Iglesia en Plasencia: ‘Mirando al cielo’ (sección Diálogos en el número 629)

Iglesia en Plasencia: ‘Mirando al cielo’ (sección Diálogos en el número 629)

A continuación les ofrecemos el artículo que, bajo el título ‘Mirando al cielo’ salía publicado en el último número de la revista diocesana Iglesia en Plasencia, el 629, dentro de la sección Diálogos.

Mirando al cielo

Este pasado domingo, con la Solemnidad de Pentecostés, cerramos el tiempo de Pascua. La promesa de Jesús se cumple. Recibimos y acogemos la efusión del Espíritu Santo que nos envía y acompaña a construir el Reino de Dios y su justicia en el mundo, una vez que Jesús ha ascendido al cielo.

Revisando esta Pascua, resuena en mi con fuerza la pregunta con la que finalizaba la primera lectura del domingo de la Ascensión (Hch 1, 1-11): “Galileos, ¿qué hacéis ahí parados mirando al cielo?”.

Y es que hoy, también la gente, la más empobrecida, las personas migrantes, las que trabajan en condiciones de precariedad, quienes no tiene acceso a una vivienda, las víctimas de la guerra y el genocidio, del descuido de la tierra, del odio racial, de la violencia cotidiana, de género y vicaria, las que sufren de cualquier modo en nuestra sociedad puede que nos estén preguntando: cristianos y cristianas, ¿por qué os habéis quedado mirando al cielo?

Cierto es que creemos que nuestra patria definitiva es el cielo, la vida en la presencia amorosa del Padre. Pero no es menos cierto que a veces vivimos embobados en esta promesa escatológica que nos hace, como Iglesia, ausentarnos de la realidad y de la vida de las personas.

Se nos llama este año en el día del Apostolado Seglar a ser “Testigos de Esperanza en el mundo”. Y la Esperanza que testimoniamos es la de Jesús, una Esperanza profundamente humana, que devuelve la dignidad a las personas que la han perdido por el peso de la injusticia.

Seguir así a Jesús siendo testigos de Esperanza no es admirarlo o repetir sus palabras, sino reproducir su estilo de vida: acoger, liberar, sanar, denunciar lo que deshumaniza. Quienes viven así, aun en medio del conflicto, experimentan una Esperanza que nadie puede arrebatarles, porque nace del amor real y de la Verdad encarnada. Una Esperanza crucificada y resucitada.

Ser testigos de la Esperanza de Jesús implica luchar por un mundo más justo, construir relaciones nuevas, liberar de lo que oprime y hace infelices a tantas personas. Y no quedarnos embobados con el cielo, que ya llegará.