16 Feb Mensaje de Cuaresma de Monseñor Brotóns (y reflexión sobre las movilizaciones de agricultores y ganaderos)
Publicamos íntegramente la carta de nuestro Obispo, Monseñor don Ernesto Jesús Brotóns Tena, sobre la Cuaresma. Con motivo de este tiempo de reflexión, nuestro prelado también hace un apunte sobre las últimas movilizaciones de los sectores agrícola y ganadero. El mensaje saldrá publicado también en el próximo número de la revista diocesana Iglesia en Plasencia.
Cuaresma 2024
“La sed que siento no me la calma el beber”
“La sed que siento no me la calma el beber”. El verso es de Antonio Machado. Me ha servido de inspiración y motivación para esta Cuaresma. Y así me atrevo a proponéroslo.
Quizá como nostalgia de un amor eterno, recoge una experiencia muy humana, básica, en la que fácilmente podemos reconocernos. Hay una sed que el agua no calma: sed… ¿de sentido? ¿de esperanza? ¿de cariño o perdón? Sed… ¿de un mundo más humano y en paz? ¿tal vez de libertad o de una vida más plena, distinta, que sea algo más que sobrellevar los días? ¿Sed de Dios?
Y “¿para qué sirve la sed?”, se preguntará también el poeta en otro lugar. Posiblemente, para ponernos en búsqueda, para buscar esa agua que realmente pueda saciarla. Puede que la Cuaresma se resuma sencillamente en esto: reconocernos sedientos y buscar esa agua viva, que calme, definitivamente, nuestra sed.
Paradójicamente, la búsqueda comienza, en medio de nuestras prisas, en medio de un mundo que no hace más que generar necesidades, deseos infinitos que jamás sacia, por detenernos, hacer un alto en el camino.
Detenerse: esta es una de las palabras claves que el papa nos propone para esta Cuaresma, comprendida como un verdadero itinerario de libertad. Recojo sus palabras. Tras evocar en su mensaje la experiencia del éxodo, dice:
“Es tiempo de actuar, y en Cuaresma actuar es también detenerse. Detenerse en oración, para acoger la Palabra de Dios, y detenerse, como el samaritano, ante el hermano herido. El amor a Dios y al prójimo es un único amor. No tener otros dioses es detenerse ante la presencia de Dios, en la carne del prójimo. Por eso, la oración, la limosna y el ayuno no son tres ejercicios independientes, sino un único movimiento de apertura, de vaciamiento: fuera los ídolos que nos agobian, fuera los apegos que nos aprisionan. Entonces el corazón atrofiado y aislado se despertará”.
Sí, la búsqueda comienza por detenerse, ante Dios, en su presencia; detenerse ante ese Dios compasivo y misericordioso, que se manifiesta precisamente en el perdón, en su celo por nosotros (cf. Jl 2,18), y detenerse ante el hermano herido.
Es entonces cuando, sorprendentemente, descubro que Dios también tiene sed de mí, que, si puedo buscar la fuente, esa fuente con mayúscula que calme mi sed, es porque he (hemos) sido buscados primero. “Nos buscaste, Señor, cuando no te buscábamos y nos buscaste para que te buscásemos”, exclamará san Agustín. El mismo Cristo que dijo “el que tenga sed que venga a mí y beba” (Jn 7,37) es aquel que, sediento en el pozo, sediento en la cruz, suplica (como enseña también san Agustín): dame de beber, tengo sed, sed de ti… deseo tu fe. Sufrirá sed en la cruz, para calmar la nuestra. En Cristo, crucificado y sediento, encontramos la fuente de vida que mana y corre.
Teresa de Calcuta comentó en una bella oración estas palabras, imaginándose un hermoso diálogo con Jesús. “Sé lo que hay en tu corazón, conozco tu soledad y todas tus heridas. ¿Tienes sed de ser amado? Yo te saciaré y te llenaré. Tengo sed de ti, ven a mí y llenaré tu corazón y sanaré tus heridas. Confía en Mí. Pídeme todos los días que entre y que me encargue de tu vida y lo haré. No importa cuánto hayas andado sin rumbo. Tengo sed de ti, tal y como eres. Estoy a la puerta de tu corazón y llamo; ábreme, porque tengo sed de ti”.
Os invito a que, en esta Cuaresma, tiempo favorable, tiempo de salvación, nos reconozcamos sedientos. Detengámonos para reconocer bien nuestra sed, abramos nuestro corazón a Aquel que, sediento de nuestro amor, es el Agua viva. Y convirtámonos, a su vez, en aguadores, portadores de esta misma agua, para saciar la sed de otros.
Mientras escribo, agricultores y ganaderos de toda España y de Europa, también de nuestra tierra, llevan ya varios días movilizándose para ser escuchados, denunciar la crítica situación que atraviesan y exigir a las Administraciones y a la sociedad políticas y medidas urgentes y coordinadas, que reconozcan y respondan a la dignidad y el valor real de su trabajo. Ciertamente, son muchos los problemas y desafíos que el campo debe afrontar en el contexto de una economía moderna cada vez más globalizada y ante la urgencia de la salvaguarda del medioambiente.
Es necesario, como sociedad e Iglesia, detenernos ante su clamor y hacerlo nuestro. Es mucho lo que está en juego: la vida y subsistencia de muchas familias, la vida y subsistencia de nuestros pueblos. Y es mucho lo que les debemos, en todos los ámbitos: social, cultural, económico, medioambiental, religioso. Además de tener que estar siempre mirando al cielo, el exceso de burocracia y las trabas administrativas, los bajos precios y el aumento constante de los costes de producción, la escasa flexibilidad de la PAC, o la falta de relevo generacional, cada vez más difícil ante la carencia de medios, recursos y expectativas que padece el campo, entre otros muchos factores, no se lo ponen fácil. Urge apoyar y potenciar las organizaciones agrarias; urge apoyar, sobre todo, a las pequeñas y medianas explotaciones como el verdadero tejido social del mundo rural.
Este panorama reclama, también en el seno de nuestras comunidades, un debate sincero y una reflexión profunda, desde la fe, dispuestos a arrimar el hombro allí donde se nos necesite en aras del bien común. Tengamos también presente esta realidad en nuestra oración y en la Eucaristía. No olvidemos que cada día llevamos al altar los gozos y las fatigas de cada jornada.
Con mi afecto y bendición