04 Ago D. Ernesto Brotóns: “Es la hora de la confianza y de la fe en un contexto muy distinto, seguramente, al que hemos crecido”
A continuación reproducimos la entrevista publicada en Iglesia en Plasencia a don Ernesto Jesús Brotóns Tena, nuevo Obispo Electo de la Diócesis de Plasencia, cuya toma de posesión se celebrará el próximo 15 de octubre, a las 11 horas.
A sus 54 años, Monseñor Ernesto Brotóns afronta el reto de conducir la Diócesis de Plasencia. Nacido en Zaragoza el 20 de febrero de 1968, su trayectoria ha estado marcada en dos facetas, la pastoral y la teológica. En la primera empezó en el mundo rural como administrador y párroco en diversos municipios, algunos de ellos con muy pocos habitantes. Tras su paso por la Universidad Pontificia de Salamanca para, primero licenciarse, y luego doctorarse en Teología, se convirtió en un eminente teólogo y docente, llevando al más alto nivel al Centro Regional de Estudios Teológicos de Aragón y al ISCR Nuestra Señora del Pilar, de los que es el actual máximo responsable. También ocupó distintos cargos pastorales en la Archidiócesis de Zaragoza. Ahora, nos muestra su sencillez, su capacidad de reflexión y su disposición a afrontar los retos que se presentan tanto a nivel general en la sociedad y en la Iglesia, como en la Diócesis de Plasencia.
–¿Quién es el que ha sido nombrado por el Papa Obispo de la diócesis de Plasencia?
-Sencillamente, el hijo de Ernesto, de Cocentaina (Alicante), y de Carmina, de Zaragoza. Sacerdote de Zaragoza, nacido en una familia sencilla, creyente, trabajadora. En medio de mis muchas fragilidades y limitaciones, valoro mucho estas tres cualidades.
-¿Desde cuándo quiso ser sacerdote y alguna vez pensó que podría ser obispo?
-Sentí la inquietud por el sacerdocio desde niño; de hecho, desde pequeño siempre experimenté cierto gusto e interés, por así decirlo, «por las cosas de Dios», y entré en el Seminario Menor con catorce años, tras haber hecho la EGB en los marianistas. Lógicamente, esto no quiere decir que tuviera entonces todo claro. He crecido como persona, creyente, y vocacionado al sacerdocio con todos los vaivenes propios de la adolescencia, la juventud e, incluso, me atrevería a decir, de la vida adulta. Reconozco el papel decisivo que jugó en mi vocación la activa participación en la vida de la parroquia del barrio, San Lorenzo Mártir, como un joven más. Pepe y Alfredo, sus curas, para mí siempre referentes, segundos padres, mimaban los grupos de jóvenes y nos daban un protagonismo activo y comprometido que, sin duda, nos marcó a todos y creó unos lazos que todavía perviven. Allí creció mi fe, mi vocación y crecí como persona. Junto a ellos tendría que mencionar, además, otros muchos rostros, realidades, comunidades… que, seguramente, harían la entrevista demasiado larga. Me siento afortunado.
En cuanto al episcopado, últimamente corrían ciertos rumores, pero siempre he pensado que la rumorología no conduce a nada bueno y no conviene ni potenciarla, ni hacerle demasiado caso, pues nunca sabes de dónde nace y por qué, con qué intención. Casi nunca es buena. Para mí eran «fake news». No creía, realmente, que entrara en los planes del Señor, ni entraba, por supuesto, en mi proyecto vital, dentro de lo que yo pensaba que Dios y la Iglesia me pedían, y que en estos momentos apuntaba más hacia la teología.
-¿Cómo recibió su designación?
-Con sorpresa, susto, balbuceando… Fue el 28 de junio. Inmediatamente, me fui al Pilar, para discernir en oración ante la Virgen. De su mano, acepté, sintiéndome muy pequeño, pero con una inmensa confianza en Dios y ya en vosotros.
-¿Cómo ha vivido el tiempo transcurrido desde el momento en que el Nuncio le transmite la noticia y su publicación?
