerza que nos hace personas profundamente humanas, libres, capaces de amar”
Este es el don hermoso que el Espíritu nos trae: la vitalidad de Dios, vida de hijos y hermanos, su amor fiel y gratuito, la liberación del pecado y de la muerte. Pone nuestra vida en la presencia del Dios vivo y la sumerge en la corriente de su amor eterno. Nos enseña a mirar con los ojos de Cristo. Graba, esculpe, dibuja, su imagen en nuestro corazón. No es una energía ni una cosa extraña. Es Dios mismo que nos abraza, nos dice «te quiero» y nos renueva y capacita para amar y seguir a Jesús; nos une, reconcilia y armoniza en la diferencia.
El tercer artículo del credo continúa haciendo alusión a la obra salvífica del Espíritu: la Iglesia, el perdón de los pecados, la comunión de los santos, la resurrección de los muertos, la vida eterna. Y, así, profesamos: «creo en la Iglesia, una, santa, católica, apostólica». Existe un vínculo profundo entre estas dos realidades de fe: el Espíritu y la Iglesia. Es el Espíritu quien da vida a la Iglesia. Es, en cierto modo, su «alma». Sin su presencia, ni su acción, esta no podría vivir ni cumplir la misión que Cristo le ha encomendado de anunciar el Evangelio.
“Existe un vínculo profundo entre estas dos realidades de fe: el Espíritu y la Iglesia. Es el Espíritu quien da vida a la Iglesia. Es, en cierto modo, su «alma»”
Ciertamente, para muchos la dificultad está aquí. Ya es clásica aquella frase de «creo en Dios, pero no en la Iglesia», «Jesús, sí; Iglesia, no». Es cierto que, sin negar los kilos de amor derrochados en ella, cuesta aceptar que Dios quiera servirse de manos que pueden mancharse. Las principales trabas para creer en ella, decía Ratzinger, no vienen de la razón, sino de decepciones y sensibilidades heridas. Sin duda, esta dificultad es una llamada a la fidelidad y a la responsabilidad.
Por otra parte, el credo recoge un matiz que en castellano no se percibe, pero sí en los originales griego y latino. No creemos en la Iglesia de la misma manera que creemos en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Solo a Dios entregamos absolutamente la vida. Solo Él es el Tú absoluto que se nos entrega de manera gratuita e irrevocable en Jesucristo y nos sostiene, alienta y vivifica con su Espíritu. Leemos en el Catecismo: “En el Símbolo de los Apóstoles hacemos profesión de creer que existe una Iglesia santa, y no de creer en la Iglesia, para no confundir a Dios con sus obras y para atribuir claramente a la bondad de Dios todos los dones que ha puesto en su Iglesia” (CIC 750).
Creer en la Iglesia es confiar en Dios y en los caminos con los que Él ha querido salir a nuestro encuentro. Él no ha querido salvarnos aisladamente, sino en familia, arropados por una comunidad en la que compartimos, celebramos y vivimos la misma fe. Por eso, la Iglesia pertenece, pertenecemos, al modo en el que Dios uno y trino quiere amar y salvar el mundo. Hay «algo de divino» en ella que se sustrae a nuestros cálculos humanos. Nos regala a Cristo. En ella, el Señor nos abraza con su misericordia y nos ofrece su perdón, perdón que sana, restaura, levanta; en ella, cristianos de ayer y hoy oramos juntos, en comunión, e intercedemos unos por otros.
El Credo culmina proclamando nuestra fe en la resurrección de los muertos y en la vida eterna. Creemos en el Resucitado y de su mano sabemos que nada ni nadie, ni siquiera la muerte, podrá separarnos de su Amor. La muerte podrá tener una penúltima palabra que desgarra, rompe y duele, mas la última es de Dios, nuestro destino y vida con mayúscula. No nos espera la nada, sino un Padre que nos ama y ensancha nuestros corazones con la esperanza de los cielos nuevos y la tierra nueva, esperanza que no debilita nuestro compromiso, sino que lo alimenta y alienta para afirmar ya la vida, aquí y ahora, frente a todo lo que la niega.
“Creemos en el Resucitado y de su mano sabemos que nada ni nadie, ni siquiera la muerte, podrá separarnos de su Amor”
Termina el curso y no puedo menos de agradecer a Dios todo lo que su Espíritu ha obrado en nuestra Iglesia de Plasencia durante el presente año. Gracias a todos y a cada uno de vosotros por vuestra entrega. Que el Señor os bendiga y María os guarde.
¡Feliz verano!
Con mi afecto y bendición