19 Abr Apoyo a la familia y la vida
La vida humana, desde el primer momento de su existencia, necesita cuidado y protección. Como el ser humano es social por naturaleza, cada persona necesita un entorno social que le garantice la subsistencia, en los primeros momentos de la vida, y que le permita integrarse en la sociedad con los cuidados que ella facilita. Ese entorno es la familia, el primer lugar en el que la vida es acogida. Surge en ella y se vincula inmediatamente con ella creando lazos que le permiten los primeros cuidados y la protección en medio del ambiente difícil en el que se viene a la vida.
Pero no es sólo eso, la familia es también el lugar donde se establecen las primeras relaciones que nos permiten crecer en humanidad. Y suelen ser unas relaciones creadas por vínculos de amor y de afecto. El amor sostiene a la familia unida y le permite crear un tejido que acompaña en los momentos buenos y que sostiene y protege en los momentos de crisis personales, sociales o económicas. En la familia, la persona se asoma a la vida protegido y amado.
Los vínculos de amor entre las personas de una familia son los más fuertes que se pueden establecer. La unión de la familia en el matrimonio genera un vínculo irrompible que mantiene una relación para toda la vida. El amor sostiene en el seno de la familia, la entrega de los cónyuges, la generosidad de los padres, la disponibilidad de los hijos y el cuidado de los ancianos o de los más desfavorecidos.
En estos momentos de crisis sanitaria, social y económica, la familia ha sostenido a muchas personas en el amor y en la compañía y permite que fácilmente puedan reinsertarse en el cauce de la sociedad quienes han quedado al margen como consecuencia de esas luchas. Tantas personas han vuelto a sus familias de origen cuando la dureza de la crisis hacía insostenible la propia vida, el estilo que se había alcanzado, o cuando la soledad, el dolor y la tristeza tomaba posesión de los corazones.
Vínculos de amor
El tesoro de cada persona, así se ha visto en este tiempo especialmente, es la familia en la que uno ha nacido y la familia que ha formado. Los hijos son la mayor y mejor aportación de la familia al bien común de la sociedad, pues cada uno de ellos es signo de plenitud. De amor recibido y compartido. De confianza de Dios en los padres a los que entrega un hijo común para que lo acompañen desde el seno materno hasta el momento en que forme otra familia.
La experiencia del cuidado de los más pequeños y débiles permite a sus miembros vivir generosamente abiertos a la vida, enseña a sostener a los que sufren cerca y ofrece un testimonio del valor de la vida por encima de todo.
Por eso, la familia es la mejor escuela para que los niños aprendan el valor de la vida humana y aprendan a respetar y promover la vida de todos, especialmente la de los más débiles. Cuando los hijos son educados para el amor y la vida se están poniendo los cimientos más sólidos para que florezca de nuevo una cultura de la vida en el que la muerte nunca sea una opción que se ofrece ante cualquier problema.
La Iglesia, familia de familias
En la Iglesia, en cada comunidad que la conforma, existe una familia de familias. Grupos de personas reunidos en torno a Jesús por la fuerza del Espíritu Santo que se relacionan por amor y para el amor. La relación entre los miembros de la Iglesia es similar a la que se vive en el interior del hogar. Es una comunidad de personas relacionadas por amor en el que se transmiten los rasgos propios de la familia: se celebra, se comparte, se enseña, se atienden los unos a los otros, se cuida, se protege.
El Papa Francisco insiste en la necesidad de que la familia y la Iglesia caminen juntas pues ambas dan testimonio de la comunión de amor cuya fuente última es Dios mismo. A partir de su propia experiencia en Nazaret cuando inició su vida pública, Jesús formó a su alrededor una comunidad, una con-vocación de personas: quiso la Iglesia. Y la quiso como una familia hospitalaria, una casa donde todos, sin exclusión, fueran acogidos y amados.
El primer ámbito para testimoniar y enseñar la vida cristiana a los más jóvenes es la propia familia que vive, celebra y anuncia su fe en Jesús. En estrecha relación, la parroquia contribuye al crecimiento en la fe de todos sus miembros, ofrece los cauces de la gracia y un lugar en el que hacer posible el compromiso con los necesitados y los que sufren, dentro o fuera de la parroquia.
La Iglesia anima y está al lado de las familias ayudándolas a descubrir caminos que les permitan superar todas las dificultades, con una mirada esperanzada hacia el futuro y con la mano que sirve, cuida y acoge tendida hacia los que sufren en este tiempo. La familia es realmente hospital de campaña, lugar de acogida, y modelo para la vida de la comunidad cristiana.
Al celebrar en la Iglesia el año “Familia Amoris Laetitia” el empeño debe ser construir familias sostenidas por la alegría del amor, que reflejan en el mundo su contribución al bien común de la sociedad. Una humanidad con familias fuertes sostiene la fortaleza en el presente y la esperanza en el futuro.