-Con una mezcla de sensaciones encontradas: por una parte, nervios (el no poder compartirlo con la gente que quieres se hace duro) y preocupación por mi familia, por la distancia, por las tareas, la realidad y la gente que dejaba aquí, por la misión y responsabilidad asumida; y, a la vez, por otra, con una paz cada vez mayor (en definitiva, la vida se resume en confiar), con ilusión y con querencia ya e interés por esta Iglesia de Plasencia (me empapé de la web de la diócesis, noticias, las constituciones sinodales, el plan de pastoral…). Todo eso lo llevaba a la oración. Además, estaba el día a día: el trabajo en los dos centros de estudios teológicos que dirijo, la parroquia, mis tareas habituales, etc. Eso ocupaba también mi atención y no me dejaba tampoco mucho tiempo para darle vueltas a la cabeza.
-¿Cómo fue el momento de dar a conocer el nombramiento y qué respuestas le han llegado?
-El momento elegido fue precioso, el día de la Virgen del Carmen, y el acto en sí mismo, en Zaragoza, como aquí en Plasencia, fue muy sencillo, lo habréis podido ver en YouTube, acompañado por mi arzobispo, mi familia y los medios, y poquitos más. Después, todo ha sido muy intenso, desbordado por las muestras de cariño de la gente. No sé si llegarán ya a trescientos los mensajes, llamadas, cartas de familiares, amigos, compañeros, diocesanos de Plasencia, hermanos obispos, autoridades civiles, gente de las parroquias, comunidades, plataformas y asociaciones con las que he compartido vida y misión. Me he sentido muy acogido por D. Ciriaco, nuestro Administrador Apostólico, los vicarios y el Colegio de Consultores. Lo dicho, me siento afortunado.
-La llegada a Plasencia supone el traslado de Zaragoza. ¿Cómo se presenta el cambio? ¿a quiénes y qué va a suponer un reto distanciarse de ellos?
-El cambio es todo un reto; supone «salir de mi tierra», de lo conocido, de mi espacio de confort. Lo más difícil es distanciarte en el día a día de los amigos y de mi familia. Siempre se hace duro amar «en la distancia» y sé, como os decía en mi primer saludo a la diócesis, que, para mi familia más cercana, mis padres, ya mayores, mis hermanos, mi sobrino, no es un sacrificio baladí. También sé que voy a echar de menos, entre otras muchas, a todas las personas con las que he estado compartiendo fe y vida tanto en el Centro Regional de Estudios Teológicos de Aragón (CRETA), en el ISCR Ntra. Sra. del Pilar y en la parroquia de la Presentación de la Virgen y la comunidad de la Inmaculada donde colaboraba. Con todo, su acogida gozosa de la noticia, su apoyo y comprensión, lo hace más fácil, como lo hace más fácil vuestra acogida y confianza. Aparte de lo afectivo, quedará ahora la tarea práctica de sustituirme aquí en Zaragoza en el trabajo pastoral que estaba desempeñando. Pero, vamos, en la Iglesia y en la vida, todos somos necesarios, pero nadie es imprescindible.
-¿Cómo enfoca su trabajo durante las próximas semanas hasta su incorporación a la diócesis?
-En estos momentos estoy compaginando las tareas de dirección del CRETA y del ISCR y mis ocupaciones habituales con el contacto inicial con la realidad diocesana de Plasencia. Ya he estado reunido en Madrid con D. Ciriaco y el Colegio de Consultores y esta misma semana hago una primera escapada a Plasencia para situarme. Es cierto que en agosto voy a tener un periodo de descanso, y, en septiembre, además de seguir al tanto de los preparativos de la ordenación, y ultimar asuntos tanto en el CRETA como en el ISCR, deberé marchar a Roma para participar en el curso de formación para los obispos de reciente nombramiento, organizado por el Dicasterio para los Obispos, y haré ejercicios espirituales, para no despistarme de lo fundamental. Creo que voy a estar entretenido, trabajo no me va a faltar.
-¿Ya hay fecha de la ordenación episcopal y cómo se va a desarrollar?
