Iglesia en Plasencia, carta Monseñor Brotóns: «Acojamos al nuevo sucesor de Pedro»

Iglesia en Plasencia, carta Monseñor Brotóns: «Acojamos al nuevo sucesor de Pedro»

A continuación reproducimos la carta de nuestro Obispo, Monseñor don Ernesto J. Brotóns, en el número 627 de Iglesia en Plasencia respecto al nombramiento de León XIV como papa y respecto a la figura y al ministerio del Papado.

Acojamos al nuevo sucesor de Pedro

Queridos hermanos y hermanas de esta Iglesia de Plasencia

¡Habemus papam! Los cardenales han elegido ya un nuevo obispo de Roma, motivo más que propicio para dar gracias al Señor y para expresar juntos, una vez más, nuestra comunión con la Iglesia universal y con el sucesor de Pedro, ahora León XIV.

El momento eclesial que estamos viviendo me brinda la ocasión para destacar algunas notas en torno a este ministerio.

En primer lugar, quiero recordar que es un don de Dios. No nos lo hemos dado nosotros sin más, como si fuera el resultado de un consenso. Más allá de su configuración histórica, que, ciertamente, puede cambiar con el tiempo, para ser cada día más fiel al sentido que Cristo quiso darle y a las actuales necesidades de la Iglesia y la evangelización (cf. UUS 95; EG 32), el papado es un don permanente del Señor a su Iglesia para confirmarla en la fe, preservarla en la comunión, alentarla en la misión.

Como sabéis, el ministerio y primado del Papa va unido a la sede de Roma, de la que es obispo, aquella que conserva el testimonio del martirio de Pedro y Pablo.

Ya el Nuevo Testamento da fe del puesto singular que juega Pedro dentro del grupo de los apóstoles. Los sinópticos concuerdan en designar a Pedro como el primer llamado y enviado; es mencionado el primero en las listas de los Doce y es el más citado en todo el Nuevo Testamento. Testigo privilegiado en los momentos claves de la vida pública de Jesús, recibirá del Señor el decisivo encargo de confirmar en la fe a sus hermanos (Lc 22,31s).

Estos datos adquieren más relevancia si tenemos en cuenta que en ningún momento se esconde su debilidad, ni su necesidad de conversión. En su fragilidad, que el propio Jesús acoge y educa para prepararle a la misión que se dispone a confiarle, va a revelarse que su ministerio procede y se apoya no en sus fuerzas, sino en la gracia del Señor. El domingo pasado la liturgia recogía genialmente ese diálogo precioso, íntimo y entrañable entre el Resucitado y Pedro, en aquel, podríamos decir, primer «cónclave», en el que el discípulo y el Señor conversan a solas: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. No se le pregunta a Pedro por su proyecto, por sus planes para organizar la Iglesia, por sus apuestas u opciones… La pregunta es muy sencilla: “¿me amas?”. Ahí se juega todo. La misión es fruto de un abrazo primero de misericordia y amor.

Por eso, y, ante todo, hablar del papado es hablar de un verdadero «amoris officium», diaconía de amor. En su encíclica sobre el empeño ecuménico, san Juan Pablo II describió su misión como ministerio de misericordia, nacido de un acto de misericordia del Señor, y al servicio del designio misericordioso de Dios. Si olvidamos esto, advertía, el ejercicio del ministerio de Pedro pierde su autenticidad y transparencia (cf. UUS 92-93). Siervo de los siervos de Dios, su primado, en palabras anteriores de san Pablo VI, “no es el del espiritual orgullo y de humano dominio, sino primado de servicio, de ministerio, de amor” (ES 114). Nos preside en la caridad (Ignacio de Antioquía).

Sin pretender ser exhaustivo, destaco tres funciones del ministerio encomendado ahora al papa León XIV. En primer lugar, confirmarnos en la fe, comprendida esta no solo como la adhesión a unas verdades, sino como adhesión real, vital y existencial a Jesucristo y a su Evangelio. Entroncado en el carisma de los apóstoles, su ministerio exige dar razón veraz y fiel de nuestra esperanza, y velar por la autenticidad cristiana de nuestras comunidades, para centrarnos en lo esencial, para no perder la frescura evangélica. El papa Francisco nos recordó que esta centralidad pasa por dejarnos encontrar por Cristo, por los pobres y los descartados, por la misericordia. “Queremos ser una Iglesia sinodal, una Iglesia que camina, que busca siempre la paz, la caridad, que trata siempre de estar cercana especialmente a los que sufren” nos ha dicho, ya en sus primeras palabras, el nuevo Papa.

En segundo lugar: promover la comunión y preservar a la Iglesia en la unidad. Junto a todos los obispos, el Papa ejerce esta misión en el seno de la Iglesia, que es misterio de comunión, sacramento, es decir, signo e instrumento, de la unión con Dios y de la comunión de los hombres entre sí (cf. LG 1). En un mundo tan polarizado y dividido como el nuestro, lo que, sin duda, también afecta a la comunidad eclesial, el ministerio de Pedro cobra especial relevancia como un verdadero servicio a la unidad en Cristo, que, para nosotros, no lo olvidemos, pasa por la comunión con Roma y con su obispo. Es ministerio de comunión y reconciliación. ¡Paz a vosotros! fueron las primeras palabras del Resucitado y han sido las primeras palabras de León XIV.

Por último, subrayo el servicio a la evangelización. Al sucesor de Pedro le corresponde alentar el dinamismo misionero de la Iglesia y adecuarlo a los tiempos que esta vive en cada momento. Esta ha sido, sin duda, una de las grandes preocupaciones de los últimos papas: desde aquella llamada a la nueva evangelización de Juan Pablo II a la dinámica de conversión pastoral y misionera en la que nos sumergió el papa Francisco. “La humanidad necesita a Cristo como puente para ser alcanzada por Dios y su amor” ha afirmado con fuerza el papa León. “Debemos buscar juntos cómo ser una Iglesia misionera, una Iglesia que construye puentes, dialoga, siempre abierta a recibir, como esta plaza, con los brazos abiertos”.

Queridos hermanos. Unámonos todos en oración por nuestro nuevo Papa. Pidamos por su persona y ministerio, para que lo sostenga, guíe y aliente. Estoy convencido de que el Señor nos ha regalado un papa pastor, un pastor bueno según su corazón. 

Con afecto y bendición