17 Abr «Me duele no haber podido llegar mucho más a los jóvenes»
¿Qué va a hacer en el mes y medio que aún tiene por delante en Plasencia? ¿Le quedan cosas pendientes?
Si me quedan ya no voy a poder hacerlas, porque ahora soy administrador diocesano y sólo puedo ocuparme de los asuntos ordinarios. Tengo una agenda muy complicada de actos y actividades y debo continuar con ella, aunque inevitablemente ya todo será con un sabor a despedida. Además, tengo el trabajo extra de que me mudo.
¿Cómo es la mudanza de un obispo?
No es, evidentemente, como la de una familia normal. Se puede decir que es menor, porque se limita a las cosas personales mías y de mi hermana, que vive conmigo. El fuerte de la mudanza de un obispo es su biblioteca, aunque pretendo dejar aquí mucho que ya no me es útil. Ahora todos somos un poco digitales, pero cuando yo empecé mi vida sacerdotal si quería saber más de las cosas tenía que tener enciclopedias, colecciones de historia y, en definitiva, muchos libros.
¿Su biblioteca entonces no es excesivamente religiosa?
Bueno, la mayor parte sí es religiosa y pastoral porque es algo absolutamente necesario para el ministerio como obispo. Tengo una muy buena biblioteca personal que luego te enseñaré. Pero también soy lector de literatura, tanto de cultivo personal como de pura ficción. Siempre tengo un libro de literatura que voy leyendo.
¿Cuál tiene ahora entre manos?
Acabo de terminar ‘Relato de un náufrago’, de Gabriel García Márquez, que me regaló un sacerdote colombiano. Evidentemente ya había leído ‘Cien años de soledad’, que me pareció algo fantástico. Ahora estoy con dos: uno mío pastoral, que es en italiano y tiene como título en español ‘El perfume del apóstol’, que tiene que ver con eso que ha dicho el Papa de que el obispo tiene que «oler a oveja». Y después estoy con el último libro de Julia Navarro, ‘Historia de un canalla’, que en las primeras páginas me pareció que era un examen de conciencia interesante, aunque luego no tiene tanta enjundia y pensamiento como yo creía. Es más puro relato, aunque es verdad que te va a atrapando.
¿Cuál diría que ha sido su legado en la Diócesis en estos 12 años?
(Ríe) Me lo preguntáis todos, y yo respondo que eso debe decir la Diócesis, los sacerdotes, la gente… y lo que es más importante, lo tiene que decir el de arriba. Nosotros, y hablo como cristiano, sacerdote y obispo, tenemos conciencia de que al final el fruto no depende de nosotros. Procuramos trabajar. Ha habido cosas y momentos muy importantes, como concluir un sínodo que había convocado mi antecesor, realizar el Año de la Fe o la Misión Diocesana que acabamos de celebrar. Me he pateado todos los rincones de la Diócesis para intentar estar cerca de la gente y conocer su realidad. He hecho lo que he podido. Yo siempre digo, porque nací así, que no trabajar es algo que nadie nunca me podrá echar en cara. Estoy absolutamente dedicado a la misión y al ministerio que tengo, bien saliendo y entrando o metido en ese despacho, en el que también paso mucho tiempo. Mi legado es el trabajo.
¿Qué le hubiera gustado hacer y no ha podido?
Bueno, hay cosas que me hubiera gustado, efectivamente. Mi misión tiene varias dimensiones, una de ellas material y cultural, que aunque no esté terminada, sí queda al menos encauzada. La catedral está resuelta, el museo va para adelante, dentro de unos días inauguraremos la reforma hecha en los nuevos archivos, que es una maravilla cómo han quedado, nuestros templos están bastante bien cuidados… Luego siempre hay cosas que uno ve que no están del todo bien resueltas. Hubiera deseado llegar a los jóvenes mucho más, y veo que eso cada vez se hace más complejo y difícil. No haber podido es algo que me preocupa y me duele.
¿A qué achaca ese cada vez mayor alejamiento de los jóvenes de la Iglesia?
Nosotros hacemos todo lo que podemos por acompañarles y estar cerca de ellos en sus ámbitos normales, pero falta una cooperación de todos los que tenemos que hacer algo. En el trabajo con los jóvenes debe haber una sintonía entre la escuela, la familia y, en lo que se refiere a la transmisión de la fe, también la Iglesia. Algo se ha roto ahí. En Plasencia tenemos una dificultad añadida, y es que casi no hay universidad. Los chicos desaparecen cuando tienen 18 años y en un gran porcentaje se nos van, por lo que no podemos seguir acompañándolos en esos años, cada vez un poco más tardíos, en los que de alguna manera se fragua la identidad.
