06 Oct Por un trabajo decente
Queridos diocesanos:
Al consultar en el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua el significado del adjetivo “decente”, entre otros, se dice que es decente el que es “digno, el que obra dignamente”. Yo lo he consultado porque quería confirmar que la dignidad es la raíz de la decencia. Y la razón fundamental de mi interés no es otra que mi deseo de hablaros del trabajo decente. Lo hago para sumarme a todos cuantos en estas fechas están llamando la atención sobre un asunto transcendental para la persona humana y para las relaciones laborales (7 de octubre, Jornada Mundial del Trabajo decente).
De este modo, quiero confirmar la reflexión y campaña que se hace sobre este tema desde nuestros movimientos especializados de Acción Católica y, en especial, desde la HOAC y la Pastoral Obrera Diocesana. Pero también quiero deciros que asuntos como éste no han de ser sólo del interés de unos cuantos, de los que están más sensibilizados; estos son temas que nos han de preocupar a todos, porque, como enseguida veremos, tocan la dignidad de la persona humana en algo tan esencial como es el trabajo.
La Doctrina Social de la Iglesia, que debiéramos conocer y practicar, porque es una parte esencial de la experiencia cristiana, ya ha ahondado con una claridad meridiana en el trabajo decente. Os cito un precioso y concreto texto del Papa Emérito, Benedicto XVI, sacado de su tercera encíclica “Caritas in Veritate”: “Pero ¿qué significa la palabra «decente» aplicada al trabajo? Significa un trabajo que, en cualquier sociedad, sea expresión de la dignidad esencial de todo hombre o mujer: un trabajo libremente elegido, que asocie efectivamente a los trabajadores, hombres y mujeres, al desarrollo de su comunidad; un trabajo que, de este modo, haga que los trabajadores sean respetados, evitando toda discriminación; un trabajo que permita satisfacer las necesidades de las familias y escolarizar a los hijos sin que se vean obligados a trabajar; un trabajo que consienta a los trabajadores organizarse libremente y hacer oír su voz; un trabajo que deje espacio para reencontrarse adecuadamente con las propias raíces en el ámbito personal, familiar y espiritual; un trabajo que asegure una condición digna a los trabajadores que llegan a la jubilación” (C in V, 63).
El Papa Benedicto XVI recoge así un llamamiento de San Juan Pablo II, que en el año 2000, con motivo del Jubileo de los Trabajadores (1 de mayo), había invitado a “una coalición mundial a favor del trabajo decente”. Estas llamadas de los dos Papas son la constatación de que hay aún mucho trabajo indecente; es decir, un trabajo en el que se viola la dignidad del trabajador. Es verdad que siempre la violación más evidente es la “desocupación” de millones de hombres y mujeres que no tienen acceso a una de las tres T, de las que habla el Papa Francisco, la del trabajo. Como él suele decir: “El trabajo es una realidad esencial para la sociedad, para las familias y para los individuos […]¡Y si no hay trabajo esa dignidad está herida!” (Papa Francisco a los dirigentes y obreros de las fábricas de acero de Terni, 20 de marzo de 2014).
Pero, tener trabajo no trae automáticamente y como consecuencia la decencia; por desgracia, a veces determinadas condiciones laborales carecen del respeto a la dignidad de la persona. Esto, que puede suceder siempre, sin embargo, tiene su caldo de cultivo especialmente en tiempos y situaciones de precarizad laboral. Hoy en el mundo, en España y entre nosotros se pueden escuchar multitud de historias personales de trabajadores y trabajadoras que han encontrado un trabajo, sobre todo temporal, pero que, por el temor a perder lo poco que tienen, han de soportar condiciones que limitan su dignidad como trabajadores: por la precariedad del contrato, por el salario que reciben, por las horas que trabajan, por la escasa seguridad, por el insuficiente descanso, por la insensibilidad hacia la familia… Y se podían seguir concretando estas condiciones con nombres y apellidos y con rostros humanos de hombres y mujeres, unos más jóvenes y otros con edades en las que es difícil encontrar una nueva oportunidad en el mercado laboral.
Ante todo esto, hemos de mantener vivo el sueño del Papa Francisco en relación a un trabajo digno y decente: “Nuestro sueño vuela más alto… al trabajo libre, creativo, participativo y solidario, en el que el ser humano expresa y acrecienta la dignidad de su vida.” (EG 192). Por eso os digo que situarse a favor de este objetivo social es un deber para todos, sea cual sea nuestra situación. Y me atrevo a animaros a que, no sólo en ese día sino siempre, hagamos lo que mejor podamos y sepamos por estar activos en la sensibilidad de desear, exigir y buscar un trabajo decente para todos.
Con mi afecto y bendición.
+ Amadeo Rodríguez Magro, obispo de Plasencia