«Creo en Jesucristo, hijo único de Dios», carta de Monseñor Brotóns en Iglesia en Plasencia

«Creo en Jesucristo, hijo único de Dios», carta de Monseñor Brotóns en Iglesia en Plasencia

A continuación les ofrecemos la carta de nuestro Obispo, Monseñor don Ernesto Brotóns, publicada en el número 630 de la revista diocesana Iglesia en Plasencia. Es la segunda de las tres que el prelado dedica a acercarnos al Credo Niceno, justo cuando se cumplen 1700 años del Concilio de Nicea.

Creo en Jesucristo, hijo único de Dios

Continuamos con nuestro breve comentario del credo. Nuestra mirada ahora se dirige a Jesucristo, Hijo único de Dios, nuestro Señor y Hermano. Creer en Jesús, dejarte encontrar por Él, seguir sus pasos… ahí se decide todo.

Quizá debamos comenzar preguntándonos con sinceridad ¿qué significa para nosotros creer en Jesús? ¿de qué modo encontrarme con Él configura y orienta mi vida? No es una pregunta banal, porque no se cree impunemente en Él. Cristo aporta un horizonte diferente a la vida. Cuando de verdad es el centro, todo cambia, se ensancha el alma, los momentos más oscuros se iluminan, te sientes incondicionalmente amado, te atreves a amar, a entregar la vida, de su mano, con Él, por Él. No podemos creer en Jesús y que todo siga igual, sin que nada cambie en nuestras vidas, sin apasionarnos como Él por el Reino de Dios, sin entrañar sus sentimientos y actitudes (cf. Flp 2,5), a no ser que lo hayamos «domesticado», o que, como aquellos paisanos suyos de Nazaret (cf. Mt 13,55ss), nos hayamos acostumbrado tanto a Él que deje ya de sorprendernos y provocarnos. Desgraciadamente, pululan demasiadas imágenes «domesticadas» de Jesús, forjadas a nuestra imagen y semejanza. Unas lo deshumanizan, otras lo rebajan, intentando ponerle al servicio de nuestras pequeñas causas, en lugar de abrirnos al mayor servicio al que Él nos llama y exhorta.

El credo nos permite ver a Cristo en toda su grandeza.

En primer lugar, nos invita a no tener miedo de su divinidad. Es cierto que, a muchos, se les hace difícil creer en ella. No es algo nuevo. Ya Arrio consideraba que Dios no podía mancharse con nuestro barro y no eran pocos los que, ya entonces, como tantos hoy, consideraban a Jesús como un personaje genial, excelso, ejemplar, pero solo un hombre, un mero hombre.

Mas no nos acercaremos más a Jesús por poner en paréntesis su divinidad. De hecho, el credo nos acerca a su verdad más íntima, última. Lo hace, ciertamente, con expresiones que nos pueden resultar extrañas («de la misma naturaleza que el Padre», «engendrado, no creado»), pero que no hacen sino recoger la fe en Jesús de aquella primera comunidad cristiana que atrevió a preguntarse «¿quién es este en quien Dios obra semejantes cosas?».

Recojo la audaz confesión de fe de la Carta a Tito: en Jesús “se ha manifestado la gracia de Dios que trae la salvación a todos los hombres (…), la bondad de Dios y su amor al hombre” (Tit 2,11; 3,4). Es el sentir de los pequeños y de los pobres, de los hambrientos de amor y hartos de tristeza. Ellos experimentaron en Jesús la «graciosa» y liberadora irrupción de Dios en sus vidas. Las distancias se rompen. En Jesús de Nazaret, el Hijo Amado del Padre desde toda la eternidad, nacido de Santa María Virgen, Dios mismo sale a nuestro encuentro para salvarnos y redimirnos en persona. “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todos los que creen en él tengan vida eterna” (Jn 3,16).

Por eso, no hemos de tener miedo de su divinidad. Al contrario. Si Cristo no es Dios con nosotros, Dios termina situándose en una lejanía insuperable. Difícilmente podemos decir que estamos salvados. Quedamos a merced de nuestras propias fuerzas, solos, sin destino, ni futuro, pues solo Aquel que es verdaderamente el Hijo eterno de Dios puede revelarnos al Padre, conducirnos a Él y hacernos partícipes de su misma vida. Mas, en Jesús, Dios mismo camina con nosotros. Es nuestra Esperanza. No estamos solos.

De la misma forma que no hemos de temer su divinidad, tampoco hemos de temer su humanidad. Dios no jugó a ser hombre. Su encarnación fue real, no fingida. “Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre” (GS 22). Nada hay verdaderamente humano, gozos, esperanzas, fatigas… que escape a su corazón. Verdaderamente Dios y verdaderamente hombre, nos amó y se dio con amor divino infinito y con amor humano, entrañablemente humano (cf. DN 64-69). Por nosotros dio su vida en la cruz y por nosotros resucitó y venció así al pecado y a la muerte. Nos enseñó a amar, a darnos sin reservas ni condiciones; nos enseñó el camino de la verdadera humanidad.

La celebración, este domingo, de la solemnidad del Corpus Christi es una ocasión propicia para adorar, contemplar al Señor y dejarnos mirar por Él. Nos recuerda que nos encontramos con Cristo Jesús y lo reconocemos en la Iglesia, Cuerpo del Señor, en la Eucaristía, su Cuerpo partido y entregado por todos nosotros, en los pobres, su Cuerpo roto y sufriente.

Cáritas, en este día, nos recuerda la íntima unión entre el sacramento del altar y del hermano necesitado, y nos invita a ser signo e instrumento de esperanza para cuantos, desencantados, se hallan ya tirados al borde del camino. El lema de este año, “Mientras haya personas, hay esperanza”, quiere resaltar esa esperanza que habita en cada ser humano, amado por Dios, imagen y semejanza suya. Por un lado, nos exhorta a no dar a nadie por perdido. Por otro, a agradecer esos brotes inmensos de humanidad, solidaridad y entrega que el Señor suscita cada día para sanar, abrazar y humanizar nuestro mundo herido y roto por la violencia, la desigualdad, el egoísmo, el pecado. Mientras haya personas que, de la mano del Señor y con Él, no tengan miedo de tocar las llagas del Señor en sus hermanos que sufren, hay esperanza.

Queridos hermanos y hermanas, la Eucaristía, alimento de vida, fuente y signo real de comunión, nos une y empuja a cuantos creemos en Jesús a hacernos «pan partido» para los demás y trabajar así por un mundo más justo y fraterno (cf. SCa 88). Agradezco una vez más a Cáritas, a sus trabajadores y voluntarios, su trabajo y entrega. ¡Feliz día del Corpus a todos!

Con mi afecto y bendición