03 Sep La Medalla de Extremadura: un complemento a la alegría de dar
Hace unos días, mientras caminaba por uno de nuestros pueblos, pude escuchar el final de un diálogo, del que no pude saber el argumento y, por eso, aunque lo traiga a colación, no me permito emitir ningún juicio sobre lo que escuché. Una de las dos señoras que hablaban entre sí le decía a la otra: “no ves, es mucho mejor pedir que dar”.
Con la intuición que solemos tener los cristianos para valorar desde el Evangelio, inmediatamente pensé que lo que escuchaba contradecía una afirmación de Jesús, que según San Pablo dijo: “Hay más alegría en dar que en recibir” (Hch 20,35). Pues bien, sin negarle ningún valor a la sabiduría popular, me quedo con lo dicho por Jesús, pues considero que es de un valor excepcional para nuestra vida y nuestra convivencia.
Jesús llamar la atención sobre lo que recibe el que da. Pone de relieve que el amor, cuando está profundamente radicado en el corazón humano, siempre deja un maravilloso regusto de felicidad, que engrandece en su valor el gesto mismo de dar. Naturalmente eso sucede con tal de que sea un amor, generoso, desinteresado, un amor que sitúa las necesidades del otro por encima de las mías. Así es el amor que mueve a cuantos se dan a los demás, a cuantos hacen de su vida, con más grandes o con más pequeños gestos, una donación a su prójimo.
En ese inmenso grupo de los que miran hacia su prójimo, ven los problemas que hay a su alrededor, sienten que son responsables de las necesidades de los otros y se deciden a hacer algo por los demás, están todos aquellos que colaboran de un modo u otro con Cáritas. Son miles, quizás millones los que confían en la acción de la Iglesia a través de Cáritas, que es el rostro de su generosidad; es decir, de la generosidad de todos aquellos que creen en Jesucristo y saben que no hay verdadera fe sin caridad.
Evidentemente, todos los que colaboran con Cáritas saben que su premio y su honor están en dar, en la alegría de dar. El mejor premio es siempre saber que con mi acción generosa alguien ha encontrado lo que necesitaba. El premio es siempre poner fraternidad en el mundo, saberse hermano de los pobres, de los débiles y ayudarles en la medida de nuestras posibilidades, porque nos sentimos uno más entre ellos. En realidad el premio es esa alegría que somos capaces de sentir cuando ponemos nuestra vida en favor de los otros. El premio es, sobre todo, saber que nuestra generosidad produce alegría en el corazón de Dios, que es feliz en la alegría de los seres humanos y se duele en su desesperanza, en su tristeza y en su exclusión.
Eso, sin embargo, no significa que no valoremos cualquier galardón humano que nos llegue, claro que sí y mucho. La Medalla de Extremadura es un buen complemento a la alegría que se siente por dar. El significado del galardón nos hace ver que como Iglesia nuestra presencia en el mundo es significativa y eficaz. La recibimos, además, con otros, como el Banco de Alimentos, lo que significa que somos parte de una suma de generosidad en favor de los más débiles y más necesitados entre nosotros.
A propósito del premio, es importante decir que el juicio de lo que hacemos, más allá de la valoración de los hombres, nos lo ha de dar aquel que nos dice cada día: “Porque tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estuve enfermo y me visitaste, preso y viniste a verme…”. No obstante, saber que lo que hacemos en nombre de Jesús tiene una valoración positiva en nuestra sociedad, nos ratifica una vez más a nosotros y ojalá también a quienes nos valoren, en que merece la pena vivir como vivió Jesús, en la entraña misma del mundo más pobre y débil.
Como obispo de Plasencia, por la parte de la medalla que le toca a nuestra diócesis, muchas gracias a quienes se les haya ocurrido este estimulante reconocimiento. Siempre será un empujón, que sumaremos al que cada día nos da la fe en Jesús y, por él, en el ser humano, para seguir trabajando en nuestra tierra extremeña por la dignidad de la persona y en especial por la de los más débiles y excluidos. En eso, la sociedad extremeña, en la que aún hay tanta pobreza, podrá contar siempre con nosotros.
Ya mirando hacia nuestras comunidades cristianas, desearía de todo corazón que esta medalla sirviera también para que crezca en ellas una clara conciencia de que la caridad, – si es colaborando a través de Cáritas mejor -, es un ingrediente imprescindible de la experiencia cristiana.
Con mi afecto y bendición.
+ Amadeo Rodríguez Magro
Obispo de Plasencia