Celebración del Aniversario de la dedicación de la SI Catedral

Celebración del Aniversario de la dedicación de la SI Catedral

Hoy, 16 de octubre, es el aniversario de la dedicación de la SI Catedral. Esta mañana, a las 9.30 horas se ha celebrado la Solemne Misa Coral, presidida por el Deán, don Jacinto Núñez Regodón, acompañado por varios miembros del Cabildo Catedralicio. Durante la Eucaristía, don Jacinto procedió a incensar las 12 cruces que hay alrededor de la SEO.

En su homilía, don Jacinto citó las palabras de Jacob en el Génesis en las que señala «Hic domus Dei est, et porta caeli» para introducir el aniversario del templo, un templo «magno y magnífico en sus formas, rico en su tradición, cargado de historia, lugar privilegiado de oración y de encuentro eclesial, presidido por su obispo, en el que él habla a su pueblo y ofrece el sacrificio de alabanza debido a Dios, nuestro Padre y creador», para preguntarse luego sobre la presencia de Dios en la tierra y para invitarnos a ser piedras del templo, un templo en el que Jesucristo es la piedra angular.

A continuación les dejamos la homilía completa.

Dedicación de la Catedral

Queridos hermanos capitulares, queridos hermanos y hermanas todos:

“Terribilis est locus iste”, comenzaron a cantar en gregoriano cuatro monjes benedictinos de la Abadía de San Pedro de Solesmes. Y los siguió el resto de la comunidad: “Hic domus Dei est, et porta caeli”. Son palabras de Jacob en Génesis 28,17: “¡Qué terrible es este lugar!¡Es la casa de Dios y la puerta del cielo!”.

Copio estas palabras de un amigo mío, escritas ayer en otro contexto, para que nos ayuden a celebrar hoy la fiesta de la Dedicación de nuestra Catedral. Este es un templo magno y magnífico en sus formas, rico en su tradición, cargado de historia, lugar privilegiado de oración y de encuentro eclesial, presidido por su obispo, en el que él habla a su pueblo y ofrece el sacrificio de alabanza debido a Dios, nuestro Padre y creador.
“¡Qué terrible es este lugar!¡Es la casa de Dios y la puerta del cielo!”. Pero ¿es posible que Dios habite realmente en la tierra?» (1R 8, 27). Esas palabras del rey Salomón siguen así: «Si no cabes en el cielo,¡cuánto menos en este templo que te he construido!» (Ibíd., 8, 28).
El ser humano es consciente de la infinitud e inmensidad de Dios, que no se circunscribe a los límites del espacio y del tiempo, pues «siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos del hombre» (Hch 17, 24). Pero el Dios de la Alianza, «Aquel que es» (cf. Ex 3, 14), ha querido venir a habitar en medio de su pueblo. .Cada vez se ha acercado más y más a su pueblo, se ha hecho compañero de camino hasta el punto de que, llegada la plenitudo temporis, el Verbo de Dios se hizo carne y puso su morada entre nosotros (Ibíd., 1, 14). Por ello, con el corazón henchido de gozo, proclamamos con el Salmista: «¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los ejércitos!» (Sal 83 [82].
Pero, por otra parte, sabemos que no se trata de un templo meramente material. «¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?» (1Co 3, 16), nos pregunta el apóstol Pablo. A semejanza de este edificio material dedicado para gloria de Dios, y en cuya edificación todas las piedras, bien ensambladas, contribuyen a su estabilidad, belleza y unidad, por ser hijos de Dios, nosotros, mediante el bautismo, «como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por Jesucristo». Y en la base de este edificio estará como garantía de estabilidad y perennidad la «piedra angular, escogida y preciosa» (1P 2, 5.6), cuyo nombre es Jesucristo.
Este equilibrio entre el elemento visible y el elemento invisible, convierte a la Catedral en un espacio privilegiado para una experiencia altamente espiritual. Vemos la figura y contemplamos la realidad: vemos el templo y contemplamos a la Iglesia. Miramos el edificio y penetramos en el misterio de Dios. Porque este edificio nos revela, con la belleza de sus símbolos, el misterio de Cristo y de su Iglesia. Una vez más, “por lo visible al Invisible”.
La Iglesia está llamada a ser signo e instrumento de Cristo. Él es la roca sobre la que se cimienta nuestra fe. Apoyados en esa fe, busquemos juntos mostrar al mundo el rostro de Dios, el único que puede responder al anhelo de plenitud del hombre. En una época en la que el hombre pretende edificar su vida de espaldas a Dios, como si ya no tuviera nada que decirle, este templo resulta un hecho de gran significado, una oferta de gracia y de sentido. Nuestra Catedral se presenta como un acontecimiento en cuanto que es un espacio de belleza, de fe y de esperanza, que lleva al hombre al encuentro con quien es la Verdad y la Belleza misma.
Al renovar este misterio del significado profundo de nuestra Catedral, el Cabildo renueva su compromiso de servicio a este templo. Porque aquí está Dios. En efecto, “esta es la morada de Dios entre los hombres”. Invito, pues, a los capitulares a renovar nuestro compromiso de trabajar por la glorificación de Dios y la santificación del hombre.

Y a todos los demás a gozarnos de la presencia y de la santidad de Dios en medio de su pueblo. Amén