05 Dic Adviento, tiempo de espera
El domingo 3 de diciembre se celebró el Primer Domingo de “Adviento” una palabra que proviene del latín “Adventus” y que significa “venida” o “llegada”, ya que es el tiempo litúrgico de la preparación de la venida del Señor. Comenzó a celebrarse entre los siglos IV y VI en Hispania y en las Galias con la intención de ser una preparación para la Navidad, como la Cuaresma es para la Pascua. En un principio constaba de seis domingos, aunque fue reduciéndose a los cuatro actuales. “El Adviento no es solamente recordar una venida ya pasada de hace más de dos mil años, sino también una venida constante, de cada día, esperando la venida definitiva del Señor” explica Miguel Ángel Ventanas Franco, director del Secretariado Diocesano de Liturgia.
La reforma litúrgica del Concilio Vaticano II ha salvado los dos sentidos del Adviento en su desarrollo histórico, el de preparación para la Navidad y el de espera de la segunda venida de Cristo. El tiempo de Adviento tiene una doble índole: es el tiempo de preparación para las solemnidades de Navidad, en las que se conmemora la primera venida del Hijo de Dios a los hombres, y es a la vez el tiempo en el que por este recuerdo se dirigen las mentes hacia la expectación de la segunda venida de Cristo al fin de los tiempos. “Por estas dos razones el Adviento se nos manifiesta como tiempo de una expectación piadosa y alegre” aclara Ventanas.
Desde el primer domingo de adviento hasta el 16 de diciembre se resalta más el aspecto escatológico, orientando el espíritu hacia la espera de la gloriosa venida de Cristo; del 17 al 24 de diciembre, tanto en la misa como en la liturgia de las horas, todos los textos se orientan más directamente a preparar la Navidad. El domingo tercero, 17 de diciembre, llamado en la tradición romana “Gaudete” invita, con sus signos (color rosado, flores y música), a experimentar anticipadamente la alegría por la Navidad ya cercana.
Figuras del Adviento
En este tiempo litúrgico destacan de modo característico tres figuras bíblicas: el profeta Isaías, Juan Bautista y María de Nazaret.
Isaías. Una antiquísima y universal tradición ha asignado al adviento la lectura del profeta Isaías, ya que en él, más que en los restantes profetas, resuena el eco de la gran esperanza que confortará al pueblo elegido durante los difíciles y trascendentales siglos de su historia. Durante el adviento se proclaman las páginas más significativas del libro de Isaías, que constituyen un anuncio de esperanza perenne para los hombres de todos los tiempos.
Juan Bautista. Es el último de los profetas, resumiendo en su persona y en su palabra toda la historia anterior en el momento en que ésta alcanza su cumplimiento. Encarna perfectamente el espíritu del adviento. El es el signo de la intervención de Dios en su pueblo; como precursor del Mesías tiene la misión de preparar los caminos del Señor (ls 40,3), de anunciar a Israel el “conocimiento de la salvación” (Lc 1,77-78) y, sobre todo, de señalar a Cristo ya presente en medio de su pueblo (Jn 1,29-34).
María. El adviento es el tiempo litúrgico en el que se pone felizmente de relieve la relación y cooperación de María en el misterio de la redención, especialmente en la segunda parte del tiempo. Es el tiempo litúrgico mariano por excelencia de la liturgia romana. La solemnidad de
la Inmaculada Concepción, celebrada al comienzo del Adviento (8 diciembre), no es un paréntesis o una ruptura de la unidad de este tiempo litúrgico, sino parte del misterio. “María inmaculada es el prototipo de la humanidad redimida, el fruto más espléndido de la venida redentora de Cristo. Ella, como canta el prefacio de la solemnidad, quiso Dios que fuese… comienzo e imagen de la iglesia, esposa de Cristo llena de juventud y de limpia hermosura” añade Ventanas.
Actitudes para vivir el Adviento
-La esperanza: esperamos la venida del Señor, y esperamos que su salvación se realice en nosotros y en nuestro mundo.
-Preparar los caminos: es la consigna de Juan el Bautista, la llamada a convertirse para acoger al Señor que se acerca.
-La alegría: es un tiempo de gozosa esperanza. Vivir el gozo de saber que el Señor está cerca y nos salva.
-La oración: tiempo especial para levantar nuestro corazón a Dios: “Ven Señor a salvarnos”
-La paciencia: como nos dice el apóstol Santiago en su carta “Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor… manteneos firmes, porque la venida del Señor está cerca”.
-Es también tiempo de austeridad que nos invita a compartir nuestros bienes con los más necesitados.
La corona de Adviento
Es un signo de este tiempo heredado de las costumbres del norte de Europa. La corona de Adviento se hace con ramas verdes sobre las que se insertan cuatro velas. El primer domingo de se enciende la primera vela y cada domingo se va enciendo una vela más hasta llegar a la Navidad. Mientras se encienden las velas se hace una oración, utilizando algún pasaje de la Biblia y se entonan cantos. “Esto lo hacemos en las misas de adviento y también es recomendable hacerlo en casa, por ejemplo antes o después de la cena. Lo más importante es el significado: la luz que aumenta con la proximidad del nacimiento de Jesús quien es la Luz del Mundo. La corona se puede llevar a la iglesia para ser bendecida por el sacerdote” añade Ventanas.
Simbología de la corona de Adviento
La forma circular. El círculo no tiene principio ni fin. Es señal del amor de Dios que es eterno, sin principio y sin fin, y también del amor a Dios y al prójimo que nunca debe de terminar.
Las ramas verdes. Verde es el color de esperanza y vida. Dios quiere que se espere su gracia, el perdón de los pecados y la gloria eterna al final de la vida. El anhelo más importante en la vida de un cristiano debe ser llegar a una unión más estrecha con Dios, nuestro Padre.
Las cuatro velas. Hacen pensar en la obscuridad provocada por el pecado que ciega al hombre y lo aleja de Dios. Después de la primera caída del hombre, Dios fue dando poco a poco una esperanza de salvación que iluminó todo el universo como las velas la corona. Así como las
tinieblas se disipan con cada vela que encendemos, los siglos se fueron iluminando con la cada vez más cercana llegada de Cristo a nuestro mundo. Son cuatro velas las que se ponen en la corona y se prenden de una en una, durante los cuatro domingos de adviento al hacer la oración en familia.
Noticia publicada en la revista diocesana Iglesia en Plasencia