Iglesia en Plasencia, Bodas de Oro Sacerdotales: Don Vicente Hernández Alonso

Iglesia en Plasencia, Bodas de Oro Sacerdotales: Don Vicente Hernández Alonso

Este año, tres sacerdotes de nuestra diócesis celebran las Bodas de Oro de su ordenación y en Iglesia en Plasencia, como todos los años, nos hemos hecho eco de ello con motivo de la celebración de San Juan de Ávila, patrón del clero secular, y hemos querido compartir sus impresiones tras una larga etapa de servicio a Dios y a los demás. Es el caso de don Vicente Hernández Alonso. Operario Diocesano nacido en Fuentes de Béjar (Salamanca) el 23 de abril de 1948. Fue ordenado en Segovia en 1975 y su trayectoria, obedeciendo al carisma de su hermandad, le ha llevado a desarrollar la mayor parte de su vida como formador, en lugares como Toledo, Salamanca o en el Seminario Maior de Évora, en Portugal. A continuación reproducimos la entrevista concedida a nuestra revista diocesana. En la actualidad desarrolla su labor desde hace años en Alquerías del Niño Perdido, Castellón.

– Qué balance hace de estos cincuenta años?

– La vida de cualquier persona tiene altos y bajos, momentos, temporadas y hasta etapas mejores y peores. Pero, paradójicamente, con el paso del tiempo vamos viendo que hubo cosas vividas y consideradas tal vez como negativas o menos afortunadas que a la larga han dado un fruto imposible de imaginar en su momento. Los muchos años nos proporcionan una visión de conjunto más acertada y nos aproximan mejor a la experiencia de S. Pablo, cuando decía que todo contribuye al bien de los que aman a Dios. En este sentido, al contemplar despacio mis cincuenta años de ministerio, puedo hacer un balance claramente positivo, lo cual suscita un sentimiento profundo de gratitud.

– Qué es lo mejor de ser sacerdote?

– Entiendo que esta pregunta no es para ser respondida desde la teología, sino desde la experiencia. Aun así, no me es fácil dar una respuesta espontánea.  Pero reflexiono y creo poder decir que, al cabo de cincuenta años, lo mejor se deja entrever en la misión encomendada por la Iglesia, que, de hecho, se ha ido cumpliendo en medio de muchas vicisitudes que han dado peso y medida a esa misión. El sueño y el entusiasmo juvenil de la ordenación se fue encarando con la realidad, cargada de sucesivos desafíos al hilo de la propia vida, pero permaneciendo siempre de fondo la actitud de servicio al modo de Jesús, que vino para servir y dar la vida. Sí, decididamente, debo destacar el servicio representando a Jesucristo en la misión como lo mejor de mi ser sacerdote.

 – Con qué cargo-misión-desempeño se queda?

– Para dar respuesta a esta pregunta tengo que partir de mi peculiar condición como sacerdote. Siendo cura placentino, pertenezco no obstante a la asociación sacerdotal “Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos”, que tiene su propio carisma y misión. Esto me ha llevado a ejercer el ministerio en el ámbito de la pastoral de las vocaciones en la Iglesia, que he ido desempeñando en diversas diócesis (y curiosamente nunca en la mía; cosas que pasan).  Como todos los sacerdotes de mi época, me ha tocado vivir múltiples acontecimientos y etapas en los últimos setenta y cinco años de la historia de nuestro país: el franquismo y el llamado régimen de cristiandad, el Concilio Vaticano II y su desigual recepción, el paso a la democracia, la progresiva y acelerada secularización de nuestra sociedad, etc., que nos han conducido a la situación que ahora vivimos, calificada, nada menos, de “cambio de época”.

Todo ello ha ido incidiendo inexorablemente en el perfil del sacerdote y en el ejercicio del ministerio, de manera que, desde la conclusión del Concilio, nunca he dejado de oír esta cantinela: “el sacerdocio está en crisis”. Y eso suscita de forma inevitable esta pregunta: ¿cómo se han de formar los nuevos sacerdotes? Pues en esa “guerra” me he visto envuelto la mayor parte de mis años de ministerio, sobre todo al tener que trabajar como formador en varios seminarios. No puedo negar que la tarea ha sido difícil, pero también fecunda, gracias a Dios. Así que “me quedo con” mis ocho años al servicio de los seminaristas de Toledo y con los quince entregados al seminario de Évora (Portugal), aun sin querer hacer de menos por ello a otros servicios y etapas de mi vida. Por  esos mundos anda un buen número de curas más o menos jóvenes y de laicos bien formados que son mi alegría y mi corona de bodas de oro.

– Cincuenta años bien merecen una celebración. ¿Cómo va a celebrarlo?

– Ya voy celebrando las bodas a lo largo del año, haciendo memoria, meditando, orando. En cuanto me sea posible, las celebraré más expresamente en diversos momentos, junto a los sacerdotes con quienes ahora convivo, con la familia y en algún encuentro con mis compañeros sacerdotes operarios. Tengo que lamentar el no poder hacerlo con el presbiterio de Plasencia, debido a varias circunstancias adversas. Pena. ¿Y cómo lo haré? Poniendo en el centro la celebración de la Eucaristía, o sea, en actitud de acción de gracias a Dios, como no podría ser de otra manera.

Vicente Hernández Alonso

Alquerías del Niño Perdido (Castellón)