Iglesia en Plasencia: ‘Actitudes del catequista: a la escucha’ (sección Catequesis)

Iglesia en Plasencia: ‘Actitudes del catequista: a la escucha’ (sección Catequesis)

A continuación les ofrecemos el artículo que, bajo el título ‘Actitudes del catequista: a la escucha’, sale publicado en la sección Catequesis del último número de la revista diocesana Iglesia en Plasencia, el 634, a cargo de don Ismael Pastor González, delegado episcopal de Catequesis y Catecumenado de Adultos.

Actitudes del catequista: a la escucha

A lo largo del presente curso nos iremos fijando en las actitudes del catequista. La primera actitud en la que queremos fijarnos es la escucha. Esta escucha debe interiorizarse en tres ámbitos:

El primer ámbito es la escucha de Dios, en la Iglesia. No se da catequesis, sino que se es catequista. Ser catequista supone la respuesta a la vocación bautismal a la santidad en un ministerio eclesial muy concreto. No es un voluntariado, ni un trabajo. Es la entrega a Dios en un servicio muy determinado. Por eso no puede realizarse sin una escucha diaria de Dios pidiéndole el don del discernimiento para el servicio de la catequesis. La sesión de catequesis empieza en casa del catequista con su oración y nunca será eficaz sin ella. También es preciso escuchar a la Iglesia, pues el catequista no lo es por cuenta propia, sino enviado por ella. Por lo que es preciso escuchar métodos, etapas y pedagogía que ella aconseja.

El segundo ámbito es la escucha de la Palabra. Ser catequista supone ponerse al servicio de la Revelación divina, del diálogo de Dios con el hombre. El catequista debe conocer esta Revelación para poder servirla. La Palabra de Dios, vivida en el surco de la Tradición de la Iglesia e interpretada válidamente por el Magisterio se convierten en el cauce privilegiado para ello. Por ello la Escritura y el Catecismo deben ser objeto continuo de estudio para el catequista e instrumentos predilectos en la catequesis.

El tercer ámbito es la escucha de sus catequizandos. La fe no se transmite de forma abstracta, sino a unos destinatarios concretos, con aspiraciones, miedos, dudas y con una fe ya incipiente que quizá necesite de purificación, pero que ya está. El catequista debe escuchar y conocer en profundidad, en su personalidad y en su espiritualidad, a sus catequizandos concretos para ayudarles, de forma significativa a madurar en su fe.