-Como ya se ha hecho público, la ordenación será el 15 de octubre, fiesta de Santa Teresa, a las 11h. Todavía no está decidido el lugar y cómo se desarrollará, ya que, como sabéis, en la Catedral se está celebrando la exposición de las Edades del Hombre. Sí me gustaría que fuera participativa y sencilla.
-¿Desea marcar alguna prioridad en su toma de posesión en la diócesis?
-Mi prioridad ahora es conoceros y conocer la realidad, escuchar mucho, y, sumarme como condiscípulo y pastor, caminando juntos, al trabajo que se viene ya realizando. No soy un francotirador, ni un paracaidista. Hay una tradición sinodal importante en esta Iglesia y un plan pastoral que está ahí y nos puede guiar perfectamente en este momento de conversión pastoral y misionera que vivimos y con el que debemos comprometernos.
Por otra parte, mis convicciones y prioridades de fondo las plasmé ya en el saludo y las reiteraré una y otra vez. No son nuevas, ni mías. Forman parte del ADN eclesial. Pertenecemos al modo en el que Dios uno y trino, misterio de comunión y amor, ama este mundo, con un estilo muy determinado, el propio de Jesús, el que marca el Espíritu: hermanos y servidores de los más pequeños, unidos, todos, corresponsables, caminando juntos, signos e instrumentos de comunión y de fraternidad en medio de nuestra tierra, al servicio del Reino de Dios y del anuncio de Jesús y su Evangelio. Comunión, participación y misión van de la mano.
-¿Cuáles serán las primeras actividades tras su ordenación como Obispo de Plasencia?
-El pasado jueves con el Colegio de Consultores empezamos a diseñar la agenda inicial. En primer lugar, orar ante la Madre, Ntra. Sra. del Puerto. Poco a poco, iré peregrinando a las distintas ermitas y santuarios de la diócesis, a la iglesia donde se veneran las reliquias de nuestros santos hermanos patronos, y, por supuesto, al Real Monasterio de Ntra. Sra. de Guadalupe. Después, o a la par, conocer y confirmar inicialmente en sus cargos a los principales responsables en el pastoreo de la diócesis, poner en marcha lo antes posible los distintos consejos diocesanos, y, como decía arriba, iniciar una serie de visitas que me permitan ir conociendo de primera mano la realidad diocesana en todos los ámbitos: irme encontrando con los sacerdotes, laicos y religiosos, conocer el trabajo social de nuestra Iglesia, también la vida contemplativa, saludar a las autoridades civiles, comenzar a visitar parroquias y comunidades, conocer sus planes y proyectos pastorales… Con los vicarios de pastoral, iré poco a poco concretando la agenda.
-¿En qué le puede ayudar su experiencia personal y pastoral en su ministerio episcopal?
-Todos sabemos que, en gran medida, las experiencias que vivimos nos configuran. Voy a darme y servir a esta diócesis desde lo que soy y lo vivido. La experiencia siempre te ofrece una perspectiva, unas claves, unas herramientas, también convicciones y valores de fondo, que, compartidos, dialogados y enriquecidos con las experiencias de los demás, en una dinámica de encuentro y corresponsabilidad, verdaderamente sinodal, nos permiten a todos avanzar, ver, discernir la realidad, actuar, servir.
-¿Conoce mucho de nuestra diócesis y de nuestra realidad local?
-Sinceramente, no mucho. Estoy en ello; poco a poco me voy informando y conociendo. Es cierto que muchas de las preocupaciones, dificultades o inquietudes que voy escuchando son comunes también a mi diócesis de origen y a la realidad eclesial general; pero es necesario contemplarlas y discernirlas desde la realidad concreta, para no caer en vagas generalidades, aunque cierta distancia siempre sea necesaria para ampliar la perspectiva. Por eso, como decía arriba, conocer la diócesis y esta tierra, de la que me siento ya parte, escuchar mucho, dialogar, es una de mis prioridades.
-En su trayectoria destaca tanto por su faceta pastoral como por la teológica/docente. ¿Cuáles cree que son sus puntos fuertes en ambas?
-Esta pregunta, realmente, la responderían mejor los que han trabajado conmigo. Si tengo que responder algo, me quedo con la actitud de servicio y la capacidad de trabajo.
