Elisa Ávila, misionera: «Las prioridades en los lugares de misión son distintas»

Elisa Ávila, misionera: «Las prioridades en los lugares de misión son distintas»

Con 29 años, la hermana Elisa Isabel Ávila Morcillo, dominica, aterrizaba un día en la África. Allí, ha desarrollado su labor misionera durante un cuarto siglo, la mitad de su vida. Natural de Granada, durante esta semana ha visitado distintos centros educativos para trasladar su testimonio a los más jóvenes dentro de la campaña Contra el Hambre de la delegación placentina de Manos Unidas. Ahora, afronta dos años en España, aunque ya está deseando volver a la República Democrática del Congo y Camerún, los países donde se ha desarrollado como persona y como religiosa y donde ha ayudado a desarrollarse a numerosos nativos.

– Para ser religioso hay que tener vocación, ¿y para ser misionero?

– Es parte de la vocación, pero, al menos, en mi caso, ha sido parte de un proceso, pues en principio, no pensaba ser misionera. En ese proceso, en ese seguimiento a Jesús, en la oración y en prestar atención a lo que sientes dentro, me fui dando cuenta que iba a ser más feliz estando más cerca de quien más lo necesitaba y así fui dando pasos. Hablando con una hermana que era la priora de allí le compartí esta inquietud y le dije que quería ir dos meses como prueba. Ella me dijo «sé generosa con Dios. No le des dos meses, dale dos años». Y se convirtieron en veinticinco.

– ¿Cambiarías alguna de las dos?

– Cada una tiene su momento. Aquí he estado en lo que era la primera etapa de formación. He estado más en la misión allí. Ahora estoy en una misión aquí al sur de Granada por dos años y estoy muy contenta, porque también estoy cerca de los que necesitan (trabajadores de invernaderos, inmigrantes, los niños tras el colegio vienen con nosotros, les ayudamos,…). También ves esa realidad aquí. Pero si tuviera que elegir elegiría África. Se que a los dos años me pueden dar otra misión, pero a mí lo que me da felicidad es aquello y, en principio, regresaré.

-¿Qué tiene África?

-Tiene todo. Todo lo que puedes compartir con los que más necesitan, pero también aprendes mucho, recibes mucho más de lo que das. Son gente que no tienen nada, pero te lo dan todo. Son súper acogedores, siempre contentos, siempre con una serenidad. África te da como lo más verdadero de la humanidad.

-Supongo que sus líneas básicas de trabajo se centrarán en alimentación, sanidad y educación.

La hermana Ávila, junto a Ángeles Valero, delegada de Manos Unidas en Plasencia.

-Sí. Luchar por lo más necesario y Manos Unidas nos ha ayudado siempre en esos terrenos, el acceso al agua, a la salud. Ahora en los micro créditos para que las mujeres tengan futuro.

– ¿Cuanto queda por hacer?

– Muchísimo. Se ha avanzado mucho, pero todavía queda más por hacer. Cuando llegué al Congo me tocó poner de pie un colegio, pero ya estaba Manos Unidas y nos ayudó a todo lo que era construcción, agua, saneamiento, primero con una cisterna y luego ayudando con otras necesidades. El barrio era muy pobre y no había acceso a nada. Luego tuvimos que ampliar el colegio y en una parcela que era muy cara nos decían eso… Es que el colegio ha valorizado la zona. Es una alegría ver cómo se fue desarrollando la zona. También hemos estado desde siempre con las mujeres, con su formación. Allí lo que hay es para el hombre.

– Los resultados son tangibles. Tiene que ser una satisfacción.

– Sí. Son palpables. Hay chicas que trabajan allí en el propio colegio, chicas que han abierto talleres y dan incluso trabajo a otras. Sí se ve, pero queda muchísimo. Tanto la educación como la sanidad, son privadas. Necesitamos mucha ayuda porque no puedes poner unos precios muy altos, aunque si son muy bajos tampoco te da para pagar a profesores o renovar material. Por eso la ayuda de Manos Unidas es necesaria, para no cargar a los padres. Que puedan tener acceso bueno y los trabajadores, por su parte, tener salarios decentes.

– Desde su experiencia, ¿se nota tanta diferencia entre la sociedad ‘occidental’ y los países en los que ha trabajado? ¿Se puede seguir hablando de que aquí lo tenemos todo y allí nada?

