16 Jul Saludo de don Ernesto Brotóns Tena, obispo electo, a la Iglesia de Plasencia
Queridos hermanos y hermanas de esta Iglesia de Plasencia
Lo primero un afectuoso saludo a todos y a cada uno de vosotros, a todas vuestras comunidades parroquiales, a las comunidades religiosas, tanto de vida activa como contemplativa, Seminario, Caritas, movimientos, cofradías, asociaciones, centros educativos… un abrazo grande para todos.
El pasado 28 de junio, el sr. Nuncio me comunicó la decisión del Santo Padre de confiarme el pastoreo de esta diócesis. Le agradezco de corazón al papa Francisco su inmerecida confianza y asumo confiado y en comunión con él y con toda la Iglesia la responsabilidad que ello supone.
He orado mi respuesta a orillas del Ebro, junto al Pilar de la Virgen, a la que con vosotros me dirijo ya como Ntra. Sra. del Puerto, del Castañar, de la Victoria, de las Cruces, de Guadalupe, y me encantará hacerlo, pronto, con tantas advocaciones entrañables de vuestros pueblos que espero que me enseñéis. Acepto con cierto temor y temblor, muy consciente y sabedor de mi historia, de mis luces y de mis sombras, pero también con ilusión y una inmensa confianza en Dios y en vosotros. Gracias, de verdad, por vuestra segura acogida y confianza.
No nos conocemos, pero he empezado a quereros y a querer a esta Iglesia y a esta tierra extremeña y salmantina, de las que ya me siento parte y espero conocer bien y servir lo mejor que sepa y pueda. Desde el primer momento, he rezado y rezo por vosotros. Espero que nos encontremos pronto y podamos ya ponernos rostro y compartir fe y vida. Mi oración, mi afecto y mi mano tendida, especialmente, para todos a quienes el dolor, de una forma u otra, en estos tiempos recios, golpee sus vidas y hogares.
Tenemos una misión hermosa entre manos, en la que lleváis más de ocho siglos inmersos, y a la que me uno con vosotros, seglares, religiosos, diáconos y sacerdotes, niños, jóvenes, mayores y ancianos, como condiscípulo y pastor. Sabemos bien que la Iglesia no existe para sí misma. De la mano del Espíritu, nuestro ser y nuestra existencia son para Dios y para los demás, en esta doble fidelidad, en sencillez, diaconía y entrega, como Jesús y con Él. El momento actual que vive la Iglesia de conversión pastoral y misionera nos lo recuerda una y otra vez. Pertenecemos, genialmente, sin merecerlo, al modo en el que Dios uno y trino ama este mundo del que formamos parte, como hermanos y servidores de los más pequeños, siendo signos e instrumentos de comunión y de fraternidad, al servicio del Reino de Dios y del anuncio de Jesús y su Evangelio.
En este cambio de época que vivimos, con demasiados sueños rotos, pero también con muchas luces y kilos de amor derrochado, tenemos una palabra significativa y «pro-vocativa» que decir, una experiencia que ofrecer, fuente de sentido, gozo y esperanza. “Para que todos tengan vida y vida en abundancia” (cf. Jn 10,10), decía Jesús. Sabemos que no es fácil, pero contamos con su Espíritu. La oración,
el trabajo y la ilusión de estos últimos meses de camino sinodal, y las directrices ya del sínodo diocesano de 2005 y del reciente Plan Pastoral de nuestra diócesis, nos orientan en esta dirección.
La realidad de Extremadura y de Castilla-León tiene rasgos en común con mi Aragón natal. Aunque es cierto que luego el Señor me ha conducido por otros lares, comencé mi ministerio sacerdotal en el mundo rural, en la comarca del Campo Romanos, pueblos ya entonces muy pequeños, algunos prácticamente vacíos, pero no por ello menores ni en dignidad, ni en derechos, y mucho menos en grandeza humana y evangélica. Nazaret, recordaban hace poco los obispos de Aragón, era un pueblo pequeño. Fueron años muy felices que espero que me ayuden a sintonizar con los gozos, esperanzas y fatigas de la gente y los pueblos de esta tierra que me adopta. A este respecto, saludo con respeto a las distintas autoridades y entidades civiles de todos y cada uno de los pueblos, provincias y comunidades autónomas que abraza la diócesis, y les presento mi disposición a arrimar el hombro con todas las personas de buena voluntad, independientemente de su credo o ideología, en todo lo que sirva al bien común, defienda la dignidad de la persona y construya una sociedad más justa, humana y fraterna, atenta, especialmente, a los más pobres y necesitados.
Queridos hermanos. Acudo a vosotros, como me decía un joven al inicio de mi sacerdocio, con la «L», nuevo en esta tierra y en el ministerio episcopal, un ministerio que asumo como una verdadera diaconía. Sé que es mucho lo que debo aprender. Le pido al Señor entrañas de pastor, sabiduría y humildad, capacidad de discernimiento y coraje para, con su fuerza, poder confirmaros en la fe, la misión y la comunión. Cuento con vuestra oración, también con vuestra paciencia, comprensión y vuestra ayuda. Sé de vuestra acogida y de la fecundidad y buen ser y hacer de esta Iglesia y eso conforta.
Permitidme que dirija unas palabras de agradecimiento, en primer lugar, a la Iglesia de Zaragoza en la que he crecido y he vivido mi fe y mi vocación, y, en especial, a mis amigos y a mi familia. Siempre se hace duro amar «en la distancia» y sé que, para mi familia más cercana, mis padres, mis hermanos, mi sobrino, no es un sacrificio baladí. Gracias, de corazón. Mi reconocimiento y mi gratitud, por último, a mi antecesor, D. José Luis, y al actual Administrador Apostólico, D. Ciriaco, pastores buenos y solícitos que han caminado y velado con y por vosotros. Gracias, D. Ciriaco, por su entrañable acogida y cercanía. Tomo su testigo en comunión con D. Celso y D. Jesús, obispos de esta provincia eclesiástica de Mérida-Badajoz a los que saludo con afecto.
Desde ahora mismo pongo mi ministerio pastoral bajo la protección de nuestra Madre, en este día de la Virgen del Carmen, y de los santos hermanos Fulgencio y Florentina. Rezad, por favor, para que el Señor haga fecundo este ministerio, como sucesor de los apóstoles, que acojo humildemente como un don y tarea, y pueda ser, con y para vosotros, un pastor bueno según el corazón de Dios. Un cordial abrazo para todos.