-Ya ha tenido la primera toma de contacto con el Colegio de Consultores. ¿Qué destaca de esa reunión?
-Destaco la acogida, el diálogo sincero y distendido sobre el momento eclesial y social que estamos viviendo, el interés y la preocupación pastoral, y, ante todo, el clima fraterno. Hubo sintonía. Yo, al menos, me sentí acogido y a gusto.
-¿Cuáles son los retos que se marca en su nueva etapa pastoral y en los que cree que debe insistir en Plasencia?
-De momento, solo puedo hablar de mis convicciones de fondo. Como decía arriba, debo conocer bien la realidad de la diócesis y sumarme al trabajo, los proyectos y la dinámica pastoral en la que esta Iglesia está ya inmersa. No partimos de cero. Soy consciente, de que, como pastor, en estos tiempos recios que estamos viviendo en muchos órdenes, me toca acompañar y dejarme acompañar por vosotros, a la vez que confirmaros, humildemente, con la ayuda de Dios, en la fe, en la comunión y en la misión. Para ello, como os decía en mi saludo inicial, le pido al Señor entrañas de pastor, sabiduría y humildad, capacidad de discernimiento y coraje.
Partiendo de aquí y de todo lo bueno que ya se está haciendo, mi preocupación fundamental es avanzar en el camino de conversión pastoral y misionera en el que está inmersa la Iglesia, atentos a los signos de los tiempos, a lo que la vida y la realidad, y el Espíritu a través de ella, nos está pidiendo. Nos va a tocar orar y dialogar mucho, escuchar, discernir juntos, evaluar, convertirnos, seguramente, en algunas cosas, potenciar otras, clarificar prioridades, marcarnos un proyecto a medio plazo… para responder a las necesidades actuales de la evangelización en nuestra tierra.
Debemos ser conscientes de que fórmulas que en otro tiempo fueron válidas, igual no lo son en este cambio de época que vivimos, en una realidad muy plural que nada tiene que ver ya con una sociedad de cristiandad, pero en la que el Evangelio sigue teniendo una palabra significativa y «pro-vocativa» que decir. Lógicamente, en este contexto, me preocupa la crisis vocacional, al sacerdocio, a la vida religiosa y también al laicado comprometido, la pastoral con jóvenes y la necesaria formación de los cristianos para vivir y dar hoy razón de su esperanza. Es mucho el trabajo por hacer. Las reflexiones sinodales, los itinerarios marcados, por ejemplo, por el Congreso de Laicos (primer anuncio, acompañamiento, formación, presencia en la vida pública), además, sin duda, del magisterio del papa Francisco (remito a la hoja de ruta de Evangelii gaudium), nos van dando pistas importantes. Toca ver cómo encarnarlas en la realidad concreta de nuestra diócesis y de nuestros pueblos, muy atentos a las peculiaridades y valores de la vida y la pastoral en el medio rural, donde se valora el encuentro, la hospitalidad, la religiosidad popular, la austeridad y el trabajo, la contemplación y el cuidado de la naturaleza. Todo ello sabe a Evangelio. No perdamos de vista, por otra parte, que la Iglesia no existe para sí misma. Hagamos nuestras las palabras de Jesús: “Yo he venido para que tengan vida y vida en abundancia” (Jn 10,10).
-La Iglesia se encuentra en constante transformación. ¿Hacia dónde cree que debe caminar su futuro a corto/medio plazo?
Es ahondar en lo dicho arriba. Me limito de momento a actitudes de fondo: una Iglesia que sea contemplativa, orante, que celebre gozosamente su fe, centrada en lo esencial, el amor a Dios y de Dios y al prójimo, empapada de Evangelio; una Iglesia acogedora, sencilla y amante de lo sencillo, corresponsable y participativa, que cuide sus pequeñas comunidades (no por pequeñas, menos vivas) y, a su vez, cree lazos y potencie lo comunitario, lo que une esfuerzos, el trabajo en red. Especial atención merece hoy esa dinámica inclusiva de la sinodalidad, que valora y otorga, justamente, responsabilidad a la mujer en la vida de la Iglesia y en su misión, que no olvida a los pobres y los pone en el centro.
