18 Ene Salvados en Esperanza: una mirada al papado de Benedicto XVI (por don Juan Manuel Ramos Berrocoso)
A continuación reproducimos el artículo de don Juan Manuel Ramos Berrocoso, Profesor de ISCR Virgen de Guadalupe, para la revista Iglesia en Plasencia del pasado domingo con motivo del fallecimiento de Benedicto XVI.
Salvados en esperanza: una mirada al papado de Benedicto XVI
Cuando nuestros seminaristas vivían en el renovado edificio de la plaza de la Catedral y dependíamos académicamente de la Universidad Pontificia de Salamanca, tuve ocasión de dictar un seminario sobre la teología de Joseph Ratzinger-Benedicto XVI. El discurso de la materia consistió en una lectura dirigida y comentada sobre diversos textos del Papa teólogo que posteriormente los alumnos debían concretar en la realización de un trabajo según sus propias preferencias, pero que, evidentemente, yo les dirigía. De esa experiencia y algunas otras, se nutren estas líneas.
Al principio de su servicio en el ministerio petrino, y tras el dilatado y prolífico pontificado de San Juan Pablo II con 14 encíclicas en 26 años, las expectativas ante el nuevo Papa eran muchas porque, además de haber sido la mano derecha del Santo Padre polaco, Ratzinger tenía una categoría intelectual reconocida, aunque no siempre aceptada y valorada. Era razonable esperar que su enseñanza, especialmente en las encíclicas como documentos de la categoría magisterial más elevada, fueran numerosas, variadas en su temática y profundas por su erudición. Sin embargo, tras los 8 años en la cátedra de San Pedro (2005-2013), Benedicto XVI sólo nos ofreció tres: sobre la fe (Deus Charitas est, 2005), sobre la esperanza (Spe salvi, 2007) y sobre el amor (Charitas in veritate, 2007), es decir, sobre las tres virtudes teologales. Se puede decir que se ocupó de presentarnos quién es Dios, quién es el hombre y cómo se establecen las relaciones entre uno y otro. En otras palabras, el amor infinito de Dios nos permite confiar en Él y así entregarnos al servicio de nuestros hermanos.
En mi opinión, la encíclica más importante, más actual y más ilustrativa para nosotros, es la segunda porque sólo «quien tiene esperanza, vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva» (Spe Salvi 2); porque «el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino» (Spe Salvi 1). En estos momentos en que estamos tentados de desesperanza y como única solución se nos ofrece una desangelada «fe en el progreso» (Spe Salvi 17) económico, técnico, científico, ideológico…, el Papa Ratzinger nos recuerda que «el hombre no es sólo el producto de condiciones económicas y no es posible curarlo sólo desde fuera, creando condiciones económicas favorables» (Spe Salvi 21). Y, además, «si el progreso técnico no se corresponde con un progreso en la formación ética del hombre, con el crecimiento del hombre interior (cf. Ef 3,16; 2Cor 4,16), no es progreso sino una amenaza para el hombre y para el mundo» (Spe Salvi 22).
En verdad «el hombre es redimido por el amor», pero no un amor frágil que pueda ser destruido por la muerte, sino «un amor absoluto con su certeza absoluta» (Spe Salvi 26), el amor de Dios Padre en su Hijo Jesucristo (cf. Gál 2,20). En efecto, «quien no conoce a Dios, aunque tenga múltiples esperanzas, en el fondo está sin esperanza, sin la gran esperanza que sostiene su vida» (Spe Salvi 27). Lo dicho no nos ahorra el dolor en nuestras vidas, pero «el sufrimiento –sin dejar de ser sufrimiento– se convierte a pesar de todo en canto de alabanza» (Spe Salvi 37). Esto es, «la grandeza de la humanidad está determinada esencialmente por su relación con el sufrimiento y con el que sufre» (Spe Salvi 38); «sufrir con el otro, por los otros; sufrir por amor de la verdad y la justicia; sufrir a causa del amor y con el fin de convertirse en una persona que ama realmente, son elementos fundamentales de la humanidad, cuya pérdida destruiría al hombre mismo» (Spe Salvi 39).
Benedicto XVI partió hacia la casa del Padre el 31 de diciembre de 2022. Ese día para él terminó el arduo trabajo de pensar, reflexionar y escribir sobre la esperanza para fortalecer la nuestra. Guiado por la estrella de los mares, María stella maris, llegó a su meta, a “La Meta”, un tránsito que todos y cada uno de nosotros hemos de realizar. Son sus palabras: «La vida es como un viaje por el mar de la historia, a menudo oscuro y borrascoso, un viaje en el que escudriñamos los astros que nos indican la ruta. Las verdaderas estrellas de nuestra vida son las personas que han sabido vivir rectamente. Ellas son luces de esperanza. Jesucristo es ciertamente la luz por antonomasia, el sol que brilla sobre todas las tinieblas de la historia. Pero para llegar hasta Él necesitamos también luces cercanas, personas que dan luz reflejando la luz de Cristo, ofreciendo así orientación para nuestra travesía. Y ¿quién mejor que María podría ser para nosotros estrella de esperanza, Ella que con su “sí” abrió la puerta de nuestro mundo a Dios mismo? Ella que se convirtió en el Arca viviente de la Alianza, en la que Dios se hizo carne, se hizo uno de nosotros, plantó su tienda entre nosotros (cf. Jn 1,14)» (Spe Salvi 49).
Descanse en Paz.