– Concretamente este año he tenido un ejemplo muy claro. Vienes de una sociedad donde luchas por comer lo imprescindible y aquí, en cambio, un día salí a  comer con la familia a un ‘buffet’, donde podías elegir lo que quieres. Yo me sentía agobiada, desbordada y más sabiendo que al final del día, lo que sobra, lo acaban tirando. Me llamaba la atención, porque, por ejemplo, mis sobrinos no terminaban de encontrar lo que les apetecía. Los valores cambian y yo siempre que puedo animo a la gente a que pueda hacer un tiempo de voluntariado donde puedan ver otra realidad distinta. Aquí se va un día internet y estamos súper agobiados. Allí hay sitios donde ni siquiera lo hay. Y la gente vive, incluso más feliz. Allí no hay prácticamente depresiones. Quizá porque el centro de nuestras prioridades es otra. Te aporta mucho.

– Se está insistiendo mucho en la presencia de los laicos en misiones. ¿Qué opina?

– Allí, en las misiones, la mayoría somos religiosos, pero hay mucha acogida, mucha colaboración. La gente está acostumbrada a la colaboración y está muy abierta, muy disponible. Nosotros hemos acogido familias enteras. Es una experiencia fenomenal para aprender a compartir con otras culturas ,… los chicos estaban súper felices. Bailaban más que los africanos. Al final, todos somos personas. Todos queremos ser felices, luchamos por tener una educación, por salir adelante. Compartían que es más lo que podemos compartir que lo que nos separa.

– ¿Ha vivido situaciones de peligro?

– Concretamente no he vivido una situación en peligro como tal. En el Congo hay una zona complicada. De hecho, está habiendo conflictos importantes, pero yo no he vivido esa zona concretamente. Sí recuerdo que cuando llegué a África acababan de salir de la guerra y había toque de queda y a mí me llamó mucho la atención, militares por todos los sitios, carros de la ONU. Pero en realidad, nosotros vivimos en el extra radio y todo bastante tranquilo. Siempre tenemos mucha protección e intentamos escuchar a las autoridades lo que hay que hacer. Recuerdo que estando en Camerún, uno de nuestros guardianes murió en accidente de moto y hubo que llevarlo a su casa en la zona peligrosa. Yo quería ir y no nos dejaron.

– Si la Iglesia no hiciera esta labor, ¿quién lo haría?

– Vamos a ver. Educación hay, pero quedaría mucho por hacer. Y en salud igual. Hay hospitales por todos sitios, pero, por ejemplo, en nuestro hospital de Camerún (cinco comunidades dominicas se unieron para su gestión) se está trabajando muy bien. De hecho, empezaron con cuatro camas y, hoy en día, tiene más de 350 enfermos al día y 200 personas trabajando. Es un hospital que creció mucho gracias a Manos Unidas y está muy bien, porque el lema es «poner a la persona de pie», devolverles su dignidad, y lo llevan a rajatabla tras descubrir que, uniéndose las cinco comunidades, se podía avanzar mucho más. Hay mucha corrupción y los hospitales son muy caros. Además, tienes que llevar tus propios termómetros, jeringas y otros elementos y mucha gente moría en los pasillos de los hospitales. Ahora, nuestro hospital tiene precios muy asequibles y se ha avanzado mucho. También se ayuda a las familias con micro créditos, hay servicios donde se trabaja sobre morir con dignidad y se dan formaciones a las personas y colectivos sobre cómo prevenir o afrontar enfermedades como el SIDA.

– ¿Cómo está el tema del SIDA?

– La verdad es que tiene un alto índice de mortalidad, pero menos que hace unos años porque hay más información y ha dejado de ser tabú.

– Dice el lema de Manos Unidas que ‘Compartir es nuestra mayor riqueza’. ¿Lo ha podido comprobar?

– Sí. Compartir no es sólo lo material. Lo material alivia mucho, pero compartir tu tiempo, tus habilidades, también es muy importante.

– Usted participa en la campaña de Manos Unidas, que lleva ya décadas y cada vez es más difícil su labor. ¿Cómo se lucha?

– En mi caso transmitiendo mi experiencia, porque mi vida ha cambiado para bien. Siento mucha fuerza en Dios, pero también lo veo en las personas que están a mi alrededor, en todos los colaboradores, en Manos Unidas. A mí me da mucha fuerza porque te llama mucho la atención. Más del 99 por ciento de lo que dan los donantes a Manos Unidas llegan a los proyectos y eso es un aval muy importante. Lo que tienen de organización interna es prácticamente nada y eso es gracias a la labor de los voluntarios. Es luchando por la creencia en que la humanidad lo necesita.