La tradición hace pensar que su sucesor en Plasencia será alguien nombrado obispo por primera vez. ¿Qué consejos le daría?
Sí, es posible. Yo le diría que venga con mucha confianza, porque Plasencia es una ciudad y una diócesis muy, muy, muy acogedora. De verdad, no es un halago. Aquí tienen detalles con el obispo que difícilmente se ven en otros lugares. Yo vengo de Badajoz, y allí nunca vi una relación de los pacenses con el obispo tan cordial y tan cercana como lo es aquí en Plasencia. Es verdad que al principio eran un poco más ceremoniosos, pero cuando llegaba, les decía dos cosas y los revolvía, eran todos muy simpáticos.
¿No le gustan los formalismos?
Tengo que decir la verdad. A mí, después de 12 años como obispo, me sigue dando pudor llegar en un coche a un lugar y que la gente me esté esperando como si llegara allí un personaje. Es como cuando se dirigen a mi con el «excelentísimo y reverendísimo señor obispo de Plasencia». Sé que ellos lo hacen por cortesía, pero no puedo evitar que me produzca algo de pudor.
Al contrario que otros obispos, usted siempre ha sido moderado en sus escritos y declaraciones, y ha evitado entrar en polémicas. ¿Es usted un obispo conservador o progresista dentro de la Iglesia?
Yo no lo voy a decir. Verás. Afortunadamente y gracias a Dios, excepto en algunos momentos, nosotros no hemos tenido que entrar en grandes tensiones en la relación con las autoridades y legisladores. Cuando hemos tenido que hacerlo, lo hemos hecho procurando que no hubiera tensión ni enfrentamiento, sino manifestando tranquilamente nuestra posición. Ayer me llamaban de una revista nacional, ‘Vida nueva’, y me hacían la misma pregunta. Les dije que el que quiera saberlo, que me lea. En mis cartas pastorales está escrito el que yo creo que debe ser el planteamiento de la Iglesia ante los grandes problemas sociales. Mi planteamiento es que detrás de todo siempre hay personas, a veces víctimas que sufren mucho, y que el hecho de que yo me acerque a las personas en determinadas situaciones no significa que esté de acuerdo con ellas.
El Papa Francisco
¿Qué le ha aportado a la Iglesia la llegada del Papa Francisco?
Lo que nos ha dicho a nosotros. Que seamos una Iglesia en salida, es decir, que vayamos, pero no con el látigo, sino a poner amor y misericordia. ¿Por qué va el Papa a Lesbos? Hay quien pregunta qué pinta el Papa en Lesbos. Evidentemente, es un gesto. Va para poner su propia cercanía como pastor, pero también para decirle a la Iglesia: esto es lo que hay que hacer. Otro reto que nos ha puesto el Papa es ser hospital de campaña, darnos cuenta de que detrás de las situaciones de las personas muchas veces hay dramas. El Papa nos dice que tenemos que ser una Iglesia de proximidad.
Una de las consecuencias de la secularización de la sociedad es la falta de vocaciones, uno de los grandes problemas de la Iglesia Católica. ¿Estaría usted a favor de abrir debates como los del sacerdocio femenino o el celibato?
Yo creo que esas cosas, y a ver si se entiende lo que digo, son arreglos, parches que son pan para hoy y hambre para mañana. Lo que hay que hacer es algo más sólido y permanente. Tenemos hecho un gran planteamiento con el rector del seminario que hemos llamado ‘Es tiempo de regar’, y que consistirá en una gran batida por toda la Diócesis para una invitación vocacional. A lo que me has dicho yo no planteo ni que sí ni que no, porque es la Iglesia universal la que tiene que decidirlo, pero mi opinión es que eso no soluciona nada si no solucionamos el problema, que es hacer niños y jóvenes verdaderamente cristianos para que se puedan plantear la llamada del señor.
¿Le parece atractivo el sacerdocio para un joven de hoy en día?
Yo creo que siempre lo es. Tras uno de los últimos informes sociológicos de la Fundación Santa María, que era bastante negativo con la situación de la Iglesia, participé en un seminario en el que salió un dato que me impresionó, y era que un alto porcentaje de chicos decían que en un momento importante de sus vidas se habían planteado la vocación, chicos a veces insospechados. Me pregunto: ¿Dónde estábamos nosotros cuando eso estaba sucediendo en la vida de esos chicos?