22 Nov Entrevista: “Jesús ofrece un sentido a cada hombre”
Isaac Moreno Sanz
Profesor de Sagrada Escritura en el Instituto
Teológico San Leandro de Huelva
Ordenado sacerdote en 2008, ha ejercido su ministerio en diversas parroquias de la diócesis de Huelva, ha sido rector del Seminario Diocesano y actualmente es párroco de Rociana del Condado. Profesor del Instituto Teológico San Leandro de Huelva desde 2015 y doctor en Teología Bíblica por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Ha impartido asignaturas del área de Sagrada Escritura, tanto de Antiguo como de Nuevo Testamento. Ha sido director del Instituto Teológico San Leandro y es miembro de la Asociación Bíblica Española. También es autor de distintas obras y colabora con varias publicaciones.
– La obra lucana, es decir, el tercer evangelio y el libro de los Hechos suponen una determinada comprensión de la historia. ¿Cuáles son las características fundamentales de esa “teología de la historia”?
– Lucas como teólogo e historiador ha sido redescubierto en los últimos decenios. La historia de la salvación o la teología de la historia constituye el marco de la teología lucana donde se comprenden la cristología y eclesiología, entre otros aspectos. La atención de Lucas a la historia ha dividido a los estudiosos, algunos de los cuales ven en Lucas más a un historiador,
en analogía con los historiadores del periodo helenístico, mientras otros consideran a Lucas más bien un teólogo, intérprete de los puntos centrales de la fe cristiana. En realidad, es necesario unir el “Lucas historiador” y el “Lucas teólogo”, porque si bien es verdad que Lucas está atento a la reconstrucción histórica de los eventos referidos a Jesús y a los orígenes cristianos, es también verdad que Lucas lee el acontecimiento “Jesús” y los inicios a la luz de las Escrituras y de la fe pascual.
La historia de Jesús, desde el inicio, es contextualizada en la gran historia del imperio romano con la mención de un censo hecho por orden de Augusto, pero el verdadero hilo conductor es la Pro
mesa de Dios y de su Palabra vivificante. Lucas pretende insertar el evento “Jesús” en el cuadro de una historia profana que Jesús ha venido a iluminar y a salvar. Según Lucas, a la historia de cada hombre y de la humanidad entera, Jesús ofrece un sentido. Este es el punto de convergencia, el marco donde se inserta la concepción histórico salvífica de Lucas, historiador y teólogo al mismo tiempo.
– ¿Qué función juega la Iglesia en esa comprensión de la historia?
– La Iglesia está siempre en camino donde precisamente conoce e interpreta la historia. Para Lucas, además, es en el camino donde se reconoce y se reinterpreta la vida (Lc 24,13-35). Sin embargo, no basta estar en el camino, ni siquiera es suficiente recorrerlo junto a Jesús sin reconocerlo: es necesario una meta, un destino, una esperanza. Existen vías engañosas, callejones sin salida. También en la vida de la Iglesia. No tiene sentido avanzar sin saber a dónde se pretende llegar, en este sentido, el camino se convertiría en vagabundear. O quizás, se pueda caer en
la trampa del laberinto que cansa, pero del cual no es posible salir. Vivir la historia de manera sinodal significa que la Iglesia debe recordar: caminar juntos; acompañados por Jesús y hacia el encuentro con el Padre.
– De las perspectivas teológicas de la obra lucana, ¿cuáles le parecen las más necesarias para el momento actual?
– No son pocas las perspectivas teológicas de Lc-Hch y me limitaré a señalar dos. La primera que quisiera destacar es la universalidad de la salvación. Resuena desde el inicio del evangelio «toda carne verá la salvación de Dios» (Lc 3,6). No hay ningún libro bíblico que subraye con la misma fuerza de Lucas la participación de Israel y de los gentiles en el plan divino de salvación. Esta dimensión de universalidad implica que la Iglesia de hoy no debe olvidar que «Dios no hace acepción de personas» (Hch 10,34). El segundo aspecto, de las muchas implicaciones que tiene la
teología lucana, sería la relación entre la acción salvífica de Dios y responsabilidad ética. El don de Dios que es alegría y salvación (Hch 5,31; 11,18) no es un objeto, sino una relación que llama al
hombre a la conversión. La conversión establece una nueva relación con Dios, pero también con el ambiente comunitario, donde el arrepentimiento hacia Dios y el perdón de los hermanos se viven de manera análoga. La misma oración −Lucas nos muestra en nueve ocasiones a Jesús en oración− se convierte en una responsabilidad y una invocación a Dios para que se haga responsable de las necesidades de los hombres.
– «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”, dice Jesús en la sinagoga de su pueblo. ¿En qué medida ese “hoy” puede aplicarse a nuestro momento actual?
– En el episodio de la sinagoga de Nazaret (Lc 4,16-30) Jesús se aplica a sí mismo el texto de Isaías (Is 61,1-2) y se presenta así como profeta que inaugura el año jubilar, trayendo la esperada
liberación definitiva. El tiempo de la salvación definitiva para todos, anunciado por la Escritura, tiene su «hoy» en Jesús. El «hoy» es la base de la teología histórica de Lucas y presenta a Jesús como el que cumple la promesa de Dios. Este «hoy» se convierte así en un motivo central de la teología lucana y abarca la misión de Cristo en su totalidad: se encuentra en el momento de su nacimiento (Lc 2,11), y a lo largo de todo su ministerio (Lc 5,26; 13,33; 19,5.9) hasta el momento supremo de su muerte (Lc 23,43). Por eso, el continuo «hoy» en la vida de Jesús tiene que ser un «hoy» presente, un «ahora» incesante en la vida de sus seguidores.
– ¿En qué sentido la obra de Lucas anima la esperanza cristiana?
– El episodio paradigmático de Emaús muestra que durante el camino ‒ya sea a Emaús, ya sea el camino de la vida‒ no son pocos los que pierden la esperanza (Lc 24,21). En este caso, si se presenta a Jesús en pasado o como un recuerdo lejano, poco o nada podrá ayuda a la esperanza de hoy. La experiencia de Jesús resucitado cambia la perspectiva, pero, sobre todo, la vida de sus discípulos, que pasan de la desesperanza al testimonio, del miedo a la alegría, de la muerte a la Vida. Este mismo proceso, que puede denominarse Vida en el Espíritu es la esperanza cristina, necesaria, urgente e irremplazable en la vida de la Iglesia actual.