04 Oct El Ministerio Episcopal (primera parte)
A continuación reproducimos los artículos de Francisco Torres (Profesor de Liturgia) que, durante los tres números anteriores a la ordenación de don Ernesto Brotóns como Obispo de Plasencia, explican el rito por el cual se rige la ceremonia. El viernes saldrá la segunda parte y el próximo martes, 11 de octubre, la tercera.
El Ministerio Episcopal
La ordenación de un obispo es un acontecimiento solemne en la vida de la Iglesia diocesana. Cristo, para que su misión quedara perpetuada en el mundo a través de los siglos, llamó a un grupo estable de varones a los que confió su mismo poder para predicar y convertir a los pueblos, para que los santificaran y los gobernaran. Los apóstoles, previendo su muerte y para que la misión no se agotara con ellos, se preocuparon de instituir a sus sucesores, precisamente, para que terminaran y consolidaran la obra que ellos empezaron estos son los obispos. Las oraciones que se rezan en la liturgia nos ofrecen una síntesis perfecta de qué es un obispo católico romano. De ellas nos serviremos para ofrecer en este artículo unas pinceladas que nos ayuden a comprender la transcendencia e importancia del acontecimiento que se acerca en nuestra diócesis.
Para la antífona de entrada de la misa de ordenación, tomada de Lc 4,18, la ordenación episcopal es, ante todo, una acción del Espíritu Santo que descenderá sobre el candidato al episcopado para otorgarle sus dones. En esta antífona se señalan las dos primeras preocupaciones que tienen que anidar en el corazón de un obispo: 1. La evangelización de los pobres y 2. La de sanar las heridas que afligen a los hombres y mujeres de este mundo. El obispo tiene como labor primera salir y, hacer salir con él a su pueblo, al encuentro de los más débiles y necesitados de sanación.
La oración colecta destaca que la llegada de un nuevo obispo a una diócesis es un acto de la generosa providencia de Dios y se pide, para él, ejercer un recto gobierno; y ser testimonio vivo de palabra y obra del amor de Dios. El obispo es para una diócesis concreta. Y es precisamente esta porción del Pueblo de Dios quien demanda aquello que más necesita en estos momentos: un Pastor que le guíe por los caminos del Evangelio.
En la oración sobre las ofrendas todo el pueblo se une para orar por el nuevo obispo. Su misión es algo que no puede realizar solo por sí mismo, sino con la ayuda y oración de todo el pueblo de Dios. Esta intención encierra un claro mensaje para toda la grey: quien está unido al obispo, obtiene unos vínculos espirituales fuertes con éste que le deben llevar a cooperar con él en la evangelización de los pobres y en la sanación de los corazones atribulados.
La antífona de comunión, tomada de Jn 17, 17-18, recuerda al obispo que, junto a la Eucaristía, debe alimentar, también, al pueblo con la Verdad, fuerza santificadora, que es el mismo Jesucristo. Pero también, esta antífona pretende recordar al obispo que, en medio del desgaste que supondrá su nueva misión, siempre tendrá el alimento eucarístico para reponer fuerza y desahogar sus inquietudes.
En la oración de postcomunión se pone de manifiesto que tanto el pastor como el rebaño necesitan del auxilio del Espíritu Santo para cumplir con su deber de agradar a Dios con una vida santa y comunicarnos, así, la misericordia del Padre. Este mismo Espíritu ha de generar en el pastor sentimientos profundos de compasión respecto a su grey. El sacrificio de una vida entregada a la administración del perdón y de la indulgencia, de la caridad activa y sincera, de la unción y de la crismación, de la consagración y de la ordenación, es una vida entregada a agradar a Dios. Es la vida de un obispo que ama a su grey. Con cada uno de estos actos, en la vida del obispo se hace realidad lo que la liturgia de pastores dice en su responso: «este es el que ama a sus hermanos, el que ora mucho por su pueblo».
Francisco Torres Ruiz
Profesor de liturgia