
21 Feb Historia de Iglesia en Plasencia, ‘Valdetorres’
La siguiente localidad en nuestro recorrido por proximidad a las anteriores es Valdetorres. Antes de abordar los sucesos acaecidos en la misma, al igual que ocurrió en la zona de Orellana, hay que tener en cuenta que localidades como Puebla de Alcollarín, Valdehornillos, Vivares, Ruecas, Hernán Cortés, Yelves, Conquista del Guadiana y Torrefresneda (todas ellas pertenecientes a la provincia de Badajoz y a la Diócesis de Plasencia) también habrían quedado en zona republicana. Sin embargo, al ser núcleos de reciente creación, fruto del Plan Badajoz que tiene sus orígenes en los años 50 del pasado siglo, no existían en 1936, lo que hubiera aumentado el número de víctimas entre el clero y la población civil.
Valdetorres cuenta en este momento con unos 1.200 habitantes. El 14 de agosto, unos milicianos procedentes de Don Benito se refugian en la iglesia parroquial, los cuales serán los encargados de destruir todas las imágenes que en ella había. Los ornamentos litúrgicos servirán de disfraz de los milicianos que, revestidos con ellos, se pasean por las calles del pueblo. Una vez desprovista de todo cuanto en ella había, tanto iglesia como sacristía serán usadas como cuadra para animales.
El párroco es don José Bote Mancha, natural de Guareña, donde nace el 8 de abril de 1903. Realiza sus estudios en el Seminario Diocesano, no sin dificultades, ya que tuvo que abandonarlos durante dos años, para ordenarse finalmente el 16 de octubre de 1932.
Don Donato Martín Sánchez Campos afirma de él que “era sumamente caritativo, trabajador, complaciente, sobre todo con los pobres y pacientísimo en extremo”.
Es detenido el mismo día 18 de julio en casa de un feligrés donde había pasado la noche refugiado por estar espiado por la familia que tenía recogida para que le asistiese. Posteriormente, debido a una enfermedad, regresa a su casa, de donde días después le obligan a salir, y, sostenido por su hermana, le llevan ante el comité, que le permite regresar a su casa donde permanecería vigilado y con la prohibición de salir.
Obligado a salir de ella días después, y a refugiarse en otro lugar, lo hacen regresar el 1 de septiembre, de donde saldrá por última vez el 14 del mismo mes, para ser presentado de nuevo ante el comité. Es dejado solo en la calle, mientras el comité delibera qué hacer con él. En ese momento una vecina lo acoge en su casa; desde allí salta por las tapias del patio a la otra calle, pero es detenido y de nuevo llevado a la cárcel.
El 15 de septiembre, en presencia de los demás presos, y junto con otros detenidos, lo sacan de la cárcel y lo montan en un camión. En un primer momento, el asesinato se iba a perpetrar en la iglesia, pero la oposición de algunos de los presentes hizo que la comitiva se dirigiera al cementerio. Según algunos testimonios, su madre, único miembro de su familia al que se le permitió que le acompañara, estaba presente en ese momento. Sin embargo, no alcanzó la compasión de los milicianos, que dirigiéndose al cementerio, cumplirán con la sentencia dictada; todos son fusilados. Don José, antes de morir, dijo: «Viva Cristo Rey».
Juan Antonio Corrales Muñana
Licenciado en Geografía e Historia, sacerdote y profesor de Historia de la Iglesia.