06 Abr En el corazón de la fe. Pascua de Resurrección 2015
De pronto nos encontramos en el corazón de la fe. Acabamos de salir de la Vigilia Pascual que concentra en sí misma todo lo que somos como cristianos. En ella nos ha sucedido algo maravilloso y nuevo: nos hemos descubierto una vez más vivos en Cristo Resucitado. Antes de participar en la Vigilia Pascual estábamos en la calle y a oscuras, aún con la dolorosa impresión de haber contemplado a Cristo sufriente y en la cruz.
Lo veíamos en nuestro corazón y lo veíamos en nuestro mundo, en las mil maneras de dolor y sufrimiento que padecemos los seres humanos. Quizás por la actualidad, ese dolor de Cristo tenía el rostro de cristianos a los que le apunta en la nuca una pistola asesina o también el grito de ciento cuarenta y nueve personas que va absurdamente hacia la muerte o la carita de miedo de un niño que levanta sus manitas ante una cámara fotográfica, que él creía una pistola, porque era el único instrumento que él habitualmente veía disparar. Y ya más cerca, también el rostro de Cristo está en la increíble imagen de un padre joven a la puerta de un comedor social en la que va a recoger cada día el alimento para su familia en nuestra sociedad de bienestar.
Fue desde esa calle del mundo desde donde fuimos a la Vigilia Pascual, en la que todo apuntaba que al tercer día encontraríamos nuestra esperanza. Y allí, a las puertas de nuestros templos, un fuego nos anuncia que hay una Luz, de nombre Cristo, que nos invita a caminar tras él. Y después de contarle nuestras cosas, nos dejamos acompañar y escuchamos su Palabra, y en la voz de un Dios amigo descubrimos con inmenso gozo que sigue estando con nosotros en su Hijo Jesucristo, que está vivo y resucitado. Y así fue como constatamos una vez más todo lo bueno y grande que nos puede suceder si le dejamos entrar en nuestra vida y, por la fe, le damos el lugar que le corresponde en nuestra existencia; pues Dios nada más y nada menos que nos hace, en su Hijo Jesucristo, hijos suyos.
Y eso es tan definitivo, que renace nuestra vida en la alegría y en la esperanza, porque le reconocemos en nosotros y junto a nosotros en cualquier situación en la que nos encontremos; hasta cuando el pecado pretenda interrumpir lo que por parte de Dios nunca va a suceder, su amor. Por eso, lo más hermoso que descubrimos en la Pascua es que ya nunca más nos va a faltar la gracia de Dios cada vez que la busquemos, porque el manantial de su amor está en la vida de la Iglesia, sobre todo en la Eucaristía.
En Cristo renacemos a una vida nueva, porque descubrimos que en la Pasión había mucho amor, había un infinito amor, había una luz resplandeciente para un mundo que, tras el dolor y el sufrimiento también genera, aunque con más lentitud de la que quisiéramos, mucha esperanza. Es verdad que hay tiempos que hacen más opaca la resurrección; son los tiempos en los que los seres humanos suplantamos a Dios y no le dejamos influir en nuestras decisiones. Pero no lo dudemos, el sigue resucitado y, por eso, aunque muchas veces sea anónimamente, sigue proponiendo destellos de vida nueva para el mundo.
Dejándome llevar por la actualidad, que no es más que un pálido reflejo del mucho bien que se hace en el mundo, recuerdo lo que hacen instituciones como cáritas, cruz roja o, la que en estos días ha sido noticia, Save the Children, en los campos de refugiados sirios. Y por qué no evocar también el hecho de que los mendigos, acogidos por el Papa Francisco, se hayan sentido señores en la Capilla Sixtina. Y cómo no tener en cuenta a los “héroes del inagotable esfuerzo” en el rescate de los restos humanos del avión siniestrado. También nos vale, como reflejo del bien que le hace al mundo la Resurrección de Jesucristo, el testimonio sencillo de todas las parroquias de nuestra diócesis, que en estos días están diciendo con respeto, pero con mucha convicción, que no es lo mismo vivir en Cristo que mantenerlo a distancia de nuestros sentimientos, de nuestras decisiones y de nuestros actos.
Dejémonos llevar por la explosión de luz, alegría y paz de la Pascua, que en nuestra tierra, Extremadura, está coincidiendo con la exuberante y bellísima explosión de la primavera. Si es verdad, y lo es, que la “belleza salvará al mundo”, dejemos que la belleza de la Pascua nos inunde, y destile poco a poco sobre nosotros la belleza del amor infinito de Dios y la no menos bella situación de unos corazones, los nuestros, en los que, por la fe, Cristo resucitado hace maravillas para nosotros y para el mundo.
¡Feliz Pascua de Resurrección para todos!
+ Amadeo Rodríguez Magro, obispo de Plasencia