Tiempo para caminar juntos, tiempo de Esperanza (carta de Mons. Brotóns)

Tiempo para caminar juntos, tiempo de Esperanza (carta de Mons. Brotóns)

Tiempo para caminar juntos, tiempo de Esperanza

Queridos hermanos y hermanas

Lo primero, un afectuoso saludo a todos y a cada uno de vosotros.

Después del paréntesis veraniego, en el que, por otra parte, no ha parado la vida de nuestras comunidades, afrontamos, de la mano del Señor, un nuevo curso pastoral.

No ha sido un verano fácil para una buena parte de nuestra diócesis, afectada por los incendios que han asolado varias zonas de España, arrasando localidades, con pérdidas, incluso, de vidas humanas. Muchos pueblos de nuestra vicaría norte se han visto especialmente afectados, algunos, con especial virulencia, hasta el punto de haber tenido que ser en su día desalojados o confinados.

Mas, junto al dolor, la preocupación y la inquietud de estos días, no ha sido poca la emoción de ver cómo, ante cada situación de urgencia y necesidad, el Señor no ha dejado de suscitar brotes inmensos de humanidad y solidaridad entre nosotros. ¡Es grande el corazón de nuestra gente!

No puedo menos de agradecer al Señor el trabajo y la labor de tantas personas (muchos voluntarios y particulares) e instituciones en la lucha contra el fuego y en la acogida y atención a los más afectados: Junta, Diputación, ayuntamientos, fuerzas de seguridad, bomberos, UME, Cruz Roja, Protección Civil, personal sanitario… Merecida ha sido, sin duda, la medalla de Extremadura al Infoex. A su vez, aunque sé que hemos hecho lo que teníamos que hacer, no deja de emocionarme la reacción de nuestra Iglesia Diocesana, que ha sabido estar ahí, al lado de los afectados, alojando, acompañando, ayudando, orando… Grande ha sido el compromiso de nuestra Cáritas diocesana, el Seminario, las Hermanitas de los pobres, las Hermanas de la Casa sacerdotal, las Dominicas y tantas otras personas, cofradías, sacerdotes… dispuestos a ayudar, consolar, abrazar; aunque, sin duda, ha sido mucho más lo que hemos recibido de la gente que acogíamos y de sus familias: cariño, serenidad, comprensión, agradecimiento… Gracias a todos de verdad y de corazón. ¡Qué fecundo es trabajar en red y en comunión!

Bajo el amparo de nuestra Madre, en sus distintas advocaciones, pongo lo vivido y el futuro que afrontamos juntos con esperanza, para reconstruirnos, levantarnos y cuidar de nuestros pueblos y su gente, de nuestra tierra y de nuestro paisaje, tan hermoso, hoy ennegrecido en muchas zonas, pero que, sin duda, volverá a reverdecer, para que su belleza vuelva a hablarnos del Creador.

Nuestra diócesis es eminentemente rural. Lo acontecido nos recuerda la importancia del cuidado, del cuidado de la creación, de nuestra casa común, de nuestro entorno, hogares, animales… de nuestra gente. Y estoy seguro de que sois vosotros, los que no solo vivís del campo, sino que lo amáis, los que mejor sabéis cómo hacerlo. En sus palabras al recibir la medalla, los trabajadores del Infoex nos advirtieron de que lo sucedido, en gran parte, es consecuencia del abandono del campo y de nuestro mundo rural, de ahí la necesidad de dignificar el trabajo de agricultores y ganaderos, y el valor de permanecer en nuestros pueblos, de nuestro patrimonio natural, cultural y, sobre todo, humano. Tenemos que aprender mucho de lo vivido. De momento, nos ha marcado el camino para construir el futuro y seguir caminando: la unión y la solidaridad.

A la sazón, el verano tampoco ha sido tiempo de paz ni de tregua en tantos lugares que padecen hoy conflictos sangrantes. Más bien al contrario. La situación es desgarradora. Basta con ver los niveles de inhumanidad y crueldad a los que asistimos, quizá impotentes, con masacre de grupos humanos, bombardeos continuos, territorios arrasados y poblaciones en permanente movimiento, hambrunas y quebranto de las normas más elementales del derecho humanitario. No podemos acostumbrarnos a ello, ni permanecer indiferentes ante la barbarie que se está viviendo, de una forma sorprendente y vergonzante, en Gaza, sin olvidar a Ucrania y tantos otros pueblos azotados por la guerra, “como si todo esto no nos perteneciera, como si no fuera una profecía de muerte para toda la humanidad” (Mons. Gugerotti). Ni el terrorismo, ni los secuestros o los atentados, ni la guerra resuelven nada, tampoco los polarizadores discursos de odio. Al contrario, en palabras del papa León, “solo amplifican los problemas y producen heridas profundas en la historia de los pueblos, que tardan generaciones en cicatrizar. Ninguna victoria armada podrá compensar el dolor de las madres, el miedo de los niños, el futuro robado”.

Hoy, juntos, oramos, rogamos, suplicamos un alto el fuego inmediato y el máximo respeto a la vida y dignidad humana, a sus derechos más básicos, en tantos frentes abiertos en nuestro mundo herido. Y nos unimos al Papa en su llamamiento a la comunidad internacional, y a los que tienen en sus manos el destino de sus pueblos, para que se ponga fin a tanto sufrimiento, a tanta espiral de venganza. Tal como hice en agosto, os ruego, en este principio de curso, que sigamos orando, sin descanso, por la paz.

En su lado más amable, el verano nos trajo el Jubileo de los jóvenes, en el que participó un buen grupo de nuestra diócesis. Fue un acontecimiento verdaderamente gozoso y esperanzador, en el que el Papa nos exhortó a ser santos, a no conformarnos con menos, a abrazar una existencia que se regenera constantemente en el don, en el amor. Desde aquí, llamo a nuestros adolescentes y jóvenes a ser protagonistas de la vida de nuestra Iglesia diocesana. No sois solo el futuro, sois su presente. Dejad que Jesús, el Señor, empape vuestra vida. Os la llenará, seguro. Contad con Él y dejad que Él cuente con vosotros.

Queridos hermanos. Empezamos curso. El próximo sábado 27 de septiembre tenemos una cita, la asamblea diocesana de inicio del año pastoral, en la que abordaremos los objetivos a afrontar juntos y nos empaparemos de esos testimonios de esperanza, presentes ya en nuestra Iglesia, que nos invitan y alientan a confiar y caminar juntos. Que el Señor nos bendiga y María, nuestra Madre, y nuestros santos hermanos patronos nos guarden.

Con afecto y bendición