El Espíritu nos mueve hacia una Iglesia que sea hospital de campaña y no aduana, entrañada de misericordia, casa paterna y madre de corazón abierto donde todas las personas tengan sitio, sin exclusión, con su vida a cuestas; que sea, como vengo repitiendo una y otra vez, hermana y servidora de los más pequeños, signo e instrumento de reconciliación y fraternidad en medio de una sociedad demasiado dividida y enfrentada, también en nuestros ambientes eclesiales, mostrando que es posible la comunión en la diferencia, aunque cueste; una Iglesia capaz de arrimar el hombro con todo aquel, sea cual sea su credo o ideología, que trabaje por el bien común, por la defensa de la vida, la dignidad y los derechos de todas las personas, empezando por los últimos y excluidos, por la construcción de una sociedad más justa, humana y fraterna; una Iglesia alegre, evangelizada y evangelizadora, en constante proceso de conversión, abierta al Espíritu, apasionada por Jesús y su Evangelio.
Probablemente, ya no será una Iglesia de mayorías, y, mucho menos, poderosa, pero sí significativa en clave y camino de Evangelio.
-¿Cuáles considera que son los actuales retos de la sociedad tanto a nivel universal como a nivel de España y qué papel debe jugar la Iglesia en ellos?
-Sin duda, estamos viviendo un momento difícil. De la gran recesión y crisis a todos los niveles de 2008, hemos pasado a la gran pandemia (hecho que ha marcado y condicionado estos dos últimos años), por no hablar de la crisis migratoria, la guerra de Ucrania, en medio de otros muchos conflictos que siguen estando ahí, y la nueva crisis económica que estamos padeciendo a causa de la pandemia y de la guerra, entre otros factores, y que está generando demasiada pobreza, desigualdades y exclusión.
Desgraciadamente, el actual cambio de época, sin negar sus luces, que son muchas, no lo olvidemos, viene acompañado, tal como ha denunciado el papa, de demasiados sueños rotos, que se manifiestan en las distintas crisis que estamos padeciendo: antropológica, social, ecológica, económica, sanitaria, de sentido. Percibo cierto miedo e incertidumbre y cierta tensión y agresividad social, demasiadas desigualdades, descartes y soledad. La alusión a la «soledad» nos obliga también a dirigir la mirada a nuestro mundo rural, que sufre, en gran medida, el azote del envejecimiento y de la despoblación, o los problemas que genera la reducción de servicios. Gracias a Dios, es de valorar todo esfuerzo de las distintas Administraciones y colectivos por mejorar la vida en el mundo rural, así como el de tantas personas que han hecho una opción personal por vivir en nuestros pueblos y trabajar por ellos.
Por otra parte, los cambios cada vez más acelerados que experimenta nuestro mundo, la globalización y, a la vez, los nuevos escenarios de fragmentación económica y social, la revolución digital y las redes sociales, los avances tecnológicos y científicos, nuestra plural posmodernidad… han transformado nuestro modo de vida, de relacionarnos, de comprendernos y también, probablemente, de comprender a Dios. En el plano explícitamente religioso, todos padecemos lo que supone el fenómeno de la secularización, esa sensación de que el tiempo de Dios ha pasado. Puede que los cristianos tengamos la impresión de que este nuevo mundo «se nos escapa» y nos deja a la intemperie, sin las seguridades de antaño. Es la hora de la confianza y de la fe, impelidos a decir una palabra nueva y significativa sobre Dios en un contexto muy distinto, seguramente, al que hemos crecido.
Hubo una serie en TV que se titulaba «Amar en tiempos revueltos». Algo parecido nos toca hoy. Nos toca amar y evangelizar en tiempos recios, decía santa Teresa, que necesitan amigos fuertes de Dios. Creo que nuestra sociedad está necesitada de espacios creadores de solidaridad y de esperanza, de una economía y una política, de un clima social y cultural, con rostro humano donde la persona vuelva a estar en el centro. Nuestra Iglesia encuentra aquí un ámbito privilegiado y urgente de misión. ¡Ánimo!