19 Ene “Obras son amores…”
Queridos diocesanos:
El lema del Año Jubilar de la Misericordia lo recoge muy bien la primera parte de uno de nuestros sabios refranes: “Obras son amores y no buenas razones”. En él se sitúan las obras en su verdadero origen, en el amor mismo. También el lema jubilar recuerda que nuestras obras empiezan en un amor que nos transciende, en el amor misericordioso de Dios Padre. “Misericordiosos como el Padre”.
La misericordia del Padre es la que nos impulsa, la que nos alienta en nuestras actitudes, en nuestros sentimientos y en nuestras obras a poner la vida en favor de los demás. Ese amor original nos sitúa siempre en las situaciones más injustas, más dolorosas, más excluyentes que encontramos en nuestro entorno. Y todo porque en el entorno de Dios esos son los predilectos, los que conforman la misericordia de su corazón y los que centran sus preocupaciones más urgentes. Si estamos abiertos a esa corriente de amor, se vive de Dios Padre, por Jesucristo, en el Espíritu, Y a nosotros nos queda actualizar esa corriente, poniendo mucho amor hacia los otros, porque misericordia es poner en todo mucho amor, es situar el amor en todas las situaciones de la vida, hasta en lo más complejo y difícil, como es el perdón.
Es por eso que la tradición de la Iglesia, al ahondar en lo que más identifica a los cristianos, ha querido ofrecernos, a modo de ejemplo, y siempre abierto a modificaciones para una mayor radicalidad, las obras de misericordia: las corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos. Y las espirituales: dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia las personas molestas, rogar a Dios por los vivos y por los difuntos.
La fuente de esta conducta a la que se nos invita la encontramos en el Evangelio mismo, en Mt 25, 31-46: se nos dice que se nos va a juzgar por el amor y la misericordia. Es en este texto evangélico donde se nos indica el camino a seguir para vivir, como Jesucristo, la misericordia del Padre. Al ahondar en esas palabras del Señor, ya los Santos Padres las entendían no sólo en su aspecto externo, sino que también las interpretaban de un modo espiritual. En realidad la misericordia que Dios pone en nuestro corazón sólo se puede ofrecer mirando a la persona en la integridad de todas sus necesidades. De ahí que San Agustín proponía las obras que hacen el bien al cuerpo del prójimo y las que buscan el bien de su alma. Fue justamente en esta visión integral de la misericordia en la que tomaron cuerpo en la doctrina cristiana las obras de misericordia corporales y espirituales. Es más, esta visión de la misericordia se convirtió también en el reclamo para las acciones institucionales en favor de los más débiles y necesitados a lo largo de la historia de la Iglesia.
De cualquier modo, la misericordia corporal y espiritual, auque está pautada en el catecismo, tiene que ser, además de concreta, muy espontánea. Como decía el título de una buena novela de Susana Tamaro, hemos de ir a donde el corazón nos lleve. Tenemos que dejar que la misericordia fluya en nosotros con naturalidad, con la naturalidad de la fe, poniendo corazón para todo lo débil, lo injusto, lo despreciado, lo excluido, lo maltratado, lo marginado. De no hacerlo así, las teorizaciones sobre la misericordia, además de convertirse en ideologías, corren el peligro de ser, en muchos casos, ideales inalcanzables.
Por eso haríamos muy bien en no olvidar la segunda parte del sabio refrán que estoy comentando: “Obras son amores y no buenas razones”. En ocasiones se suele tener un concepto excesivamente romántico e idealista de la misericordia, si sólo se contempla desde una estética espiritualista o desde una visión maximalista, que hace de ella la solución a todos los problemas del mundo. Al final estos dos extremos hacen que hablemos mucho y hagamos poco.
La misericordia es un modo de ser, de sentir o de vivir, es abrir los ojos, desde los de Cristo (como muy bien expresa el “logo” del Año Jubilar), para estar en medio del mundo con espíritu de misericordia, de perdón, de respeto, de justicia, de caridad. Es verdad que esa actitud de misericordia tiene un horizonte amplio, y siempre ha de pretender ir hacia cualquier dolor, allí donde se haga presente. Pero no podemos olvidar que nuestro ámbito ordinario, el más familiar y cercano, es el primer y más concreto espacio en el que realizar las obras de misericordia. Por lo ordinario es por donde hay que empezar, por lo que sucede cada día entre los que convivimos. Si no empezamos por ahí, no alcanzaremos las cotas más ideales.
Como estoy seguro de que nos servirá de estímulo, no quiero olvidar el efecto benéfico que el actuar con misericordia tiene para nosotros. En realidad, todo lo que hacemos por el otro sentimos que también nos sucede a nosotros, que nos hace bien. Los necesitados nos enriquecen. En realidad, “obras son amores para los demás y para nosotros”. Pongamos entonces mucha atención interior y exterior a lo largo del Año Jubilar en las obras de misericordia, corporales y espirituales.
Con mi afecto y bendición.
+ Amadeo Rodríguez Magro, obispo de Plasencia