03 Mar La cuaresma: una parábola de la Iglesia en salida
Queridos diocesanos:
No es fácil reconocer que envejecemos. La historia colectiva de los pueblos y la individual de cada persona está llena de fracasos por no haber sabido reconocer que “algo viejo hay que superar” y, por supuesto, que “algo nuevo está pasando”. Si trasladamos eso a la vida de la Iglesia y, en ella, a la vida espiritual de cada cristiano, es evidente que, en ocasiones, esa falta de lucidez para pasar de lo viejo a lo nuevo está impidiendo la posibilidad de dar pasos definitivos para el cambio. Y no será por oportunidades y por los signos que recibimos del Señor. “El que hace nuevas todas las cosas” no deja de poner su impronta para llamar al cambio, a la renovación, naturalmente interior de las personas y, si es preciso, a la renovación de las formas de vida de la misma Iglesia. Seríamos muy “torpes y necios” si no estuviéramos atentos a lo que decae, para abrir espacios a lo que se renueva; naturalmente a tiempo y sin esperar a tener que dar por necesidad saltos en el vacío que quizás no nos lleven a ninguna parte.
La cuaresma en la que estamos inmersos, quizás sin ruido, pero sí con mucha hondura interior y con muchas expresiones de culto cristiano, es una oportunidad de la gracia para ese paso inexorable que siempre hemos de saber dar de lo viejo a lo nuevo. Guiados por la Palabra de Dios – la que nos propone la pedagogía de la Iglesia -, cuando establecemos con ella un diálogo sincero, necesariamente descubriremos las expresiones de “decadencia” que se dan en nuestra fe para, enseguida, desde la misma Palabra, descubrir los “renuevos” de una existencia cristiana pasada por la Pascua de Jesucristo, que es el horizonte cierto y seguro de nuestro caminar.
No dejemos de entrar en esta experiencia espiritual y pastoral de la Iglesia, porque, si lo hacemos, encontraremos el camino para la renovación. Los sacramentos de la Eucaristía y la Reconciliación, junto a la oración, la meditación de la palabra, la mortificación o el silencio serán los vehículos que nos conduzcan por el camino que va de la “purificación” a la “iluminación”, el que hacen los catecúmenos y, con ellos, todos los que ya participamos en Cristo desde que recibimos los sacramentos de iniciación cristiana. Al calor de la comunidad cristiana en la que vivamos nuestra experiencia de fe, se irá purificando nuestra vida de nuestros viejos hábitos y tendencias y se irá renovando el seguimiento de Cristo, para ser cada día más discípulos que se sienten en misión para llevar el anuncio alegre de esa vida nueva que siempre recibimos en el encuentro personal con el Señor.
En esta cuaresma misionera que “todos y entre todos” estamos haciendo en cada parroquia, este clima de renovación espiritual y pastoral será la clave necesarias para todas las actividades programadas. Ese camino interior, que lleva de lo viejo a lo nuevo, será el itinerario que nos guíe por esta senda misionera que está viviendo nuestra Iglesia diocesana. Sin olvidar nunca, por supuesto, que el conductor del camino es el Espíritu Santo. No hay iniciativa ni tarea en la Iglesia que no pase por la novedad del Espíritu, que siempre está al servicio de la novedad de la vida en Cristo.
Sólo renovados en Cristo por el Espíritu estamos en condiciones de entrar en la realidad de nuestro mundo con el único criterio que es válido a los ojos de Dios: el de su amor salvador. Mirar al mundo, en sus heridas, y hacerlo con el Amor, será el gran reto de nuestra cuaresma misionera. No habrá pobreza espiritual o material que no nos ocupe y preocupe; ninguna, por muy incómoda y compleja que sea, la hemos de dejar a atrás. Al contrario, se necesitan voluntarios con espíritu misionero que digan: “ahí, donde el dolor es más profundo, donde la dificultad presenta más riesgos, tengo que estar yo”.
Para esa actitud es necesario salir, desinstalarse, fijar la mirada en esas personas, en esas situaciones, en esos ambientes que me están esperando, interpelado. Quizás la cuaresma sea la gran parábola anual de la Iglesia en salida: desde una mirada a nosotros mismos necesitados de conversión y de renovación, se nos va presentando un camino de salida al mundo como testigos de lo que el Señor hace en mí y puede hacer, a través de mí, por mis hermanos.
Será un camino que recorreremos en Cristo, en quien todo se renueva, en quien todo revive, en quien se encuentra la alegría del Evangelio. “En Jesucristo nace y renace la alegría”. Es Jesucristo el origen, el lugar y la meta de nuestra misión. “Por Cristo, con él y en él” queremos recorrer los caminos de nuestra diócesis con un espíritu nuevo para una Iglesia renovada y misionera. No nos faltará la esperanza de María, la que canta con gozo las maravillas que hace el Señor en nosotros y las proezas con las que puede colmar de bienes a los hambrientos del mundo.
Con mi afecto y bendición.
Amadeo Rodríguez Magro, obispo de Plasencia