“Id e invitad a todos al banquete” DOMUND 2024

“Id e invitad a todos al banquete” DOMUND 2024

Carta Pastoral de Monseñor Brotóns Tena, publicada en el número 613 de la revista diocesana Iglesia en Plasencia, con motivo de la celebración del DOMUND o Jornada Mundial de las Misiones.

 

Compartir la mesa suele ser un gesto festivo y profundamente humano, que define e identifica toda cultura. La comunión de mesa implica y expresa hospitalidad, confianza y comunión gozosa y sagrada de vida. De hecho, no hay celebración familiar ni comunitaria que se precie sin ese comer y brindar juntos. Comer con el otro significa aceptarlo, estrechar un lazo de amistad y hermandad.

No debe, pues, extrañarnos que el banquete constituya una de las imágenes bíblicas más usadas para hablar del Reino de Dios y de la salvación final que Dios mismo nos ofrece. Así dice el profeta Isaías: “El Señor todopoderoso preparará en este monte para todos los pueblos un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera, manjares exquisitos, vinos refinados. Y en este monte arrancará la mortaja que cubre todos los pueblos, el sudario que tapa a todas las naciones. Aniquilará la muerte para siempre. Secará las lágrimas de todos los rostros y borrará de la tierra el oprobio de su pueblo. Aquel día dirán: éste es nuestro Dios, de quien esperábamos la salvación; éste es el Señor en quien confiábamos, alegrémonos y hagamos fiesta, pues él nos ha salvado. Se ha posado en este monte la mano del Señor” (Is 25,6-10).

Las comidas de Jesús con publicanos y pecadores apuntan en esta dirección. Van mucho más allá de un simple gesto de humanidad. Comiendo con ellos revela el rostro misericordioso y perdonador de Dios y encarna su oferta universal de perdón y gracia. La santidad en Jesús no dice «separación», al contrario. Jesús no tiene miedo a «contaminarse», ni a «mancharse», sentándose a la mesa de los últimos. Más aún, los busca; y entiende y vive este sentarse y compartir el pan como parte de su misión y destino (Cf. Mc 2,17). Y, por ello, se sienta a la mesa como
médico, como amigo, como abrazo que ofrece, en acogida amorosa, el perdón de Dios. Les ofrece su comunión y amistad como signo de que Dios los busca y los acoge como son y están, incondicionalmente. El Reino de Dios es un banquete donde todos, sin exclusión, tienen sitio; al que todos, sin exclusión, son invitados.

El lema del DOMUND de este año “Id e invitad a todos al banquete” (Mt 22,9) recoge esta inquietud. Está sacado de la parábola del banquete nupcial (cf. Mt 22,1-14). Un rey invita al banquete de bodas de su hijo. Son muchos los convidados, pero ninguno de los escogidos acepta participar en la fiesta, incluso maltratan y matan a los siervos que entregan las invitaciones. Desgraciadamente, podemos rechazar la invitación del Señor. Mas Él no desiste. Su proyecto de amor jamás se interrumpe.

Por eso, para nosotros, ese «id» supone un doble imperativo. Nos invita a abrazar y acoger la invitación del Señor a comulgar con él y con los hermanos, al banquete; para, a su vez, convertirnos en sus mensajeros, invitar a otros, sin cansarnos, a pesar de la indiferencia o de los posibles rechazos. Jesús nos exhorta a salir de nuestros espacios de confort, a no enrocarnos en nosotros mismos, en nuestras comodidades o seguridades, y aceptar el reto de lo que supone hoy anunciar el Evangelio, ser testigos vivos de su misericordia.

Todos somos discípulos misioneros. A todos nos envía el Señor, comenzando por nuestros ambientes más cercanos, nuestra familia, vecinos, trabajo…, sin olvidarnos de las periferias, las del dolor, las de la soledad, las de la pobreza, necesitadas de una buena noticia de esperanza. Esa es nuestra razón de ser. Es una cuestión de amor, al Señor y a nuestros hermanos. Compartes con quien amas lo que te llena la vida.

Mi gratitud en especial se dirige hoy a todos los misioneros, empezando por los de nuestra diócesis, que, acogiendo la llamada del Señor, han dejado su hogar y su tierra para invitar al banquete a tantos hermanos nuestros que no lo conocen fuera de nuestras fronteras. No podemos dejar de agradecer su coraje y generosidad, también la de sus familias, siempre sustentados en el Señor que se hace fuerte en nuestra debilidad. Acompañémoslos en su misión, rezando y apoyando su labor, sintiéndola nuestra. Gracias a nuestra Delegación de Misiones y a Obras Misionales Pontificias por ayudarnos a ello.

Todos somos llamados a participar e invitar al banquete de la fraternidad, al banquete del Reino, de la Eucaristía, memorial vivo de la entrega del Señor, en la que Cristo, como anfitrión, nos
une en un solo cuerpo con Él y transforma en el alimento que Él mismo es y ofrece.

Termino recordando que el próximo 26 de octubre, clausuraremos el año jubilar berzocaniego. Agradezco a los hermanos de la Cofradía de los Santos Fulgencio y Florentina la gran labor que, junto a su párroco, han realizado a lo largo de todo este año. Gracias a todos de verdad y de corazón. Que san Fulgencio y santa Florentina sigan velando por nuestra Iglesia diocesana y por las vocaciones que tanto necesita.

No olvido dos intenciones para que tengamos muy presentes en la oración: el Sínodo y la paz, en la tierra del Señor, en Ucrania y en tantos otros lugares, muchos de ellos donde se hacen presentes nuestros misioneros, que sufren el sangrante azote de la violencia y de la guerra. Que el Señor nos conceda a todos el don de su paz.

Con mi afecto y bendición.