Entrevista: ‘El Concilio de Nicea: novedad y continuidad, audacia y fidelidad’

Entrevista: ‘El Concilio de Nicea: novedad y continuidad, audacia y fidelidad’

ENTREVISTA

Patricio de Navascués Benlloch

Catedrático de Patrología (Facultad de Teología, Universidad San Dámaso, Madrid)

«El Concilio de Nicea: novedad y continuidad, audacia y fidelidad»

Patricio de Navascués es presbítero diocesano de Madrid desde el año 1996. Se doctoró en Teología y Ciencias Patrísticas en el Instituto Patrístico «Augustinianum» (Roma) en el año 2002, bajo la dirección del profesor Manlio Simonetti. Actualmente es profesor catedrático de Patrología en la Universidad San Dámaso (Madrid), así como profesor invitado del Instituto Patrístico «Augustinianum» (Roma). Ha sido Decano de la Facultad de Literatura Cristiana y Clásica «San Justino» de Madrid, desde el año de su fundación hasta 2020. Su campo de investigación preferencial es la teología de los primeros siglos que condujo, entre otras cosas, al concilio de Nicea. Con esa temática ha protagonizado las últimas sesiones de la Formación Permanente del Clero, bajo el título ‘Lecciones para hoy del I Concilio de Nicea después de 1.700 años’

 

– ¿Cuáles fueron, en su opinión, las verdaderas claves del Concilio de Nicea?
– Creo que algunas de las claves características de ese concilio son las nuevas condiciones políticas que se daban para las discusiones internas de los cristianos, así como la envergadura de la discusión doctrinal: por un lado, muy distribuida, muy expandida, sobre todo en el Oriente, por otro lado, muy diversificada, no reducible, en absoluto, a solo dos bandos.

– ¿Qué cosas debía haber aportado y luego no tuvieron la trascendencia que merecían?
– El Concilio de Nicea, considerado en sí mismo y al margen de la historia posterior, no logró pacificar la discusión en torno a la naturaleza divina de Cristo, aunque pusiera las bases para ello. Probablemente, desde el punto de vista también de sus cánones, tampoco logró que se pudieran cumplir cada uno de ellos, pero esto es algo común a casi todos los ordenamientos jurídicos de cualquier tipo.

– ¿Por qué sigue vigente 1.700 años después y en qué observamos su aplicación hoy en día?
– Haber eliminado la ambigüedad de algunas afirmaciones acerca de la naturaleza divina de Cristo y haber ofrecido a los creyentes la clarividencia del Símbolo o credo niceno.

– ¿Por qué sigue vigente 1.700 años después y en qué observamos su aplicación hoy en día?
– La vigencia del Concilio de Nicea tiene, a mi juicio, más de un perfil. Por un lado, se ofrece una respuesta a la doctrina errónea de Arrio que sigue siendo válida. No representa una novedad respecto del contenido, pero sí en el modo de afirmarlo. Arrio provocó que la expresión de la fe en la igual divinidad de Cristo respecto del Padre abandonara modos ambiguos o poco claros y lo proclamara de un modo que permanece siempre válido. Por otro lado, el concilio de Nicea, o, mejor dicho, el modo de recibir lo que allí sucedió ha ido perfilando también el papel del Magisterio y su relación con la interpretación de la Sagrada Escritura en la Tradición de la Iglesia, algo que no todos los que defendieron Nicea en los años inmediatamente posteriores al concilio, supieron ver con la misma lucidez. Esa recepción de Nicea acertada consideró el papel necesario y en condiciones, hasta infalible, del Magisterio, que, por otro lado, está siempre necesitado de irse progresivamente completando. Además, el modo de comprender el destino universal de los cánones conciliares también marca una estela que permanece vigente.

– Tras casi dos milenios. ¿Hacia dónde cree que debe dirigirse la Iglesia en la actualidad?
– Tal vez, podríamos recordar del concilio de Nicea la necesidad de proclamar la fe con los términos propios de la cultura contemporánea, sin sucumbir, al mismo tiempo, a la secularización, de modo análogo a como en aquel concilio se sirvieron de términos propios de la filosofía para impedir que la doctrina cristiana se helenizara y servir al contenido genuino de la fe.

– Acabamos de salir del Sínodo de la Sinodalidad que ha puesto en la palestra varias novedades. ¿Es suficiente con aplicar sus conclusiones o cree que se deben marcar todavía otras líneas de trabajo cara al futuro? ¿Cuáles son esas líneas sobre las que habría que trabajar?
– Entiendo que todo lo relacionado con este sínodo es muy reciente para poder evaluar su eficacia y recepción. Con una perspectiva histórica, hemos de constatar que el origen de los sínodos en la Iglesia se nos presenta como un fenómeno «natural», fruto del desarrollo y crecimiento de la vida de los cristianos en los primeros siglos. Podemos señalar que, antes de que surgiera la institución de los sínodos –parece que a finales del siglo II– y se fuera consolidando a lo largo del siglo III, podríamos hablar de un espíritu sinodal ya presente claramente en algunos episodios de la vida de la Iglesia, como el que refleja Hechos de los Apóstoles 15 o el episodio de la revuelta en Corinto, a finales del siglo I, que provoca la intervención de la Iglesia en Roma a petición de los cristianos de Corinto. Da la impresión de que, desde muy pronto, surgieron conflictos y discusiones en el seno de las comunidades cristianas que no podían ser resueltos en los límites de cada comunidad cristiana. La correspondencia epistolar, con autoridad reconocida, entre iglesias participa de elementos muy parecidos a los que están en el origen de los sínodos. De algún modo, el surgimiento del sínodo presupone necesariamente el deseo de comunión de los cristianos, que podían encontrarse físicamente distantes unos de otros, y la maduración del modo de organización de la Iglesia con un solo obispo por cada iglesia local.

“De algún modo, el surgimiento del sínodo presupone necesariamente el deseo de comunión de los cristianos”

El siglo IV propiciará avances en el modo de coordinar la autoridad colegial del sínodo con la personal del sucesor de Pedro. Mi palabra no tiene especial competencia para sugerir a la Iglesia de hoy líneas de trabajo. Me atrevo a recordar que, en su primera acepción común a todos, creyentes o no, el término griego sínodo significaba ‘reunión’. Pues bien, antes de que la susodicha palabra adquiriera entre cristianos un significado técnico explícito semejante al concilium latino, ‘sínodo’ era término que podía utilizarse también para referirse a las reuniones eucarísticas. Sería bueno pensar que todo lo que implica la convocatoria de la eucaristía para los cristianos es la matriz donde pueden darse con sentido cualesquiera reuniones sinodales que se consideren necesarias. La Iglesia, como sabemos, es mariana antes que petrina.

Publicado en la revista diocesana Iglesia en Plasencia, número 623 de 16 de marzo de 2025.